Mujeres que hicieron la independencia

17 de Septiembre de 2025

Julieta Mendoza
Julieta Mendoza
Profesional en comunicación con más de 20 años de experiencia. Es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la UNAM y tiene dos maestrías en Comunicación Política y Pública y en Educación Sistémica. Ha trabajado como conductora, redactora, reportera y comentarista en medios como el Senado de la República y la Secretaría de Educación Pública. Durante 17 años, condujo el noticiero “Antena Radio” en el IMER. Actualmente, también enseña en la Universidad Panamericana y ofrece asesoría en voz e imagen a diversos profesionales.

Mujeres que hicieron la independencia

Julieta Mendoza - columna

Cuando pensamos en los héroes de la independencia de México, la imagen que viene a la mente suele ser la de hombres con sombrero y espada: Hidalgo, Morelos, Guerrero. Pero detrás , y muchas veces delante, de esos rostros hubo mujeres cuya determinación y riesgo cambiaron el curso de la nación. Lo sabemos.

No hablo de una súplica romántica por el pasado: hablo de hechos comprobables, de redes de información, de dinero, de mensajeras y de voces que se atrevieron a desafiar ordenes y conventos para encender una rebelión que duró once años. La independencia no solo se gestó en el campo de batalla; se tejió en salones, en casas, en conventos y en sobres escondidos bajo faldas.

Leona Vicario, por ejemplo, no fue una heroína de cartón. Era una mujer de recursos que usó su fortuna y su pluma para sostener a los insurgentes: financió operaciones, difundió noticias y actuó como enlace entre conspiradores en la Ciudad de México. Su participación fue tan concreta que la convirtió en una figura clave del movimiento y, con ello, en una de las primeras periodistas y mecenas políticos del México independiente. Su historia demuestra que la independencia necesitó tanto de caudillos como de ahorros monetarios y mensajes que cruzaran la ciudad sin levantar sospechas.

En Querétaro, Josefa Ortiz de Domínguez , la “Corregidora”, fue otra pieza fundamental: al descubrir que la conspiración había sido delatada, hizo sonar la alarma desde su propia casa para que los insurgentes adelantaran el inicio del levantamiento; ese acto puntual cambió la secuencia de los hechos y salvó la operación de la conspiración de la extinción silenciosa. No fue un gesto emotivo: fue una decisión estratégica, con costo personal (represalias, encarcelamientos y reclusión en conventos). Su determinación individual catalizó un movimiento colectivo.

Y están las historias de mujeres como Gertrudis Bocanegra, quien actuó como mensajera y enlace en Michoacán, y pagó con la vida su compromiso: capturada, torturada y ejecutada, su ejemplo muestra la dureza de la represión real contra quien no aceptó el papel pasivo que la sociedad colonial les asignaba. Estas vidas, por mucho tiempo, reducidas a estatuas o a una línea en los libros, fueron en realidad nodos operativos de una insurgencia que dependía de la movilidad, la discreción y la confianza mutua entre quienes la sostenían.

Releer este pasado no es un gusto académico con matiz feminista: es una corrección necesaria. Estudios y artículos recientes han resaltado la multiplicidad de roles femeninos, desde enfermeras y cocineras hasta espías y financiadoras, que hicieron posible la lucha independentista. La historia oficial, construida durante décadas, tendió a invisibilizar esas actividades porque no encajaban con la narrativa heroica centrada en batallas y varones. Al recuperar estos relatos comprobados, comprendemos que la independencia fue también producto de estrategias sociales: redes domésticas, economía familiar, redes de información, que tuvieron rostro de mujer.

Hoy,cuando México está gobernador por primera vez por una mujer, y se habla sobre participación política, igualdad y memoria histórica, es justo reconocer que la acción política puede adoptar formas diversas y cómo las mujeres han sabido operar eficazmente en espacios que la historia formal a veces les niega. Esa revisión obliga a preguntarnos qué otras contribuciones han sido desplazadas por relatos hegemónicos y qué historias seguimos necesitando traer a la luz.

Confieso que fue profundamente inspirador haber escuchado las arengas de la independencia, el “grito tradicional” desde Palacio Nacional en voz de una mujer, la primera en 215 años y que emoción recordar la valentía de quienes, sin espada, sostuvieron la guerra con tinta, con ropas que ocultaban mensajes y con la firmeza de quien arriesga su libertad por una idea.

Traer a la mente esas mujeres no disminuye a los héroes tradicionales; los enriquece. Y sobre todo nos recuerda que la historia se hace en muchos niveles: en los discursos públicos y en los silencios valientes. Reconocerlo es, finalmente, un acto de responsabilidad cívica y de gratitud histórica.