El Estado de confusión

20 de Mayo de 2024

Juan de Dios Vázquez
Juan de Dios Vázquez

El Estado de confusión

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Hoy en día parecemos estar atrapados en un laberinto de constante confusión. La sobrecarga de información, la velocidad con la que se desarrollan los acontecimientos y la multiplicidad de perspectivas han tejido una maraña donde es casi imposible discernir la realidad de la ficción, la verdad de la mentira. Desde siempre el ser humano ha buscado desentrañar los misterios que le rodean, pero en la era digital, esta empresa se ha vuelto más intrincada que nunca. Con la irrupción del Internet, las redes sociales, y ahora la Inteligencia Artificial, la cantidad de datos o imágenes disponibles es inagotable. Desde las noticias hasta las opiniones expuestas por usuarios en línea, una multitud de voces luchan por captar nuestra atención y credibilidad. En medio de esta vorágine de información resulta sencillo desorientarse y sentirse abrumado por el caos imperante.

En esta columna me propongo adentrarme en este tema, pero también argumentar que dicho estado de confusión parece ser en sí mismo un producto de un Estado que se alimenta de la desorientación de sus ciudadanos. En su obra Estado de Confusión: Manipulación Política y el Asalto a la Mente Americana, Bryant Welch explora una era moderna marcada por la incertidumbre, la perplejidad, el miedo y la preocupación entre sus compatriotas estadounidenses. Welch sugiere que la manipulación de la percepción de la realidad se ha convertido en un campo de batalla central en la política de este país donde se aprovechan áreas mayormente inconscientes de la experiencia humana para moldear la percepción pública. A través del concepto de gaslighting, Welch argumenta que estas tácticas se han infiltrado en diversas facetas de la sociedad, incluyendo los medios de comunicación, las instituciones religiosas y los principios democráticos fundamentales. Este análisis arroja una luz reveladora sobre la dinámica psicológica presente en la política contemporánea mundial, subrayando la importancia de mantener una postura crítica y una comprensión firme de la realidad frente al manejo faccioso de los datos y la confusión generalizada.

Esta idea contrasta con épocas pasadas, donde la información y el control social seguían patrones más definidos y rígidos. Los regímenes totalitarios, por ejemplo, mantenían lo que considero era una suerte de estado de delirio hipoactivo, donde la actividad y la información de las personas eran restringidas. Ello conducía a una población aparentemente adormecida, fatigada o deprimida. En este estado, la actividad y la información eran reguladas por el gobierno, sumiendo a la población en una situación de letargo continuo, donde se carecía la capacidad para cuestionar o resistir el control impuesto.

Este panorama encuentra eco en obras clásicas como 1984, en la que George Orwell presenta un sombrío retrato de un régimen totalitario distópico que controla no sólo la información, sino también los pensamientos y percepciones de sus ciudadanos. En este escenario, el gobierno busca crear una sociedad de “cuerpos dóciles” (en el sentido foucaultiano), donde la población acepta pasivamente la autoridad y la manipulación de la verdad. Sin embargo, a diferencia de la visión profética de Orwell, lo que podemos observar hoy en día es un cambio en este enfoque, en el que los Estados y otras entidades poderosas no buscan controlar los cuerpos y las mentes de sus ciudadanos mediante la restricción de información, sino mediante la sobresaturación de la misma.

Esta transformación se refleja en lo que yo interpreto como la transición de un estado de delirio hipoactivo a uno hiperactivo, donde en lugar de buscar la sumisión pasiva, los Estados ahora buscan crear una sociedad de “mentes maníacas”, constantemente agitadas y distraídas por una avalancha de información y estímulos, lo que dificulta la capacidad de las personas para pensar críticamente y resistir la manipulación. Así, los individuos se encuentran constantemente inquietos o agitados, bombardeados por una avalancha de estímulos y demandas que los mantienen en un estado de alerta constante. La tecnología ha exacerbado esta hiperactividad, con dispositivos electrónicos que nos mantienen conectados las 24 horas del día, los siete días de la semana, y plataformas de redes sociales que fomentan una búsqueda constante de validación y aprobación.

Esta estrategia de confusión y desorientación se ha convertido en una herramienta poderosa para mantener el control y la dominación en la era digital.

Ahora bien, quisiera ir un paso más allá y sugerir que en los últimos años parece que hemos trascendido este estado hiperactivo para adentrarnos en uno de delirio mixto. Pasamos constantemente de un estado a otro, alternando entre momentos de inactividad, como los vividos durante la pandemia de Covid-19, y periodos de hiperactividad impulsados por la necesidad de adaptarnos a un mundo sumergido en tensiones geopolíticas y narrativas en conflicto, que han generado una gran cantidad de desinformación y propaganda.

Esta oscilación abrupta entre la calma y la agitación sólo sirve para aumentar nuestra sensación de confusión y desorientación sobre las verdaderas razones y las consecuencias que derivan de los eventos que definen nuestro presente.

Bajo estas líneas me parece que la lucidez mental y la capacidad de discernimiento son armas indispensables. Es necesario que busquemos hasta el cansancio fuentes de información confiables y verídicas, que desafiemos sin reservas nuestras propias creencias y que estemos completamente abiertos a adaptarnos a las nuevas circunstancias que se presenten ante nosotros. Sólo a través de un firme compromiso con la razón y los datos probados es que podremos no sólo entender, sino transcender tanto este estado de confusión impuesto desde el poder externo, como aquel estado de confusión que se gesta en nuestras propias luchas internas. Con esta resolución podremos forjar un camino hacia una sociedad fundada en el conocimiento y el pensamiento crítico, y no sobre medias verdades.

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