Los grandes poderes de la humanidad cada día se acercan más a un escenario en el que las instituciones internacionales, las alianzas y los acuerdos entre países que hasta ahora han logrado mantener la paz a través del fomento de la economía, el desarrollo y la integración comercial en un orden internacional hayan dejado de funcionar.
Evidentemente, este sistema no es perfecto, y en los lugares en los que trajo consigo lo que se esperaba provocó reacciones negativas regionales y en algunos casos globales. Tomemos el caso de China por ejemplo, un país que se industrializó fuertemente en los últimos cuarenta años gracias a la apertura comercial que experimentó, con lo cual atrajo inversión extranjera que se tradujo en una prosperidad sin precedentes.
Desafortunadamente, ese nivel de crecimiento, progreso y desarrollo fue percibido como una amenaza por la principal potencia mundial, los Estados Unidos. Al mismo tiempo, el gobierno chino, al ser unipartidista y no poder mantener el mismo nivel de crecimiento económico se ve en dificultades para justificar su permanencia en el poder, lo que en cualquier régimen democrático provocaría un cambio en la élite gobernante, lo que no puede ser así en el gigante asiático.
En los regímenes autoritarios no hay plan de retiro, lo que obliga a los mandatarios a no admitir las malas decisiones y en algunos casos a doblar la apuesta con más acciones en el mismo sentido.
En el caso chino, la falta de progreso económico (en los niveles esperados) que justifique la permanencia de la élite gobernante en el poder y la imposibilidad de ésta de abandonarlo por razones de supervivencia, combinado con la posibilidad de tomar decisiones sin controles, provocan que las personas que mandan busquen una justificación a su presencia en el miedo a la amenaza externa aprovechando la carta del nacionalismo… lo que debería ser una llamada de atención para Taiwán y el resto del mundo.
Esta particularidad y la percepción del electorado norteamericano que concibe a China como una amenaza han traído como consecuencia, por un lado el aislacionismo económico en nuestro vecino del norte, que intenta mantener o acrecentar su capacidad productiva, a fin de fortalecer su economía y no ver su poderío disminuido ante China, al mismo tiempo que golpea la economía de ese país retirando sus fábricas e imponiendo aranceles, lo que está provocando el desmantelamiento de las instituciones que brindaron estabilidad para el desarrollo de todas las naciones al tiempo que mitigaban el riesgo de una escalada en la violencia internacional.
Adicionalmente, está Rusia, otro país en el que gobierna un autócrata sin plan de retiro, que no puede ganar la guerra de Ucrania pero tampoco se puede dar el lujo de perderla, por lo que, si se pone demasiado nervioso, podría apretar el botón nuclear, lo que provocaría una proliferación de armas nucleares sin precedentes.
Al igual que hace casi 40 años, tenemos gobiernos poderosos, con incentivos encontrados. EU tiene como objetivo prioritario (aunque no lo sienta así) mantener el sistema que lo posiciona como superpotencia mundial, la élite China busca mantenerse en el poder y acrecentar su base de recursos vía expansión territorial (quizá hacia Siberia) y Rusia busca lo mismo, aumentar su base territorial para acceder a recursos y demostrar fortaleza. Ninguno de los 3 está llevando a cabo acciones que los lleven exitosamente y sin riesgos a esos objetivos por miedo a la reacción de las demás potencias, lo que se traduce en un desperdicio de recursos y vidas y un aumento en las tensiones. Señores, estamos ante otra guerra fría ¿En qué bando estará México?