1er. TIEMPO: El doctor de la soberbia y la fidelidad política. “Ya ven”, dijo la presidenta Claudia Sheinbaum la semana pasada sobre la designación de Hugo López-Gatell como representante de México ante la Organización Mundial de la Salud. “De veras que es increíble”. Ciertamente es increíble, que resucitara políticamente quien tiene deudas monumentales con los mexicanos. López-Gatell llegó a ser una de las figuras más polémicas y controvertidas del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, y su rostro, omnipresente durante los primeros años de la pandemia, pasó de la esperanza técnica a la personificación del desdén burocrático. Fue el manejo de la pandemia de COVID-19, que puso a prueba a gobiernos en todo el mundo, que mostró en México una peligrosa mezcla de soberbia, improvisación y fidelidad política ciega. López-Gatell, formado como epidemiólogo y con buenas credenciales académicas en Estados Unidos, pronto entendió que en ese gobierno no se premiaba la técnica, sino la lealtad. Y la suya, hacia López Obrador, fue total, a costa de la evidencia científica, de las recomendaciones internacionales y, sobre todo, de miles de vidas. El subsecretario de Salud, el zar del coronavirus, decía engolado que no habría más de 60 mil muertos en México por la pandemia. La cifra es la metáfora de este farsante. Al término de la emergencia sanitaria se contabilizaron 805 mil muertes por encima de las curvas endémicas -el llamado “exceso de mortalidad”-, de las cuales 501 mil 835 fueron certificadas directamente al COVID-19 y el resto asociadas a la enfermedad. Su gestión de la pandemia dejó a 215 mil niños en la orfandad, con lo que México ocupó el infame primer lugar en la tasa de menores huérfanos a causa de la COVID. Ningún país en el continente americano tuvo un mayor número de pérdidas en el sector de trabajadores de salud (4 mil 500), y sólo Ecuador, Bolivia y Perú tuvieron más muertes en exceso que México. Pero que nadie se pregunté qué sucedió. López-Gatell llegó por irresponsabilidad de López Obrador y de quién se lo recomendó. Ignorantes, no voltearon a ver lo que sucedió casi una década antes, cuando el presidente Felipe Calderón lo destituyó en cuestión de días por el desastre que estaba causando su estrategia para contener el virus AH1N1. La corrección llevó a que Calderón fuera reconocido en el mundo por el manejo de aquella pandemia. En la que vivió López Obrador, a quien le encargó el control del coronavirus, administró la ignorancia que habitaba en Palacio Nacional con su conocimiento científico sobre epidemias, que cubrieron su incompetencia para contener una pandemia. López-Gatell demostró que era un bombero que solo sabía bajar gatos de los árboles, pero no tenía idea de cómo contener un incendio en el bosque. Su engaño duró meses y para marzo de 2021, su estrella estaba abollada y venía en picada.
2do. TIEMPO: Del rockstar al Doctor Muerte. En algún momento de 2020, meses después de haber estallado la pandemia de la COVID-19, Hugo López-Gatell, nombrado por el presidente Andrés Manuel López Obrador el zar del coronavirus y la voz oficial para explicar todos los días que hacía el gobierno para contener la enfermedad, llegó a pensar que podría ser candidato a la Presidencia. Tenía cautivados a todos por la articulación de sus palabras y la forma didáctica como explicaba la enfermedad. Cautivaba y atrapaba los corazones de mujeres que suspiraban al verlo en las portadas de las revistas, que su equipo en la Secretaría de Salud gestionaba para proyectarlo. López Obrador lo subió a un ladrillo que lo volvió loco. Pese a sus estudios, él estaba en la política, lo que no era nuevo. Desde que estudió en la Facultad de Medicina de la UNAM se había distinguido por ser un “grillo”, y en unos cuantos meses ese rockstar instantáneo ya había dilapidado su capital profesional por la zalamería con López Obrador, llegando a decir una de las más grandes estupideces que se recuerden en un funcionario público, que la fuerza moral del presidente lo defendía de la COVID. Metido en la irresponsable lógica presidencial de negar la gravedad de la pandemia, López-Gatell lo apoyó, declarándose enemigo de los cubrebocas, de las medidas de prevención y de las vacunas, saboteando la compra de las de Pfizer, el primer laboratorio en producir un antídoto contra el coronavirus, que demoró las medidas de prevención para millones de mexicanos. Cuando la Organización Mundial de la Salud criticó a México en abril de 2021 porque se podrían haber evitado casi 200 mil muertes de haber tenido una