Sin sorpresas de por medio, Claudia Sheinbaum es candidata de Morena a la presidencia de la República. Mejor dicho, Coordinadora Nacional de los Comités de Defensa de la Cuarta Transformación, eufemismo políticamente correcto para dar la vuelta a la legislación electoral. Sheinbaum tendrá muchos motivos para festejar una vez que haya conseguido el objetivo definido desde comienzos del sexenio. Lo cual se logró alcanzando además una ventaja muy amplia sobre sus contrincantes y sin sufrir demasiados sobresaltos ni riesgos de fracturas, por supuesto más allá del berrinche de Marcelo Ebrard.
El destape representa la máxima aspiración posible para todo político mexicano, el santo grial de la política patrimonialista, corporativa y clientelar nacional, la meta individual y grupal que movía el sentido de las lealtades y alianzas de los tiempos del jurásico priista y que ahora se transmuta como gesto de la voluntad popular transformadora, con todo y entrega de bastón de mando.
En los próximos meses la flamante Coordinadora Nacional de los Comités de Defensa de la Cuarta Transformación deberá recorrer el país para recibir vítores y apapachos de sus simpatizantes, al igual que los reclamos derivados del desgaste natural del gobierno de López Obrador, cuyos éxitos y fracasos ha aceptado asumir plenamente como suyos. Riesgo importante tanto para su campaña como para su eventual gobierno.
Porque más allá de la miel sobre las hojuelas transformadoras, Sheinbaum enfrenta problemas terriblemente delicados que pueden amenazar con descarrilar su proyecto político una vez sentada en la silla presidencial, en caso de ganar las elecciones, claro está. El primer problema es que a pesar de que algunos indicadores reflejan descensos en la incidencia y percepción de la inseguridad, los niveles de violencia, la desaparición de personas, los asaltos en carreteras o la penetración del crimen organizado se incrementan y retroalimentan la gravedad y complejidad de otros fenómenos. En otros momentos hemos visto disminuciones de la inseguridad que en pocos años se traducen en rebotes al alza.
El segundo nubarrón son las finanzas públicas. La fiesta de la redirección del gasto a los proyectos presidenciales prioritarios y el endeudamiento bajo el discurso de austeridad, amenazan en convertirse en una crisis fiscal que afecte la viabilidad presupuestal del programa de gobierno y la dotación de bienes públicos. Un nuevo gobierno morenista deberá dar continuidad a las obras presidenciales inconclusas, garantizar su funcionamiento y obtener retornos económicos antes que pérdidas. Un gobierno encabezado por Sheinbaum difícilmente podrá crear sus propios elefantes blancos porque estará atrapado manteniendo a los del gobierno anterior.
A todo esto hay que considerar que Sheinbaum no podrá responsabilizar de las crisis y los problemas nacionales a su antecesor, de quien recibió el bastón de mando y la obligación de continuar por el camino de la 4T sin dudas ni desviaciones. Tampoco podrá acusar corrupción o irresponsabilidades de funcionarios de la administración precedente, porque sería como escupir al cielo. Y mucho menos podrá culpar a Calderón u otros factores del pasado más lejano, porque ya chole, ese disco ya está muy rayado.
La tragedia potencial de un gobierno de Sheinbaum es que su margen para tomar decisiones contrarias al proyecto de la 4T o corregir errores es prácticamente nulo, que los logros de su gobierno se entenderán como extensión de resultados de López Obrador, que ante el estallido de problemas críticos estará sola y, para amolarla, difícilmente tendrá una mayoría cómoda en el Congreso. Ten cuidado con lo que deseas, porque se puede cumplir.