Hacia un nuevo latinoamericanismo

29 de Abril de 2024

Juan de Dios Vázquez
Juan de Dios Vázquez

Hacia un nuevo latinoamericanismo

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En medio de la agitación política y las tensiones continentales, el reciente conflicto entre México y Ecuador, donde las fuerzas militares ecuatorianas irrumpieron en la embajada mexicana en Quito, nos enfrenta a una pregunta fundamental sobre el futuro de América Latina en el escenario mundial. Este episodio no es simplemente un incidente aislado, sino un síntoma de tensiones más profundas y cambiantes en el panorama político del continente. Más allá de ser una gravísima falta a la Convención de Viena y una violación del derecho internacional, es indicativo de una animosidad entre naciones que antes eran fraternas y ahora son enemigas, en gran parte suscitada por la alianza o desavenencia con el gran vecino del norte.

Es en este contexto que recordamos las palabras de Hegel en su Filosofía de la Historia, que vislumbran un posible conflicto entre América del Norte y América del Sur como un punto crucial en el devenir histórico.

Esta perspectiva, aunque formulada en un contexto diferente, resuena hoy más que nunca. Nos enfrentamos a una nueva era de confrontación, no necesariamente en términos de viejas dicotomías ideológicas, sino en términos de diferencias culturales, étnicas y políticas. Samuel Huntington, con su teoría de “la guerra de las civilizaciones”, nos alertó sobre la emergencia de “líneas de fractura” basadas en estas diferencias.

En este sentido, América Latina se encuentra en una encrucijada. ¿Continuará siendo una región subordinada a la hegemonía cultural y económica de Estados Unidos, o buscará desarrollar sus propias voces y proyectos, desafiando esa dominación? Si bien el periodo anterior estuvo marcado por la integración neoliberal con Estados Unidos, hoy presenciamos un cambio hacia un enfrentamiento más abierto con esa hegemonía, en múltiples niveles.

El conflicto entre México y Ecuador puede interpretarse como un hito en esta transformación. Desde hace tiempo, hemos visto el surgimiento de líderes y movimientos que desafían la influencia estadounidense en la región. El ascenso de figuras como Lula en Brasil y AMLO en México, junto con el rechazo generalizado al conflicto en Gaza, señalan un cambio de rumbo hacia una mayor autonomía latinoamericana.

La posible reelección de Trump, con su política exterior proteccionista y su retórica nacionalista, representa la continuación de la hegemonía estadounidense en la región, promoviendo intereses económicos y políticos que a menudo van en contra de los deseos y necesidades de los países latinoamericanos.

Por otro lado, AMLO se ha tratado de presentar como una suerte de Bolívar moderno, buscando distanciarse de Estados Unidos y promoviendo en sus discursos políticos en favor de la soberanía y la autodeterminación de México y la región en su conjunto.

Ahora bien, para comprender verdaderamente el futuro de América Latina, debemos interrogarnos sobre el significado mismo de “civilización” en este contexto. ¿Es América Latina una civilización en sí misma, o simplemente un conjunto de naciones subordinadas? ¿Cómo podemos concebir un nuevo latinoamericanismo que desafíe la hegemonía estadounidense y empodere a los pueblos de la región?

La retórica de autodeterminación ofrece una salida valiosa al cuestionar las narrativas dominantes y poner de relieve las voces y experiencias de los marginados. Sin embargo, una posición que busque refugiarse en una reafirmación de la identidad latinoamericana contra lo yanqui, resulta insuficiente en el enfrentamiento actual con la globalización.

Es crucial reconocer que la lucha por la emancipación y la igualdad en América Latina debe ir más allá de las fronteras nacionales y las categorías tradicionales. Requiere una redefinición radical de lo que significa ser latinoamericano, incorporando las múltiples identidades y luchas que caracterizan a la región.

Por su parte, la integración como proyecto político continental ha persistido a lo largo de los últimos 200 años, aunque marcado por periodos de mayor o menor impulso. Sin embargo, la realidad muestra un escenario donde este proyecto parece enfrentarse a obstáculos insalvables, reflejando así el mito de Sísifo, con un eterno comenzar en busca de una cima inalcanzable.

La caída del muro de Berlín en 1989 señaló una posible culminación de una etapa histórica y el inicio de nuevos desafíos bajo la globalización. Leopoldo Zea veía en este momento una oportunidad para América Latina como actor global, aunque también advertía sobre los desafíos de la atomización y resistencia a la multiculturalidad.

Sin embargo, la realidad post-1989 ha mostrado una serie de fenómenos, como migraciones masivas y la internacionalización de la economía, que desafían los paradigmas previos de integración.

Esta tensión entre los ideales integracionistas y los desafíos contemporáneos plantea la necesidad de redefinir el concepto de integración latinoamericana y de cuestionar las bases sobre las que se ha construido hasta ahora.

Bajo estas líneas, la tarea de un nuevo pensamiento latinoamericanista consiste en reconquistar el espacio perdido frente al avance del neoliberalismo.

Esto implica articular una visión que combine la apertura a la diferencia y la resistencia a la dominación externa con la necesidad de superar las limitaciones internas, como el paternalismo intelectual y el nacionalismo estrecho.

Además, es crucial abordar los problemas actuales que afectan a la región, como la migración ilegal, que pueden impactar negativamente en los países receptores de migrantes. Otros ejemplos incluyen la desigualdad económica, la violencia de género y la degradación ambiental. Estos desafíos demandan un enfoque integral y colaborativo que trascienda las fronteras nacionales y promueva la solidaridad y la cooperación entre los países latinoamericanos.

Es importante reconocer que este desafío no es exclusivo de América Latina. Estados Unidos también se enfrenta a una crisis de identidad y dirección, exacerbada por su papel dominante en la región. La narrativa sobre “el desafío hispano” de políticos e intelectuales de la derecha estadounidense refleja la ansiedad de una sociedad que se ve amenazada por la diversidad y la pluralidad cultural.

En última instancia, el futuro de Estados Unidos y América Latina está inextricablemente entrelazado. La liberación de América Latina es fundamental para la realización plena de la democracia y la igualdad en Estados Unidos.

Estamos ante la necesidad de imaginar y construir un nuevo latinoamericanismo que desafíe las estructuras de poder existentes y promueva la emancipación de todos los pueblos de la región.

Este camino requerirá un compromiso firme con la justicia social, la igualdad y la diversidad, así como una profunda reflexión sobre nuestras propias identidades y responsabilidades como ciudadanos del mundo.

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