estrategia adecuada, el impacto que tuvo ese informe en las redes sociales, donde se anidó el mote de Doctor Muerte, López-Gatell empezó a dejar de ser útil. El presidente ya no lo recibía, ni respondía sus mensajes, y tampoco tenía autorizada la entrada a Palacio Nacional. López Obrador había cambiado su estrategia, tirando a la basura a su zar del coronavirus, que fue golpeado duramente por la entonces jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, que comenzó creyendo en él, pero que gradualmente fue persuadida por su madre, la científica Annie Pardo, y su vieja amiga, Rosaura Ruiz, actual secretaria de Estado, para que retomara el camino del conocimiento y peleara en Palacio Nacional contra él, cuya estrategia basada en la minimización del riesgo, el rechazo al uso obligatorio de cubrebocas, y una fallida política de “sana distancia” sin trazabilidad de contagios provocó una tragedia en México. Los modelos matemáticos que presentó fueron opacos y erráticos. Afirmó, en múltiples ocasiones, que la pandemia estaba “domada”, incluso cuando los hospitales estaban desbordados. Fue un desastre científicamente demostrado. Se había convertido en un pasivo político que fue tirado a la basura, hasta que lo rescató Sheinbaum nombrándolo representante de México en la Organización Mundial de la Salud. Pero ese cargo no existe.
3er. TIEMPO: ¿Premio o exilio? Pese al desastre que provocó el zar del coronavirus Hugo López-Gatell con el manejo de la pandemia del coronavirus, el presidente Andrés Manuel López Obrador lo respaldó sin titubeos. En el entorno presidencial, se consideraba a López-Gatell como un “cuadro confiable”, disciplinado y útil para el discurso oficial. Lo que importaba no era frenar la pandemia, sino mantener a salvo la narrativa de un gobierno que se negaba a adoptar medidas que llamaba “neoliberales”, como el confinamiento obligatorio. Cuando las muertes subían exponencialmente frente a los cálculos de López-Gatell, el presidente lo puso en una congeladora, pero no lo despidió porque pensaba que sería utilizado por la oposición para criticarlo. El ego del expresidente era superior al agotamiento con López-Gatell. Lo elogiaba en público, pero lo detestaba en privado. Lo mantuvo con un bajo perfil, pero el doctor se creía vivo, políticamente, y buscó competir por la candidatura de Morena a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. No le alcanzó. Ni su cercanía con el presidente, ni el capital político que creyó haber acumulado, lograron mover la maquinaria partidista que ya estaba con Clara Brugada. Su postulación fue vista como un intento tardío por reciclarse en la política, pero el costo de sus decisiones durante la pandemia era demasiado alto. La sociedad no olvida. López Obrador buscó darle fuero, pero las resistencias en Morena, donde no tenía amarres, no dejaron que pasara. Se movió para buscar la candidatura a la alcaldía de Coyoacán, pero el rechazo interno lo llevó a declarar que no pensaba aspirar a ese cargo. Su relación con Claudia Sheinbaum tampoco era buena, tras un lustro de haber combatido su estrategia contra el coronavirus, y haber sido una de las personas que contribuyó a su desgracia política. López-Gatell creyó que su paso por el poder le daría inmunidad, pero el tiempo lo ubicó en la realidad. Hay decenas de denuncias penales por el manejo de la pandemia y por el desabasto de medicamentos oncológicos, que en la recomposición en las estructuras internas de Morena con Sheinbaum, hay señales de que ciertos expedientes antes intocables podrían reactivarse, particularmente si su utilidad política crece. López-Gatell sería un buen candidato a ello, pero López Obrador no lo podía permitir, porque cualquier golpe a él, terminaría en el expresidente. ¿Influyó él en la designación de Sheinbaum para enviarlo como representante de México en la Organización Mundial de la Salud? Difícil saberlo. Quizás Sheinbaum se adelantó para evitar que los procesos penales contra López-Gatell lleguen a López Obrador. Pero es una burla. La oficina a la que lo envió no existe. Hay una oficina de representación ante todos los órganos técnicos de la ONU, que está en Ginebra. En todo caso será un funcionario menor, muy lejos de lo que pensó tendría como destino. Terminó en las antípodas, como un símbolo del costo humano de una lealtad mal entendida. La defensa que hizo Sheinbaum la semana pasada de él no fue por López-Gatell, fue para ella misma, quizás para esconder sus verdaderas intenciones para sacarlo del país.
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