Octubre llega con su aire tibio y nostálgico, recordándonos que el año está a punto de despedirse. Las hojas caen, los días se acortan y, de algún modo, se hace evidente el paso del tiempo. Es también un buen momento para reflexionar sobre nuestros hábitos, y en particular, sobre uno que muchas veces descuidamos: la lectura. Porque, seamos honestos, hay quienes todavía no han abierto un solo libro este 2025. Y no hablo solo de novelas o poesía, sino de cualquier lectura que nos haga pensar, sentir o imaginar.
La lectura no es un lujo; es un acto de vida. Desde muy jóvenes, nos enseñan a leer para aprender, para aprobar exámenes, para cumplir con tareas. Pero leer no debería ser solo una obligación: es un puente hacia mundos nuevos, una manera de comprender al otro y de comprendernos a nosotros mismos. Como decía el escritor estadounidense Ray Bradbury, “No hay sustituto para leer un libro. La lectura nos da un lugar adonde ir cuando necesitamos escapar, pero también un espejo en el que mirarnos”. Ese espejo es necesario en todas las etapas de la vida, pero especialmente entre los más jóvenes, que hoy crecen en un mundo saturado de pantallas, notificaciones y estímulos fugaces.
No puedo dejar de pensar en cómo la tecnología ha transformado nuestros hábitos de lectura. Los teléfonos, las redes sociales y las plataformas de video capturan gran parte de nuestro tiempo, y muchas veces nos sentimos satisfechos con leer un titular, un tuit o un mensaje corto. Sin embargo, la lectura profunda, esa que nos detiene (nos hace reflexionar y nos cambia lentamente), sigue siendo insustituible. Los libros nos enseñan a escuchar, a imaginar y a empatizar de maneras que ningún algoritmo puede reemplazar. Jorge Luis Borges lo expresaba de manera elegante: “Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca”. Y es que, en efecto, cada libro es un pequeño paraíso, un espacio íntimo donde podemos explorar ideas y sentimientos sin prisa, con libertad.
La importancia de cultivar este hábito se extiende más allá del placer individual. Una sociedad que lee es una sociedad que cuestiona, que piensa críticamente y que se comunica con mayor claridad. Cuando los jóvenes leen, no solo adquieren información: desarrollan creatividad, fortalecen su vocabulario, aprenden a escuchar voces distintas y, sobre todo, a respetarlas. Leer es una manera de abrir ventanas a otras culturas, otras épocas y otras vidas. En un mundo que a menudo parece polarizado, los libros son un recordatorio de nuestra humanidad compartida.
Octubre, entonces, se convierte en un mes simbólico. Nos recuerda que el tiempo pasa y que todavía podemos rescatar momentos para la lectura. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en 2024, los mexicanos leyeron en promedio 3.2 libros al año. Esta cifra representa una ligera disminución respecto a los 3.4 libros promedio registrados en 2023. A pesar de que los libros fueron el material más leído, seguidos por páginas de internet, foros o blogs, revistas y periódicos, el número de ejemplares leídos fue menor en comparación con años anteriores. En 2015, el promedio era de 3.6 libros, y en 2022 alcanzó su punto más alto con 3.9 libros leídos por persona.
Aún estamos a tiempo de abrir un libro y dejarnos atrapar por él, de descubrir un autor que nos conmueva, una historia que nos enseñe, un poema que nos calme o nos haga recordar al buen amor. No importa si es un libro largo o corto, si es ficción, ensayo, cómic o poesía: cada página cuenta, cada palabra suma. Incluso leer cinco minutos al día es un acto de resistencia frente a la velocidad de la vida moderna.
Para quienes sienten que han perdido el año sin leer nada, esta reflexión no es un reproche, sino una invitación amable. Nunca es tarde para empezar. Cada página es un nuevo comienzo, un encuentro con ideas y emociones que, de otra manera, quizás no habríamos conocido. Y prefiero que lo diga Virginia Woolf, “No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente”, y leer es, precisamente, una manera de ejercer esa libertad.