Teresa es una empleada modelo: siempre llega temprano al trabajo, hace horas extras sin exigir paga, toma todos los cursos de capacitación, es jefa de turno y hasta enseña a las nuevas. Es un vivo ejemplo de la cultura del esfuerzo. No sabe quién es su padre, pero sospecha que es el cuidador de un rancho en Veracruz al que una vez conoció en una celebración navideña, pues le hablaba con mucha autoridad y cariño, como ella imaginaba lo haría solo un progenitor, si es que acaso, aquel hombre sigue vivo.
Por su parte, su madre siempre ha sido una figura presente a pesar de ser empleada doméstica de tiempo completo de una familia de muy altos ingresos. Desde que tiene memoria, aunque trabajaba y pernoctaba fuera, siempre estaba al pendiente de ella. Continuamente llamaba por teléfono para saber sobre su día, sus tareas y quehaceres y hasta su comportamiento en la vecindad. A Teresa, como a una muy buena cantidad de mexicanas y mexicanos, la educó una dupla matriarcal compuesta por su madre y por la abuela Emilia y, ocasionalmente, alguna que otra vecina cuando ninguna de las otras, podía ver por ella por algún tema médico o personal indefectible.
Teresa y la abuela Emilia, vivían en la azotea de una de tantas vecindades allegadas a la ciudad. Ahí, tenían un cuarto en renta, dónde compartían una cama, una cocineta de queroseno y un montón de espacio para lavar y colgar ropa. Ahí también estudiaba y hacía tarea, porque si en algo eran insistentes con ella, era en que se educara frente a viento y cualquier contratiempo; en su casa y en su época, la educación era junto con la prostitución, la única forma de movilidad social real que existía. Y la segunda, nunca fue opción en una casa con estándares tan altos y tan decentes.
Por eso, con mucho trabajo y sobrados esfuerzos, Teresa terminó la educación primaria, continuó con la secundaria, con el bachillerato y por azares del destino, gracias a una conocida de la familia, pudo acceder a una carrera para la licenciatura en enfermería; un oficio noble y respetable que su madre advirtió tendría mucha demanda: “contadores y enfermeras serán siempre necesarios”, le dijo, sepa basada en qué axioma por ahí aprendida.
En fin, resulta que Teresa, ha desempeñado desde hace algunos años, la labor de enfermera. Primero, fue asignada a cuidar de las generaciones que nos estamos volviendo cada vez más longevas (y por ende, enfermas), y ahí fue que descubrió su real llamado cuando enfermaron primero su abuela Emilia y luego, años después, su madre: Caronte, aquella figura mitológica que debía guiar y acompañar a las almas de las personas para que llegaran al otro lado. Fue muy simple con ella y era muy simple con todos los viejos pues nadie se pregunta porqué morían sino se limitaban a señalar el siempre defecto de la edad. Pero las cosas cambiaron.
Teresa fue trasladada, por su eficiente desempeño administrativo, al área de cuneros. Ahí fue donde comenzó el serio problema de llevar a cabo su misión con seres que se supone llevan toda la vida por delante: ¿cómo decidir a quién ayudar a cruzar el arcoíris? Entonces, se inventó una especie de código para hacerlo más fácil. Los que tenían una enfermedad crónica degenerativa congénita que les hacía sufrir, como malformaciones y deformidades de cavidades cardiacas, defectos del tubo neural o retraso mental y/o síndrome de Down, fueron sus primeros clientes. Si el padre era un desobligado o la familia era uniparental como la suya, los mataba también.
No fue fácil, tuvo que descubrir métodos para hacerlo sin que llamase demasiado la atención, pues no es lo mismo una inyección de aire que formara émbolos con pacientes enfermos, que llegase la muerte súbita en los que eran muy sanos; lo idea, hasta ahora, ha sido reunir pequeños sobrantes de dosis de insulina pediátrica, guardarlas y en su debido momento, administrarlas de golpe para que causen el efecto deseado.
Por un tiempo, sin embargo, se ha apartado de su esquema de operación. No sabe cuánto, pero sabe que es necesario porque la convocaron de dirección para que lidere un equipo que investigue un atípico incremento en la mortandad infantil. Maldito septiembre, con sus temblores y sus complicaciones. Tendrá que ser paciente.
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