¿Quién merece una embajada?

27 de Agosto de 2025

Pablo Reinah
Pablo Reinah
Periodista con 28 años de experiencia en televisión, radio y medios impresos. Ganador del Premio Nacional de Periodismo 2001, ha trabajado en Televisa, Grupo Imagen y actualmente conduce el noticiero meridiano en UNOTV. Ha colaborado en medios como Más por Más, Excélsior y Newsweek. Es autor del libro El Caso Florence Cassez, mi testimonio y asesor en medios de comunicación.

¿Quién merece una embajada?

Pablo Reinah columnista

En un mundo donde las relaciones internacionales moldean el destino de las naciones, el Servicio Exterior Mexicano es el rostro de México ante el mundo. Ser embajador no es solo un título de honor, sino una responsabilidad que demanda preparación, ética y compromiso. Pero ¿quién es digno de esta misión y quién no debería asumirla?

La ley mexicana establece requisitos claros para ser embajador: ser mexicano por nacimiento, sin otra nacionalidad, mayor de 30 años, en pleno goce de derechos civiles y políticos, y con méritos comprobados. Se exige al menos una licenciatura y, para quienes no son diplomáticos de carrera, un curso especializado en política exterior. Los embajadores de carrera, forjados tras años de servicio, enfrentan exámenes rigurosos: pruebas de cultura general, idiomas (inglés y otro idioma oficial), redacción de ensayos, y evaluaciones médicas y psicológicas. Estos filtros aseguran que solo los más capacitados representen a México.

Un embajador ideal debe dominar la negociación, entender las sutilezas culturales y hablar varios idiomas con fluidez. Su labor incluye defender los intereses nacionales, mediar en conflictos y proteger a los mexicanos en el extranjero. Figuras como Jaime Torres Bodet, quien fortaleció la cooperación cultural en Francia, demuestran que la formación puede variar, pero la excelencia es innegociable.

No obstante, no todos son aptos. Los nombramientos políticos de personas sin experiencia diplomática o con trayectorias cuestionables han generado controversia. Quienes carecen de conocimientos en relaciones internacionales o han mostrado conductas poco profesionales, como en eventos oficiales, no deberían ocupar estos cargos. La diplomacia no es un trofeo político, sino una vocación de servicio.