Hace tiempo que había tenido ganas de conocer este lugar. Después de haber viajado extensivamente en la zona del Levante -que comprende Siria, Líbano, Israel, Palestina y Jordania-, no hay nada como despertar el paladar para viajar otra vez. Para mí todo se reduce a una vez más encontrar un buen pan árabe, ligerito, calientito, para acompañar el mezze, nombre que proviene de la palabra persa mazze, que significa sabor y que consta de una serie de pequeños platos con una diversa selección de entradas como el humus de garbanzo, el jocoque, algún platillo con berenjena como mutabbal o babagahanoush, aceitunas, preparaciones con cordero que pueden ir desde las tradicionales hojas de parra, hasta mi favorito, los kibbeh crudos. Los sabores del aceite de oliva, entretejen los distintos condimentos y acompañado de un buen vino tinto de la zona de Medio Oriente o del Cáucaso. Estos vinos se conocen poco en México, pero que son de primera y sea dicho desde los fenicios se consumen en la zona. Esta combinación es un festín de reyes.

Así, llego a este pequeño restaurante un sábado a mediodía. El lugar está rústicamente decorado e inmediatamente te transporta a un restaurante de barrio, con mesas de madera, pero también con diseño que se ve desde los cubiertos, hasta en detalles como la dorada y moderna barra que divide el salón y la cocina, las servilletas, los cojines y decoraciones en las mesas.

Al sentarte te ofrecen una amplia selección de cocteles, aunque optamos mejor por ver la carta de vino. Me impresiona la variedad de vinos con etiquetas diferentes que tienen. Se ve que ha habido un gran esfuerzo de curaduría para ofrecerle al comensal una carta diferente que vaya bien con la comida que se ofrece. Le pedimos ayuda al mesero para escoger el vino y le decimos que estamos indecisos entre un vino de Georgia o uno de Armenia. Ambos países se disputan ser la cuna de la producción y consumo de vino, incluso antes de Cristo. El desconocimiento del mesero sobre el tema es evidente, aunque con las mejores intenciones trata de ayudarnos. Al final es la curiosidad de la región que nos invita a seleccionar el vino: un Chateau Marko 2010 de Georgia elaborado a partir de la uva Saperavi, autóctona de la región. Al mismo tiempo ordenamos unas entradas y después unos platos principales, todos para compartir al centro.

La experiencia resulta una continua descoordinación entre la cocina y el servicio. La cocina funciona como bólido y rápidamente empieza a llegar la comida a la mesa: el humus, de una textura sedosa, ligera y con un balance de sabor impecable, combinando la pasta tehina, elaborada con ajonjolí y aderezado con aceite, perejil y páprika. Inmediatamente el Salatim o lo que conocía yo como mezze, incluyendo jocoque, aceitunas, ensalada de lentejas, babahganoush (berenjena a las brasas, perejil, cebolla y limón), una preparación de papa con huevos duros condimentados, betabeles encurtidos y ejotes picantes con harissa. Después llegan unos cigarros marroquís en forma de tubitos de una delgada pasta frita rellenos de mollejas e hígado de ternera que están preparados como si fueran paté, pero que en lo personal sentí grasosos. La pequeña mesa para dos está a punto de desbordarse con la comida, pero aún seguimos esperando el vino. Nos comenta el mesero que lo está enfriando todavía ya que se calienta mucho en la bodega.

Empezamos a picar lentamente esperando el vino. Cuando finalmente llega el vino, le pedimos al mesero que por favor le pida a la cocina que detenga los platos que siguen. Al estar diciéndolo llega otro platillo un kibbeh crudo montado sobre pan árabe tostado. Finalmente tenemos un respiro, llega el vino y dejan de llegar los platillos. El vino resulta una delicia. Hay preparaciones que sin duda merecen mención, como el humus que es fenomenal. Del salatin, recomendaría pedir aceitunas, jocoque y el babaganoush que estaban deliciosos, así como las lentejas que también estaban muy buenas. Lo demás, las papas, los ejotes y betabeles, eran preparaciones simples, pero que no brillaban en nada, los condimentos los sentí apagados en el paladar, cosa que no me pasa demasiado frecuente cuando como esta comida. Del kibbeh no tengo mucho que decir tampoco, la preparación visualmente es muy bonita, sin embargo, no sólo es difícil de comer, pues hay que desmontar el plato, romper el pequeño pan árabe tostado y comerlo a cucharadas. Los sabores me parecieron más una preparación con un uso liberal de harissa, que me recordó a una salsa siracha vietnamita. Pero bueno, entiendo el tema de libertad creativa del cocinero, también se vale. Al pedirlo me imaginaba algo más casero, con aceite de oliva, cebolla, hierbabuena y las especias que elija el cocinero, que permitan que la carne se saboree en cada bocado.

Después llega el chamorro de cordero, montado sobre un arroz con azafrán con una salsa especiada de tamarindo, es una delicia. La sazón está increíble y recomendaría mucho pedirlo. Sin embargo, es triste que un plato tan rico esté frio. Lo más probable es que al pedir que detuvieran el plato, solo lo pusieron a un lado, sin calentarlo antes de servirlo a la mesa. Al estar disfrutando de nuestros últimos bocados, llegó el sommelier a nuestra mesa. Sin preguntar siquiera, le sirvió todo el vino restante a mi acompañante, sin considerar a mí. Fue evidente su falta de manejo del protocolo de servicio, y también lo poco caballeroso que resulta su gesto. Pero bueno, nada que no se resuelva con distribuirlo entre las dos copas una vez que se ha ido el sommelier. Le comentamos al mesero el fin desafortunado. Nos pregunta que queremos de postre, decidimos no pedir nada. Sin embargo, el mesero amablemente nos trae un postre disculpándose por lo sucedido.

Así la visita resulta gratificante, por una parte. Los sabores de algunas preparaciones me transportan una vez más al Medio Oriente y me quedo invitada a regresar. Ojalá y con el tiempo Merkavá encuentre un balance y una coordinación que resulte en una experiencia en su totalidad más grata para el comensal. Espero que tengas un fabuloso día y recuerda, ¡hay que buscar el sabor de la vida! *** Merkavá Avenida Ámsterdam 53, Hipódromo Condesa Tel: 5086-80-65 Reservación necesaria. La puedes hacer fácilmente por OpenTable.