Mateo 22:39

22 de Agosto de 2025

José Ángel Santiago Ábrego
José Ángel Santiago Ábrego
Licenciado en Derecho por el ITAM y socio de SAI, Derecho & Economía, especializado en litigio administrativo, competencia económica y sectores regulados. Ha sido reconocido por Chambers and Partners Latin America durante nueve años consecutivos y figura en la lista de “Leading individuals” de Legal 500 desde 2019. Es Presidente de la Asociación Nacional de Abogados de Empresa y consejero del Consejo General de la Abogacía Mexicana. Ha sido profesor de amparo en el ITAM. Esta columna refleja su opinión personal.

Mateo 22:39

José Ángel Santiago Ábrego

Todos los días, los periódicos y las redes sociales dan cuenta de asesinatos en México. Normalmente violentos, muchas veces con crueldad inusitada. Golpeados, torturados, baleados, decapitados, desmembrados o, recientemente, explotados con granadas. Cuando uno cree que no puede haber más sevicia, viene la siguiente nota. La impiedad humana siempre se supera: la historia nos muestra que, en realidad, no tiene límite. Lo que, al parecer, sí lo tiene, es nuestra capacidad de asombro. Esa que se comporta inversamente proporcional a la creciente impiedad que vemos a diario. No me queda claro si es lo duro o lo tupido, pero nuestra mente se ha adormecido.

Muchos de los crímenes violentos en nuestro país tienen alguna relación con los carteles de la droga. “Se matan entre ellos”, pensamos. No nos damos cuenta de que enfrentamos una trampa de la mente para poner distancia. Y, con ello, eludimos inconsciente y convenientemente la responsabilidad que nos exige el pertenecer a una sociedad que corre el riesgo de podrirse, mientras secretamente conservamos la esperanza de que alguien más venga a repararla.

Pero el caso de Fernandito, en el Estado de México, vino a pinchar el globo. Un niño de 5 años que fue sustraído como garantía por los acreedores de una deuda de mil pesos y que fue asesinado porque la madre no pudo pagarla. Un caso que pone en evidencia las carencias estructurales de la sociedad que somos. No las del mundo subalterno del crimen, sino de la sociedad y cultura a la que pertenecemos.

Porque este caso no sólo se trata de la investigación, persecución y, en su caso, sanción de las tres personas detenidas y vinculadas a proceso por los hechos delictivos, ni se limita a la investigación de una posible negligencia institucional frente a la desaparición. Y no termina con las reacciones en prensa de nuestros gobernantes, pues más allá de las discusiones legales o políticas, este es un caso que nos confronta sobre los valores que como sociedad mexicana abrazamos: no los que anunciamos, sino los que vivimos.

¿Qué dice de nosotros no sólo el que haya quienes exigen como garantía de deudas la vida de un pequeño, sino el que estén dispuestos a cobrarla? ¿Qué dice el que las autoridades tardaran días en atender las súplicas de ayuda de la madre? ¿Qué nos muestra el que la atención social a un caso como éste esté expuesta a rendimientos decrecientes al igual que cualquier escándalo político?

Pues bien, nos dice que hemos llegado a un grado de alienación tal, que hemos olvidado la dignidad como fundamento del amor propio, de la vida en común y de los derechos individuales. La dignidad como reconocimiento de que todos somos un fin y que, por tanto, no debemos ser usados (ni debemos usar a otros) como herramientas para la consecución de ulteriores fines egoístas. Hemos olvidado la premisa de que hay algo intrínsecamente valioso en cada uno y que las consecuencias sociales de ignorarlo son profundamente dolorosas. La historia está plagada de ejemplos que nos lo recuerdan: genocidios, linchamientos y barbaridades que, tristemente, sería imposible describir en este breve espacio.

¿Te parece que denunciar la erosión de valores es un lugar trillado y sin importancia? Piénsalo dos veces.

* Esta columna se hace en colaboración con María José Fernández Núñez