Chespirito hasta la náusea

28 de Abril de 2024

Luis Alfredo Pérez

Chespirito hasta la náusea

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Si tenemos en mente que hay mexicanos que van a los partidos de futbol disfrazados como Chapulín Colorado, no debía de sorprendernos la conmoción que la muerte de Chespirito causó a muchos compatriotas.

Las muestras de fervor han llegado a tal punto, sin embargo, que es imposible no pensar en las extrañas relaciones que desarrollamos con los personajes que aparecen en la televisión.

En mi opinión, la carrera de Roberto Gómez Bolaños sufrió dos maldiciones.

La primera fue que cayó en la trampa del éxito. El Chavo del Ocho resultó tan popular que Chespirito repitió la fórmula hasta el cansancio. Por esta razón, sus programas han envejecido mal. Todos los personajes tienen una frase y un gesto que los define y que repiten una y otra vez: sabemos que uno tendrá al menos dos chiripiolcas por capítulo, que el otro dirá tres veces que hizo algo sin querer queriendo, que el otro repetirá para qué te digo que no si sí, que al otro lo descontará siempre la misma vecina con una cachetada –– y por las mismas razones de la semana pasada, y de la pasada, y de la anterior a esa.

Todo esto es malo, pero lo peor es que todos los personajes de Chespirito parecen estar mensos, que todos son estereotipos, y que el (supuesto) humor casi siempre tiene que ver con eso. Tenemos al gordo, a la popis, al niño chiflado y al niño pobre, y la mayoría de las veces los chistes son, respectivamente, a costa de que es gordo, de que es popis, de que es chiflado y de que está dispuesto a sufrir cualquier humillación a cambio de una torta de jamón.

Escucho que el humor de Chespirito era blanco. Pues blanco quizá, pero no muy positivo que digamos.

La segunda maldición es la explotación que Televisa hizo de sus personajes.

Para empezar, alargó tanto la serie que las costuras comenzaron a notarse, y que además de lentos y repetitivos los episodios pronto comenzaron a ser refritos de sí mismos. A esto se añade que los ha repetido hasta la náusea; una muestra de que sabe capitalizar sus productos, pero también de que su interés por hacer dinero no da espacio a consideraciones relacionadas con la calidad.

Pero la continua presencia del Chavo del Ocho en la programación, aunado a la nostalgia que la gente suele sentir por su niñez, y al común fenómeno de atribuir a los personajes de ficción las cualidades que valoramos y que por extensión atribuimos también a quien los creó, da como resultado que haya gente diciendo que le debe una niñez feliz a Chespirito (bófonos), y gente que asegura haber aprendido lecciones de vida viendo al Chavo del Ocho.

¿Exactamente qué lecciones de vida? Va un ejemplo: “Gracias por enseñarme a ser agradecido por lo que tengo, y a no lamentarme por lo que no tengo.”

Perdón pero, ¿eso lo enseñaba el Chavo del Ocho? Es como decir que el Pato Donald nos enseñó la importancia de ahorrar, o que la Rana René nos mostró cómo llevar la ropa con estilo.

También he leído cosas como esta: “Gracias porque cuando no tenía a nadie que me diera el regalo de una risa, tu estabas siempre, siempre ahí.”

Lo único que se me ocurre es que, si la principal fuente de risas que tuvo una persona durante su niñez fueron los programas de Chespirito, entonces no importa cuántas veces se río –– seguramente no fueron suficientes.

Al final de cuentas, el fervor por los personajes de Chespirito no hace sino poner los cabellos de punta, porque muestra el poder que tiene la televisión para “educarnos” en el peor sentido de la palabra.

Dicho de otra forma: la única manera de comprender que una persona afirme que “Mi niñez terminó el día en que murió Chespirito” y se quede tan tranquila, es que su educación sentimental esté basada en las aventuras del Chavo del Ocho, del Chapulín Colorado, y del Doctor Chapatín.

Twitter: @luisalfredops