México frente al VIH

2 de Diciembre de 2025

Julieta Mendoza
Julieta Mendoza
Profesional en comunicación con más de 20 años de experiencia. Es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la UNAM y tiene dos maestrías en Comunicación Política y Pública y en Educación Sistémica. Ha trabajado como conductora, redactora, reportera y comentarista en medios como el Senado de la República y la Secretaría de Educación Pública. Durante 17 años, condujo el noticiero “Antena Radio” en el IMER. Actualmente, también enseña en la Universidad Panamericana y ofrece asesoría en voz e imagen a diversos profesionales.

México frente al VIH

Julieta Mendoza - columna

Cada 1 de diciembre, el mundo recuerda a quienes perdieron la vida por el VIH/SIDA, celebra los avances médicos y renueva el compromiso comunitario por la prevención, el diagnóstico temprano y el respeto a la vida digna de quienes conviven con el virus. En México, más allá de las ceremonias y la simbología roja, los números nos gritan que la batalla no está ganada —y que una parte crucial de la responsabilidad recae en las nuevas generaciones, su conciencia y su actuar.

Según estimaciones de organizaciones internacionales de salud y reportes nacionales, en México viven decenas de miles de personas con VIH. Aunque las cifras oficiales pueden variar, se sabe que un porcentaje importante desconoce su condición. Cada caso detectado representa no solo una historia personal, sino una posibilidad de evitar más contagios, sufrimiento y muerte. En un contexto donde el tratamiento antirretroviral mejora la calidad de vida y puede evitar que la infección evolucione hacia SIDA, lo fundamental no es solo curar, sino —antes que nada— prevenir.

Las autoridades sanitarias han registrado un número considerable de nuevos diagnósticos cada año. Muchas de estas nuevas infecciones ocurren entre jóvenes, especialmente en poblaciones vulnerables como hombres que tienen sexo con hombres, pero también en mujeres y adolescentes, lo que revela que el VIH no distingue género, clase social ni orientación afectiva.

Un diagnóstico tardío —o la ignorancia de portar el virus— pone en riesgo no solo al propio individuo, sino a su entorno: relaciones, familiares, parejas. Además, limita la eficacia del tratamiento. Por eso el acceso oportuno a pruebas de detección debe ser una prioridad y una práctica normalizada, no un tabú envuelto en culpa o vergüenza.
Para muchas personas jóvenes en México, el VIH parece una enfermedad del pasado —un estigma antiguo asociado a generaciones que crecieron bajo otras realidades de salud. Esa percepción es peligrosa. El virus sigue activo, mutando, expandiéndose, y la ignorancia facilita su propagación.

He ahí la urgencia de un despertar generacional: educación sexual honesta, acceso libre a pruebas rápidas, difusión sin prejuicios de información confiable. El sexo seguro, el uso correcto de condones, la comunicación clara con la pareja, el respeto propio y mutuo; no deberían ser vistos como medidas extremas, sino como expresiones de empatía, autocuidado y cuidado comunitario.

En un país donde muchos jóvenes enfrentan incertidumbres económicas, laborales o sociales, hablar de salud sexual puede parecer secundario. Pero la vulnerabilidad no espera. Una sola decisión —una noche sin protección, una prueba postergada— puede alterar vidas enteras.

Detrás de cada estadística hay historias: madres, padres, estudiantes, trabajadores, artistas, jóvenes con sueños. Muchos viven con normalidad gracias a los tratamientos, otros luchan contra la estigmatización, e incluso algunos callan por miedo al rechazo. Esa realidad merece empatía, visibilidad, acompañamiento.

Una política de salud pública eficaz debe garantizar tratamientos accesibles, pruebas gratuitas, campañas verdaderas de sensibilización, respeto a los derechos humanos. Pero también requiere de la sociedad: del gesto de preguntar, de la valentía para hablar, de la solidaridad con quienes viven con VIH.

En ese sentido, las nuevas generaciones tienen una doble tarea: asumir su sexualidad con responsabilidad, y al mismo tiempo impulsar el respeto, la información y la solidaridad. Cuando un joven decide hacerse la prueba, no solo protege su salud: protege a quienes ama, a su comunidad, al futuro colectivo.

No basta con encender un moño rojo, hacer marchas o campañas simbólicas. Recordar el Día Internacional del SIDA implica honrar a quienes se fueron, comprometerse con quienes viven con VIH, y exigir un México donde la prevención, la salud y la dignidad no dependan del lugar de nacimiento ni del poder adquisitivo.

Los números no son meros datos: son una responsabilidad colectiva.