Vacíos

28 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Vacíos

restos

EJECENTRAL

Se desgajó un pequeño cerro en Nuevo León. Por las lluvias. Benditas aguas que todo lo limpian. Y con el movimiento del terreno aparecieron una enorme cantidad de cadáveres descuartizados. Se trata, según algunos, de una de las mayores fosas clandestinas encontradas hasta ahora en México.

Ojalá y entre los muertos, esté su padre, les dice ella mientras están cenando y viendo el noticiero. Aquél a quien se refiere, se llama Roberto Martínez y estudió la carrera de Tecnologías de la Información en el Tec. Desapareció en el 2010, cuando del trabajo lo mandaron a Monterrey para darle una asesoría a una empresa que produce concreto. Lo último que supo de él, fue que estaba cerca de San Luis Potosí. Les llamó para desearles buenas noches, porque le gustaba viajar tarde para ahorrar en viáticos al dormir en el camión.

No, no es que ella quiera que esté muerto. Se trata del amor de su vida. Pero lo conoce perfectamente y sabe que nunca la hubiera abandonado sin dejarle recursos. Sabe perfectamente que él, de estar vivo, no habría escapado y que no podría por nada del mundo, dejar de ver a sus propios hijos.

Desde que no le llamó por teléfono a la mañana siguiente avisando que ya había llegado a Monterrey, supo que algo andaba mal. Le marcó varias veces a su celular y al principio timbraba bastante, hasta que unas horas después, le mandaba a buzón. Ella llamó a la empresa, al cliente, a sus conocidos, a la policía, hospitales, cruz roja. Nada. Luego encargó a sus hijos con una comadre y tomó un avión para buscarlo local y personalmente. Parecía que se había esfumado. Entonces levantó denuncia en la procuraduría. Buscó contactos en el ejército, en la marina, en el gobierno. Nadie sabía nada de él.

Desde entonces han pasado 5 años de toparse con pared. Media década en la que tuvo que renunciar a su trabajo, meter a sus hijos a una escuela pública, vender su carro y hasta su casa para poder dedicarse a buscarlo de tiempo completo y tener qué comer. Y nada. Ni la línea de camiones le da pista o documento ninguno.

Ahora, está viviendo del apoyo de unos amigos que le prestan un cuartito de servicio en la azotea de un viejo edificio, y de la comida que sus familiares pueden donarle. Porque al no reconocerlo el Estado como un desaparecido por el crimen organizado, jurídicamente no puede acceder a las cuentas bancarias de él, ni a la de ahorros que tenían mancomunada, ni tomar posesión de un departamento que él había comprado y que hoy los inquilinos se niegan a desocupar, ni puede, mucho menos, cobrar su seguro de vida.

Es un vacío jurídico, le responde un prestigiado funcionario del gobierno federal, quien además le dice indolente, que no puede hacer nada por ella ni por los familiares de las varias decenas de miles de desaparecidos reportados oficialmente. Y así, la acompaña a la puerta de su oficina y le dice que mejor se olvide del tema y se ponga a trabajar de nuevo, “por sus hijos”. Y la echa de ahí, como quien se sacude un poco de polvo de la solapa del saco.

Por eso, ruega que entre los restos que el agua arrojó en esa fosa de cadáveres, le venga también el descubrimiento del cuerpo —o una parte— de su marido. Porque ya no puede más ni con la incertidumbre ni con estar a merced de políticos y leyes que no están preparados para enfrentar la realidad del país.

Difundamos esto. Que no queden desamparadas decenas de miles de familias.

@Zolliker