En estos meses se han presentado situaciones que ponen de manifiesto diversas tensiones en la relación entre México y los Estados Unidos. Algunas de las más destacadas se refieren a la retórica de Trump relativa a incrementar la cantidad de fábricas en su país para lograr una mayor generación de empleos mediante la imposición de aranceles a los productores que fabriquen sus bienes fuera del territorio estadounidense; las reformas constitucionales que se han llevado a cabo recientemente en México y que ponen en entredicho los compromisos internacionales que se refieren a la creación de un árbitro en materia de competencia económica para evitar que un participante, a través de conductas monopólicas, termine por perjudicar a los competidores de los demás países; o la acusación de que México es la puerta trasera de China para introducir sus mercancías en América del Norte y sin pago de los aranceles correspondientes.
Si sumamos todas estas consideraciones, podría parecer que estamos próximos a un rompimiento de nuestra alianza comercial o, por lo menos, un replanteamiento. Sin embargo, hay al menos tres factores que podrían desincentivar modificar el ajedrez geopolítico en estos momentos.
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El primero es la posible guerra comercial entre China y EUA. Es altamente probable que la administración Trump considere que la prioridad en estos momentos es permanecer competitivo frente a China, para evitar un desplazamiento de su hegemonía política y económica, lo que podría implicar que, en función de mantener esa posición, EUA encuentre algún interés en no debilitar su alianza con México, que, en conjunto con Canadá, hacen de América del Norte la región más rica del planeta.
En segundo lugar, el tratado comercial entre México, Estados Unidos y Canadá puede ser revisado en 2026. Esto implica que se evalúe su funcionamiento y se planteen posibles cambios para volver su aplicación más eficiente; sin embargo, esto no significa que pueda ser modificado o renegociado, lo cual podría llevarse a cabo únicamente hasta 2036. Lo que sí puede ocurrir es que, debido a posibles violaciones del acuerdo por parte de alguno de los miembros, se recurra a un panel internacional, mecanismo regulado en el propio tratado y diseñado para dirimir controversias entre los miembros a fin de determinar si hubo incumplimiento y establecer una sanción para la parte responsable. Pero eso es muy distinto a una renegociación.
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En tercer lugar, y no por eso menos importante, más allá del tema económico, Estados Unidos tiene otros intereses que lo mantienen atado a México. Los dos más importantes son la migración y el narcotráfico. Para evitar que cualquiera de esas dos cosas termine por afectar a la población o a la economía de nuestro vecino del norte, su gobierno debe encontrar la manera de conseguir la cooperación del gobierno mexicano, para lo cual es indispensable que los intereses de ambos países se encuentren alineados.
Si algo nos enseñó Trump en su primera presidencia es que es un hombre pragmático, y, como tal, lo más probable es que tome decisiones más conciliadoras de lo que pregona. Sin embargo, no debemos descartar una desintegración del T-MEC, ya que tanto Estados Unidos como Canadá han coqueteado con políticas exteriores proteccionistas que podrían llevar a una situación de no retorno. Aunque eso no le convenga a nadie en términos reales, parece estar ganando atractivo electoral, tal y como ocurrió con el Brexit.