Las frecuentes crisis migratorias no dejan de estar presentes en América Latina y el Caribe, con todos los sucesos que conlleva, como la inseguridad de los migrantes, la violación a sus derechos fundamentales, la vulnerabilidad ante la corrupción de autoridades migratorias y de la policía y el crimen organizado.
Recientemente Panamá enarboló su preocupación por el incremento de los flujos migratorios a través del Tapón del Darién, país que anunció nuevas medidas para contenerlo, con el aumento de deportaciones y mayor control fronterizo. De acuerdo a autoridades panameñas, en lo que va de 2023 se han contabilizado 350,000 ingresos irregulares en el Darién, 100,000 casos más de lo registrado al cierre de 2022, lo que ha puesto al límite las capacidades de Panamá. 2023 podría cerrar con cruces de 400,000 personas.
La migración a través de Darién es devastadora, si tomamos en cuenta datos de la Unicef sobre menores de edad, que dan a conocer que alrededor de 40,000 menores y adolescentes atravesaron esta región en la primera mitad de 2023, muchos de ellos sin acompañamiento de sus padres, mismos que constituyen el 25 por ciento de la migración en América Latina y el Caribe.
Esta crisis migratoria ha enfrentado a los gobiernos de Panamá y Colombia, el primero exige mayor control colombiano, en tanto que el presidente Gustavo Petro argumenta que es una situación estructural y por el bloqueo económico a Venezuela. Para el presidente colombiano el bloqueo económico sería la causa de la crisis interna y la migración venezolana.
Darién se ha convertido en un importante corredor para migrantes hacia Estados Unidos, a través de América Central y México. Es una región selvática y pantanosa que hace frontera entre Panamá y Colombia, se conoce como “tapón” porque interrumpe la carretera continental “Panamericana”.
Atravesar Darién supone 100 kilómetros entre el noreste de Colombia y suroeste de Panamá, esta selva de 575,000 hectáreas, constituye un verdadero desafío para los migrantes, ruta que no está exenta de narcotraficantes, contrabandistas, guerrilleros y paramilitares; enfermedades como el dengue y la malaria; la presencia de serpientes, alacranes, arañas, jaguares, pumas y tigrillos; y fuertes lluvias y caudalosos ríos.
Muchos migrantes han perdido la vida o desaparecido en la selva. Según fuentes que citan a la Cruz Roja de Panamá y a Médicos sin Fronteras, entre el 10 y 15 por ciento de los migrantes sufren violencia sexual durante su trayecto, tanto niños, adolescentes, mujeres y hombres. Las principales nacionalidades que cruzan esta selva provienen de Venezuela, Haití, Ecuador, India y China, así como, de Colombia, Afganistán, Camerún, Somalia y Perú.
Los migrantes que son retornados a la fuerza a sus países de origen por autoridades migratorias, se enfrentan frecuentemente a una situación insostenible agobiados por las deudas que contrajeron para el viaje, que puede dejar a su familia sin hogar o sin recursos para sus necesidades básicas, educación y salud; muchas veces retornan a la violencia criminal en sus comunidades de la cual trataron de huir.
La migración exige soluciones basadas en el desarrollo integral y sostenible y la obligación de los Estados de proteger la dignidad y los derechos de los migrantes, así como la mitigación del riesgo en su desplazamiento. La migración debería ser una opción libre de desplazamiento y no una necesidad por las carencias y la violencia, pero lamentablemente este escenario está muy lejano.