Esta semana la comunidad internacional ratificó su adhesión al Pacto para el Futuro, acuerdo a global través del cual se busca fortalecer la gobernanza global y acelerar el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Este pacto abarca cinco grandes temas: Desarrollo Sostenible y Financiamiento al Desarrollo; Paz internacional y Seguridad; Ciencia, Tecnología, innovación y Cooperación Digital; Juventud y Futuras Generaciones; Transformación de la Gobernanza Global. Se acompaña a su vez del Pacto Digital Global y la Declaración sobre Generaciones Futuras, los cuales tienen por objeto cerrar las brechas entre países en lo que se refiere acceso al mundo digital y garantizar una protección más efectiva de los derechos de las futuras generaciones.
La necesidad de establecer un pacto de esta naturaleza, más allá de su narrativa edificante, pone en evidencia que, a pesar de todo el impulso diplomático y los compromisos nacionales adquiridos, el escenario hacia 2030 es de cumplimiento desigual e incompleto en lo establecido y acordado en los ODS. El Pacto representa en sí un intento de relanzamiento de los ODS, un llamado a aumentar la ambición en la definición y cumplimiento de metas y, no menos importante, la exigencia de materializar las transferencias de recursos comprometida y no cumplida hacia los países más pobres y en desarrollo.
La firma de este tipo de macro acuerdos suele generar amplias expectativas de cambio en el mundo diplomático y las organizaciones sociales. En particular, la posibilidad de impulsar una transformación más incluyente de las instituciones globales o una cooperación internacional más efectiva en beneficio de los países más pobres y vulnerables. Sin embargo, después de las grandes expectativas suelen venir grandes decepciones y suele quedar solo el cumplimiento a medias de lo que, con discursos grandilocuentes, se comprometieron a cumplir los países desarrollados y aquellos en fase de desarrollo acelerado. Esta película la vimos en 2015 con la firma del Acuerdo de París y los ODS, mucho ruido y pocas nueces.
Algunos temas a bote pronto. No hay duda que es indispensable reestructurar las instituciones que dan forma a la gobernanza global, en especial para impulsar mayor inclusión de los países en desarrollo en los procesos de toma de decisiones y que garanticen una implementación más efectiva de los compromisos acordados. Sin embargo, tal como lo propone el Pacto, esto implica la perspectiva de una reforma integral de las Naciones Unidas y el sistema de financiamiento al desarrollo. Suena bien, pero simplemente este objetivo, con todos los intereses involucrados, puede terminar por borrar del mapa el resto de la agenda definida, sin que necesariamente se garanticen los resultados esperados ni los cambios institucionales proyectados. Cada determinado tiempo el fantasma de la reforma a la ONU recorre el mundo y al final sus objetivos se desvancen.
En segundo lugar, el Pacto menciona la necesidad de aumentar el nivel de ambición de la acción climática, sin embargo, no señala específicamente qué y cómo. Las generalidades ya no son suficientes para hacer frente a la emergencia climática simplemente si tomamos en serios las advertencias de los reportes más recientes del IPCC. En particular, los representantes de países de bajos recursos y en desarrollo han advertido durante las discusiones del Pacto, la ausencia de definiciones y compromisos puntuales con programas plausibles de adaptación y con el financiamiento del mecanismo para pérdidas y daños. Un pacto para el futuro que no involucre el reconocimiento de responsabilidades y principios de justicia para proteger a los más pobres y vulnerables ante riesgos y daños catastróficos, queda nuevamente en compromisos generosos que se limitan al papel.
De igual forma, la viabilidad del Pacto se juega en la forma y los tiempos en los que se debe implementar. Como declaración de intenciones es interesante, sin embargo, la evidencia de incumplimiento en las obligaciones establecidas en el Acuerdo de París y los ODS nos advierten que los compromisos adquiridos no se cumplen y que éxitos diplomáticos no necesariamente implican mejor gobernanza global y más resultados en favor de los países en desarrollo. Me parece que, en este caso, la comunidad internacional tenía la obligación de perfilar con mayor claridad y ambición los mecanismos y tiempos, urgentes por cierto, para garantizar que todas las buenas intenciones se traduzcan en acciones efectivas y justas que sean medibles, verificables y reportables. De otra forma, al final solo tendremos mas blablablá a nombre del desarrollo y de un mejor futuro.