El conjunto de políticas, decisiones y acciones en materia internacional, que los especialistas llaman Política exterior, quedó definida por el presidente de México al iniciar sus gestiones en diciembre de 2018, como “la mejor política exterior es la interior”, frase mediática de escaso contenido en materia de política exterior, pero si suficiente para un discurso interno populista, que se entendería que por los avances excepcionales que tendría México con la 4T, el mundo voltearía a ver su transformación con admiración y respeto.
Al principio se barajaron varios nombres para la titularidad de la Cancillería mexicana, pero finalmente el dedazo cayó en Marcelo Ebrard, posiblemente por algún compromiso político del pasado, quien, afirman observadores, apostó a ser eficiente con el presidente y quien desde el inicio de sus funciones sus actividades se enfocaron a promover su candidatura presidencial, en tanto que la Cancillería y las embajadas y consulados se llenaron de nombramientos políticos, amistosos o por pago de favores, relegando a funcionarios especializados y a diplomáticos de carrera.
Importantes cargos de la Cancillería fueron ocupados por interlocutores con fines políticos y sin experiencia en el quehacer diplomático, en las direcciones del servicio exterior, de América del Norte, de América Latina y organismos regionales, por mencionar algunas, las cuales se enfocaron a promover y a enaltecer a “personajes políticos” de otros países afines a una ideología y a desvirtuar a otros que no son parte de la ideología, como ha sucedido con presidentes y expresidentes de Argentina, Bolivia, Colombia, Cuba, Nicaragua, Perú y Venezuela o el Trump de Estados Unidos, en lugar de trabajar por los vínculos diplomáticos e intereses de México.
Caso de especial relevancia han sido las designaciones en las embajadas de México en América Latina y el Caribe, donde el número de embajadores políticos ha llegado a ocupar el ochenta o noventa por ciento de las embajadas, desplazando a los diplomáticos de carrera. Lo mismo ha sucedido en las embajadas de México en Europa, a cargo de la subsecretaria de Relaciones Exteriores, que requeriría un nuevo impulso y renovación, ante un trabajo que en gran medida parece protocolario. Las Embajadas emblemáticas en esta región y en Asia-Pacífico también han sido ocupadas por designaciones políticas. El mismo panorama se observa en los organismos internacionales.
Analistas afirman que se requiere dar un giro a la estrategia en política exterior, sin embargo, el sexenio presidencial se agota y tampoco hay interés. Afirman que la presencia e influencia de México en la comunidad internacional prácticamente pasa inadvertida, en torno a la aplicación de contradictorios principios de política exterior, de los cuales la actual administración gubernamental hace alarde constantemente.
El pobre concepto estratégico de política exterior no ha funcionado, en un contexto internacional en el cual la profesión diplomática es indispensable para afrontar retos y oportunidades, en temas fundamentales como medio ambiente, paz y seguridad, crimen organizado, migración, derechos humanos y género, democracia, desarrollo, comercio, tecnología y educación y cultura, entre otros, donde México debe estar presente.
En función de su interés nacional, México debe recuperar su presencia y liderazgo internacional y regional que ha tenido en el pasado, con una política exterior equilibrada, objetiva y realista.
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