Estados Unidos tiene una habilidad insólita para convertir incluso los conflictos más desgarradores en parte de su maquinaria de entretenimiento. Esta semana, el presidente Donald Trump se atribuyó el cese al fuego entre Irán e Israel tras semanas de tensión, ataques cruzados y miles de víctimas civiles. A pesar de que la tregua se ha mantenido frágil y las acusaciones entre ambos países persisten, los titulares celebran la mediación de Trump como si fuera una escena culminante en una película de redención política.
En realidad, lo que presenciamos no es un giro diplomático, sino otro capítulo del guion que Estados Unidos lleva décadas escribiendo: uno en el que las guerras son campañas de relaciones públicas, los líderes actúan como estrellas de reality show y la paz es un recurso narrativo más que un compromiso ético. Y cuando alguien se atreve a señalar la hipocresía del imperio, las consecuencias no tardan en llegar.
Eso le pasó a Madonna.
Esto es un excelente pretexto para recordar “American Life”, el álbum que la Reina del Pop lanzó en 2003, justo cuando George W. Bush invadía Irak bajo el pretexto de combatir el terrorismo. En lugar de sumarse al fervor patriótico de la época, Madonna entregó su obra más crítica y valiente. Un disco profundamente político, que se atrevía a cuestionar el sueño americano, la obsesión con la fama, la superficialidad del estilo de vida occidental y la violencia como espectáculo.
El sencillo homónimo se acompañó de un video en el que la cantante desfilaba en una pasarela mientras soldados mutilados y modelos de alta costura eran aplaudidos por un público insensible. Una sátira devastadora sobre cómo Estados Unidos digiere la guerra entre comerciales de televisión y titulares patrióticos. El video fue censurado. La canción fue ignorada. Y el álbum, condenado al fracaso comercial.
Madonna nunca volvió a tener la rotación radial que tuvo en décadas anteriores. A partir de ahí, sólo los sencillos líderes de sus discos —como “Hung Up” o “4 Minutes”— lograron entrar en el top ten de Billboard. Pero más allá del castigo mediático, lo que más impacta es el mensaje: cuando una mujer poderosa señala las contradicciones del país más poderoso del mundo, se convierte en una amenaza. Y las amenazas deben ser silenciadas.
Madonna no ha sido la única. Las Dixie Chicks —hoy The Chicks— también fueron vetadas por criticar la guerra en Irak en 2003. A Sinéad O’Connor le bastó romper la imagen del Papa en televisión para convertirse en enemiga pública en Estados Unidos. No es una coincidencia: cuando una mujer poderosa se atreve a cuestionar los mitos fundacionales del imperio —la guerra, Dios, el orden—, la maquinaria responde con silencio, burla o destierro. Y aún así, ellas siguen cantando.
American Life es un álbum que, 20 años después, resuena con más fuerza. En un mundo donde los gobiernos siguen tratando la guerra como un recurso de imagen, donde el espectáculo lo devora todo, y donde las voces críticas son relegadas a la periferia, la obra de Madonna se levanta como un testimonio incómodo. No fue su disco más popular, pero tal vez sí el más necesario.
Porque si el mundo va a insistir en convertirse en una parodia de sí mismo, necesitamos artistas que se atrevan a incomodar. Aunque eso les cueste su lugar en el paraíso del pop estadounidense.