Fui creyente tuyo y de tu proyecto, un fiel seguidor y defensor de tu grupo de influyentes luchadores sociales y compañeros de deliberada lucha; por eso guardé silencio tanto tiempo. Pero ya se pasaron de incongruentes, y por eso, hoy los denuncio.
Hay que decirlo claramente: existen luchas políticas que conmueven y dignifican, y otras dignas de convertirse en los retortijones de la histérica historia de una decadencia... y ahí están tú y tus amigues, embarrados de guano y, aun así, presumiendo su perfume al mundo entero.
Pasaron, sin reparos ni vergüenzas, de activistas libertarios a devenidos voceros y justificadores de la opresión y la censura; de ángeles de la guardia social a querubines de la Guardia Nacional. ¿Recuerdas cuando protestaban contra el endeudamiento público generacional y la militarización nacional, que ahora defienden con tan poca vergüenza? ¿Quién los hubiera imaginado tan serviles de un régimen autocrático?
Ahora veo que lo hacían —y tú los liderabas— sólo porque aquel papel les daba notoriedad, que capitalizaron en acumulación, en negocios, en becas, en publicidad oficial y en la palmadita moral en la espalda por parte del círculo rojo. Criticar al poder les era rentable porque el poder estaba lejos. Pero ahora que el poder les paga la nómina, la rebeldía ya no conviene. Y sin recato, inflan el pecho cuando dicen estar abiertos al diálogo y a la crítica, cuando en realidad sólo lo hacen para respirar cumplidos y disfrutar relamidas mutuas.
Todos, pero en especial tú, son parte del aparato que vigila, silencia y señala disidencias. Se te acabó la indignación porque te diste cuenta de que es más fácil gritar “¡libertad de expresión!” cuando puedes controlar el switch del micrófono. Olvidaste que lo difícil, para el pueblo, es protestar contra el poderoso, y tú te convertiste en el eco institucional del mismo sistema omnipresente que antes jurabas combatir.
Y pensar que fuiste ícono de la rebeldía, que marchabas contra la coerción, gritabas contra el autoritarismo, pero ahora comes en restaurantes caros mientras bebes mezcales de cuatrocientos pesos el trago —porque se marquetean como “comercio justo”— y justificas el espionaje institucional llamándolo “protección al pueblo”. ¿Recuerdas que te indignabas, que te rasgabas las vestiduras en las redes sociales por el uso de Pegasus y protestabas con el puño en alto por la construcción de un lago artificial “neoliberal” en un aeropuerto fifí? Ahora guardas un silencio tan profundo que podría responder a un iluminado en un retiro espiritual en Malinalco.
Así callas mientras talan selvas, relegan civiles a militares y colocan cámaras en cada esquina. Callas mientras aparecen 381 cadáveres en un crematorio clandestino en Ciudad Juárez y no eres ni para levantar un hashtag. Porque claro, cuando eran 43 en Guerrero paralizabas el país porque te convenía; pero hoy, si acaso, sólo intentas dar “contexto”: por gobernanza, por estrategia, por narrativa. No me engañas, aunque digas que lo suyo es diferente, que “es por seguridad” que el gobierno rastree celulares, desaparezca el INAI e inutilice —aún más— el Poder Judicial. Sí, excompañero, ya puedes colgar en tu oficina un marco dorado con un diploma de graduado en control social.
De defensor de la diversidad y activista LGBTQ+ de camiseta ajustada y tuit llorón, ahora abogas por la censura de contenidos que resulten incómodos y ofensivos, según tu criterio y sin intervención de un juez.
¿Te das cuenta de que esto es como si un drag o una persona trans abogara por Hamas o exigiera que se instalara la sharía como en Medio Oriente? ¿Eres capaz de dimensionar que transformaron a Gramsci en una izquierda boutique que sólo usa al pueblo y a la sociedad civil como avatar? ¿Una izquierda a la que le importa más el lenguaje incluyente que el precio del pollo y el huevo? Y mientras los feminicidios suben, las desapariciones aumentan y los abusos, la corrupción y la violencia se multiplican, ustedes andan felices, armando coloquios para hablar de “Pepe Mujica”.
De rebeldes a burócratas con glitter; de activistas a curadores de un oficialismo autoritario. De llenarse la boca de “derechos humanos” a vomitar desechos ideológicos porque justifican la hipervigilancia estatal como placebo de seguridad. La misma retórica que se usó por décadas, pero ahora lo hacen con filtros de Instagram y con pronombres en la bio.
Muy rápido pasaron de revolucionarios a empleados con gafete y cancerberos del sistema, porque ahora ustedes son el sistema.
Por eso los denuncio a todos. Y a ti, y a tu incongruencia, abiertamente te declaro mi desprecio entero.
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