El 16 de septiembre es, sin lugar a dudas y justificadamente, el día más mexicano del año. También está el 12 de diciembre, que contiende y podría superarlo; pero no podemos olvidar que ese día concierne a quienes profesamos la religión católica, y aunque somos una gran mayoría, no somos todos. El primero, en cambio, sí nos abarca por igual, al conmemorar el comienzo real de nuestro país y, con él, nuestra nacionalidad.
Celebrar la independencia constituye una obligación moral de todos los mexicanos, por ser el momento histórico a partir del cual nace nuestra identidad; sin embargo, para quienes actúan y ejercen las funciones de gobierno, en quienes queda depositada la soberanía nacional, representa un deber irrenunciable que deben recordar y cumplir absolutamente todos los días.
En esta época en la que las relaciones humanas se encuentran profundamente entrelazadas por las redes sociales a lo largo de todo el planeta, y en la que el comercio liga y vincula mercados de los cinco continentes, hablar de independencia nacional adquiere una connotación distinta de aquella que podía perseguirse en los inicios del siglo XIX.
La interdependencia mundial en torno a un importante cúmulo de productos, bienes y servicios asociados a la continuación de nuestro modelo de vida —comenzando por la telefonía y el internet, y siguiendo por la alimentación, la cultura y la medicina— produce como efecto una imposibilidad real de que exista un solo país que, auténticamente, pueda considerarse absolutamente independiente. Todos, en alguna medida, dependemos de los demás.
Puede haber discursos como el sostenido por el Presidente Trump, en el que presume que todo el mundo depende de Estados Unidos y ellos, propiamente, no dependen —o, más bien, no necesitan— de nadie. Sin embargo, más allá de la retórica político-coyuntural, bien sabemos que incluso nuestro vecino del norte, la economía más potente del mundo, está asociada y depende de muchos países que aportan insumos invaluables para continuar su marcha.
Resulta innegable el advenimiento de China como polo de desarrollo y referencia de crecimiento mundial. La lucha subyacente que enfrenta la potencia asiática contra Occidente, en la que confluyen intereses norteamericanos y europeos, constituye la fuente de tensión económica y política que mantiene al planeta en vilo y atento a la posibilidad de una guerra.
En ese contexto histórico, México debe decidir con objetividad y frialdad el nuevo concepto de independencia al que desea adherirse: ¿continuaremos aludiendo a nuestra independencia en términos retóricos o cuidaremos de nuestra libertad en atención a un conjunto de valores y convicciones que demandan asumir posiciones claras en el tablero de la geopolítica mundial?
Mientras la Presidente de México reitera, un día sí y otro también, que nuestro país es independiente, da muestras de subordinación a las decisiones que convienen a la región en la que está situado. Justo el 9 de septiembre pasado, una semana antes de este día en que la celebración de nuestra autonomía soberana nos convoca, la Secretaría de Gobernación envió al Congreso de la Unión la iniciativa para reformar la Ley de los Impuestos Generales de Importación y Exportación, a través de la cual se propone imponer un gravamen significativo a todo producto proveniente del extranjero –de países con los que México no tiene un tratado comercial– en los ramos automotriz, textil, vestido, plástico, siderúrgico, electrodomésticos, aluminio, juguetes, muebles, calzado, marroquinería, papel y cartón, motocicletas, remolques y vidrio.
La iniciativa encaja perfectamente en la política de sustitución de importaciones que perduró de la década de los 40s hasta la década de los 70s, que buscó afanosamente industrializar al país prescindiendo del comercio exterior, y que demostró ser insostenible y negativa para la economía nacional. No obstante, resulta plenamente coincidente con la política arancelaria que impulsa la administración republicana de Estados Unidos. ¿Somos verdaderamente independientes?
En la situación histórica que nuestra generación atraviesa, considero perfectamente válido y consistente con nuestra independencia nacional asumir posiciones que nos convienen, son lógicas y esperables en la situación regional a la que pertenecemos. España, Francia o Alemania pueden hablar de su independencia en el contexto de su pertenencia a la Unión Europea, y no resulta incongruente en modo alguno.
México forma parte integral, jurídica y políticamente, de una región de integración de América del Norte a la que geográfica, social y económicamente pertenece, y de la cual no se puede desligar. Mal haría cualquier administración si, con el afán de defender equivocada y distraídamente nuestra independencia, negara la profunda relación, dependencia comercial e interés que mantiene —y debe cuidar— con aquellas economías con las que está largamente asociada.
Nuestro país está libre e independientemente obligado a defender las convicciones de occidente, y esa defensa comienza a través del comercio y la economía. ¡Viva México Independiente! El que consolidamos en 1821 y éste que, en 2025, debemos consolidar y cuidar. La independencia, como el vino, masdura y mejora con el tiempo.