La tormenta del sábado pasado inundó de manera súbita el oriente de nuestra Ciudad de México. Más de 21 mil familias en Ciudad Neza y La Paz, así como más de 2 mil hogares en Iztapalapa, quedaron bajo aguas sucias. En la ciudad y la cuenca, los vasos reguladores son infraestructuras invisibles para muchos, pero decisivas cuando cae la lluvia. Técnicamente se definen —como lo hace la Comisión Nacional del Agua— como presas o embalses diseñados para captar, almacenar temporalmente y “laminar” avenidas pluviales o escurrimientos, de modo que el agua no llegue de golpe a zonas urbanas ni a sistemas de drenaje ya saturados.
Su naturaleza puede ser artificial (excavaciones, bordos, pequeñas presas) o bien la recuperación de depresiones naturales adecuadamente controladas. La capacidad de estos cuerpos varía según su tamaño y objetivo. La Laguna Mayor (Guelatao) tiene una capacidad de 500 mil m³, pero, al contar con el drenaje profundo a unos 16-18 metros de profundidad, existe la posibilidad de realizar dragados que incrementen su volumen útil.
En el caso del vaso regulador El Salado, las proyecciones señalan un almacenamiento de 600 mil m³; además, al ubicarse en una superficie no habitada, representa un sitio idóneo para instalar una planta de tratamiento de aguas que pudiera alimentar los cuatro vasos reguladores de Iztapalapa. En términos simples: hablamos de contenedores capaces de retener volúmenes equivalentes a varios estadios de fútbol llenos hasta el tope.
¿Qué hacen exactamente? Su función primaria es reducir picos de caudal —laminar avenidas— para evitar inundaciones río abajo y dar tiempo a que la red de desalojo (colectores, túneles emisores, plantas de bombeo) evacúe o redistribuya el agua. Además, cuando se gestionan bien, protegen bordos y cauces, permiten regular caudales ecológicos y pueden servir como reservorios temporales para usos controlados.
Pero su eficacia depende de operación, limpieza y mantenimiento constantes: el azolve, la basura y el crecimiento urbano reducen rápidamente su capacidad útil si se abandonan. ¿Y convertirlos en lagunas artificiales de agua tratada? Eso es lo que propongo: transformarlos para almacenar agua depurada y, al mismo tiempo, dotarlos de valor ambiental y social. Las secretarías y planes oficiales ya exploran caminos afines. SEDEMA y otras instancias han impulsado humedales reconstruidos, rehabilitación de vasos reguladores y su vinculación con plantas de tratamiento para mejorar la calidad del agua y crear espacios verdes urbanos. El calentamiento global —aumento sostenido de la temperatura atmosférica— nos obliga a actuar.
En México debemos implementar estrategias concretas: transformar vasos reguladores en grandes lagos artificiales de agua tratada, restaurar Rio Tacubaya, Rio Becerra y Rio La Piedad con miras a su desentubamiento, romper banquetas para sembrar árboles, reverdecer espacios públicos, pintar techos de blanco y multiplicar las sombras urbanas, entre otros.
Propongo un nuevo mapa hídrico para la Ciudad de México. Su reconversión inteligente hacia lagunas o humedales de agua tratada es una opción viable y deseable, siempre que venga acompañada de tratamiento efectivo, mantenimiento institucional y participación comunitaria.
Si queremos ciudades esponja y más verdes, debemos repensar el urbanismo con proyectos transexenales, donde los verdaderos guardianes de las obras sean las y los ciudadanos.