Muertes derivadas de golpes de calor, pistas de aterrizaje que se derriten en los aeropuertos, comunidades desplazadas por incremento de incendios forestales, cambios drásticos en los niveles de precipitación, termómetros que rebasan los registros previos durante la temporada de verano… Las consecuencias del cambio climático se hacen visibles por prácticamente todas las latitudes y golpean con especial dureza al continente europeo durante la canícula.
Hace no muchos años todavía se escuchaban voces que afirmaban optimistas que Europa podía vivir sin problemas con algunos grados más de temperatura y un clima más tropical, la realidad es otra. La evidencia es que enfrentamos una emergencia climática y que, aun así, se imponen la inacción y la normalización de los aumentos en la temperatura global. La nueva realidad es olas de calor más elevadas y frecuentes, con ciclos de retroalimentación impredecibles en los ciclos y procesos planetarios. Dejo seis reflexiones a partir de lo que he leído en los medios estas semanas:
No importa cuánto se logren reducir y estabilizar las emisiones de gases de efecto invernadero durante lo que queda de esta década, los efectos irreversibles de la alteración en la temperatura global del planeta son visibles y mucho más graves de lo que se había venido proyectando.
Como se ha observado durante este verano, temperaturas más elevadas tendrán un impacto inmediato en todos los continentes, pero las consecuencias destructivas serán mucho más drásticas en los países que enfrentan problemas de pobreza. Pagaran con más daños y vulnerabilidad los países que menos han emitido gases de efecto invernadero.
Ante la magnitud con que comienzan a manifestarse los impactos inmediatos del aumento en la temperatura y considerando efectos de retroalimentación impredecibles pero inevitables, es cada vez más claro que la idea de que los países podrán adaptarse es una quimera. En muchas regiones la adaptación será crecientemente costosa o no será posible y las comunidades se verán obligadas a migrar para buscar condiciones de vida más favorables.
Independientemente de que los daños de la emergencia climática son cada vez más evidentes, la inacción climática, las agendas negacionistas y la tiranía de los problemas inmediatos siguen imponiéndose y dificultan el diseño e implementación de un plan de acción urgente y compromisos de mitigación nacionales más ambiciosos.
Tal como señalan los recientes reportes publicados por el IPCC, la emergencia climática es un problema global que en forma creciente deberá enfocarse poniendo énfasis en factores de seguridad hídrica, alimentaria, de la salud y nacional, al igual que desde la perspectiva de obligaciones de justicia climática.
A pesar de que los reportes del IPCC señalan la importancia de la seguridad y la justicia climática, su perspectiva identifica estos factores como responsabilidades de los propios países afectados. Ante la magnitud de los daños y riesgos potenciales, las décadas perdidas por la inacción y la mayor responsabilidad histórica de los países desarrollados en las emisiones globales, la seguridad y la justicia climática tendrían que abordarse como obligaciones de justicia global a favor de los países pobres y en desarrollo, lo cual luce muy complicado a pesar de ser un imperativo ético.
Nuestra entrada en el piroceno, la era de las olas de calor devastadoras e incendios forestales más extendidos y frecuentes, nos exige acciones globales más ambiciosas, urgentes y efectivas pero, desgraciadamente, lo que sigue predominando es la irresponsabilidad política y el demasiado blablablá sin resultados.