México y Canadá: El Tótem y el Águila

7 de Diciembre de 2025

José Pérez Linares
José Pérez Linares
Abogado y Cronista. Ha publicado en Rumbo de México, Diario DF, El Capitalino.

México y Canadá: El Tótem y el Águila

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José Pérez Linares

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Foto: EjeCentral

En el solemne Salón de Recepciones de Palacio Nacional, la presidenta Claudia Sheinbaum recibió al primer ministro canadiense, Mark Carney. El saludo tuvo la cadencia de un ritual: cortesía, protocolo y un gesto que parecía trascender los documentos y las cifras. Afuera, la ciudad aun respiraba septiembre: banderas colgando de los balcones, flotaba el aroma de buñuelos como resabio de las fiestas patrias, el rumor de los transeúntes y el recuerdo de los sismos, que cada año reaparece como advertencia de la fragilidad compartida. Dentro, la diplomacia buscaba insuflar calor a una agenda cargada de temas técnicos: comercio, migración, energía, minería.

Pero la fuerza de la reunión no residía solo en los números. Era también un mensaje a Washington, una demostración de que México y Canadá estrechan vínculos, a pesar de que la relación ha sido distante y de competencia por el mercado norteamericano. La visita transmitía que, pese a la distancia histórica, ambos países pueden construir, converger y coordinarse con visión común.

Más allá del protocolo, la relación entre México y Canadá se ancla en símbolos que atraviesan tiempo y geografía. En el corazón del Bosque de Chapultepec, encontramos un Tótem que se alza con solemnidad milenaria. Tallado por la nación originaria de Columbia Británica, el pájaro de trueno, la nutria y la serpiente marina de dos cabezas observan la ciudad desde su pedestal, recordando mitos que trascienden. El Tótem fue obsequiado a México en 1960 como gesto de amistad y para conmemorar en ese entonces el 150 aniversario de la independencia de México, actualmente este símbolo conecta con la agenda binacional para los pueblos originarios y la gestión ambiental.

La Efigie, en su silencio de madera tallada departe con el águila devorando la serpiente sobre el nopal, el símbolo que dio vida a México-Tenochtitlan y corona nuestro escudo nacional. Entre madera y piedra, entre dos naciones y dos historias, se ha establecido un puente que sostiene la verdadera columna vertebral de una nueva diplomacia.

La historia de esta relación se remonta mucho más atrás. En el siglo XIX, Benito Juárez reconoció a los kikapú, originarios de los Grandes Lagos —territorio que hoy pertenece a Canadá y Estados Unidos—, su derecho a asentarse en Coahuila, en El Nacimiento, con la misión de poblar y proteger la frontera norte. Esa comunidad binacional mantiene aún movilidad transfronteriza, demostrando que los pactos de defensa y los lazos estratégicos han formado siempre parte de la relación de México con los pueblos del norte.

A principios del siglo XX, mientras México buscaba reconstruirse tras la Revolución, familias menonitas llegaron desde las praderas canadienses de Manitoba y Saskatchewan a las tierras áridas de Chihuahua. Trajeron semillas, Biblias y un idioma propio: el Plautdietsch. El Estado mexicano les otorgó tierras y permisos para mantener su cultura y religión. Con su trabajo incansable, transformaron el desierto en campos fértiles; sus escuelas autónomas, queserías y talleres se convirtieron en un mosaico vivo que alimenta buena parte del país. Este desplazamiento demuestra que la movilidad impulsada por la búsqueda de un futuro también construye puentes silenciosos entre naciones.

Hoy, la Ciudad de México conserva huellas de la presencia canadiense en un contexto urbano y contemporáneo, desarrollos artísticos como “The Eye of Mexico” escultura creada con Inteligencia Artificial en Polanco, y redes de expatriados que dejaron huella en la Condesa y la Roma, en cafés, librerías y universidades. Los lazos se tejen en la vida cotidiana, en la cultura y en los barrios donde convergen lenguas y costumbres.

Mientras Sheinbaum y Carney dialogaban, la reunión, más allá de agendas y cifras, fue un esfuerzo de coordinación estratégica y geopolítica para fortalecerse mutuamente.

Entre Palacio Nacional y Chapultepec, entre la madera y la piedra, late la certeza de que los puentes entre México y Canadá se edifican con historia, símbolos y comunidades que resisten el tiempo. La reunión en la ciudad de México fue, un diálogo entre el Tótem y el Águila -- teniendo de por medio un flujo comercial y de inversiones que supera los 56 mil millones de dólares— mientras que allá, a lo lejos se escucha el estruendo de quien levanta muros; aquí, dos naciones recuerdan que los símbolos de unidad pueden ser más fuertes que los aranceles, que hay dignidad binacional.