Negociando con las Sombras: El arriesgado juego diplomático de la Iglesia y el crimen organizado en México

31 de Agosto de 2024

Mónica Valdés
Mónica Valdés

Negociando con las Sombras: El arriesgado juego diplomático de la Iglesia y el crimen organizado en México

Monica-Valdes

En un país asolado por la violencia y la inseguridad, la búsqueda de la paz se convierte en una tarea titánica que requiere no solo valor, sino medidas innovadoras y a menudo controversiales. En esta cruzada por la paz, un nuevo capítulo ha comenzado a escribirse con tintes inusuales: la noticia de que obispos mexicanos han emprendido diálogos con grupos delincuenciales en pos de la pacificación ha encendido un ardiente debate en todos los ámbitos de la sociedad y en los círculos políticos.

El escenario es desalentador: comunidades desgarradas por la violencia, familias destrozadas por la inseguridad y una sensación de desesperación que permea cada rincón del país. En este contexto, la idea de que líderes religiosos estén negociando con criminales ha desatado una ola de opiniones encontradas. Por un lado, hay quienes ven estos diálogos como un acto de pragmatismo y una muestra de voluntad para agotar todas las vías posibles en la búsqueda de la paz. La Iglesia, en su papel de defensora de la justicia y la reconciliación, se presenta como un actor relevante en la búsqueda de soluciones ante una situación tan compleja.

Sin embargo, existen preocupaciones legítimas sobre los posibles riesgos y dilemas éticos asociados con esta estrategia. En primer lugar, está la cuestión de legitimar a grupos delincuenciales al sentarse a negociar con ellos. ¿Qué mensaje envía esto a la sociedad y a las autoridades? ¿Podría interpretarse como un signo de debilidad del Estado o como una falta de confianza en las instituciones gubernamentales encargadas de garantizar la seguridad pública?

Además, existe el riesgo de que estos diálogos puedan ser aprovechados por los grupos delincuenciales para legitimar sus actividades criminales o para fortalecer su posición de poder. ¿Qué garantías hay de que estas conversaciones realmente conduzcan a una reducción sostenida de la violencia y no simplemente a un aumento temporal de la tregua para luego fortalecerse?

También prevalece la preocupación por la seguridad de los propios líderes religiosos que participan en estos diálogos. A lo largo de la historia, hemos visto casos en los que líderes religiosos han sido blanco de represalias por parte de grupos criminales cuando han intentado intervenir en conflictos o desafiar su autoridad. ¿Están los obispos adecuadamente protegidos y preparados para lidiar con estos riesgos?

Y por último punto y no menos importante, el respaldo del presidente Andrés Manuel López Obrador a estos diálogos ha añadido una capa adicional de controversia. Mientras que algunos ven su apoyo como un signo de pragmatismo y disposición a explorar todas las opciones para poner fin a la violencia, otros lo interpretan como una señal de debilidad del Estado y una falta de voluntad para enfrentar el problema de frente, siendo fiel a su sello político de abrazos y no balazos.

Es crucial que los diálogos con grupos delincuenciales no se conviertan en un ejercicio de negociación de conveniencia, en el que se sacrifiquen los principios básicos de justicia y legalidad en aras de una tregua temporal. Las comunidades afectadas merecen algo más que un respiro momentáneo; merecen soluciones integrales que aborden las causas estructurales de la violencia y garanticen su seguridad a largo plazo.

En este sentido, es responsabilidad del gobierno mexicano asumir un papel central en la búsqueda de soluciones sostenibles y efectivas. La cooperación con la sociedad civil, incluida la Iglesia, es esencial, pero no puede sustituir la responsabilidad del Estado de garantizar la seguridad y el bienestar de sus ciudadanos. Esto implica fortalecer las instituciones de seguridad y justicia, combatir la impunidad y promover el desarrollo socioeconómico en las zonas más afectadas por la violencia.

La paz en México no puede lograrse a través de atajos o compromisos morales cuestionables. Requiere un enfoque integral y comprometido que aborde las complejas causas de la violencia y promueva la justicia, la igualdad y el respeto a los derechos humanos. Solo así podremos construir un futuro en el que todas las personas puedan vivir libres del miedo y la opresión, y en el que la paz sea verdaderamente duradera y significativa.

“En la búsqueda de la paz y la seguridad, no podemos permitir que el miedo nos paralice ni que la violencia nos divida. Debemos avanzar con valentía y determinación, construyendo un futuro donde la tranquilidad y el respeto sean la norma, no la excepción.”, Nayib Bukele

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