Cuando la violencia te alcanza

14 de Agosto de 2025

Lorena Becerra

Cuando la violencia te alcanza

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Era domingo a las tres de la tarde cuando escuché los gritos de mi madre. En una zona residencial del sur del Distrito Federal, dos sujetos, armados con un revolver y una pistola calibre 45, habían logrado entrar a su casa después de amagar a la empleada doméstica cuando cerraba el portón. Un día de descanso en el que pensábamos estar en familia se convirtió en uno de los episodios más terroríficos de mi vida. Es tal la impunidad con la que el crimen opera en nuestro país que la audacia y el cinismo de los delincuentes son cada vez mayores. El nulo respeto que tienen por la vida de sus víctimas es aterrador. Se piensan con derecho de usar la violencia para hacerse de bienes en segundos, que a muchos nos cuestan años de trabajo adquirir. Utilizan el miedo como principal herramienta y la vida de nuestros seres queridos como moneda de canje. Este es su modus vivendi. Con insultos y golpes amarraron a los presentes, incluyendo a una amiga de la familia que había llegado de visita. Mi madre, una mujer mayor, fue tomada del pelo por los malhechores y encaminada violentamente a las habitaciones en donde le exigían joyas y dinero. La golpearon varias veces en la cabeza y la aventaron al suelo sin entender que, por una fractura del brazo, no tiene movilidad total. Yo escuché los gritos cuando entraron. Vi desde el balcón al sujeto encañonando a mi madre. A unos cuantos metros, a plena luz del día, un desconocido amenazaba su vida con una prepotencia enervante. Logré llamar a la línea de emergencia – 911 – desde una habitación al otro extremo de la casa en donde me mantuve oculta mientras pedía ayuda. Los vecinos también llamaron. La respuesta de la operadora fue inmediata y profesional. Cuando había terminado de proporcionarle los detalles decidí salir. En segundos pasan por la mente miles de pensamientos que abarcan todas las posibilidades que pueden suceder. ¿Nos van a matar? ¿Les advierto que he llamado a la policía? ¿Busco un objeto que sirva de arma? ¿Intentarán abusar de mí? ¿Pueden secuestrar a alguno de nosotros? ¿Hay algo peor que morir? Entré en la habitación. Pasaron minutos, que se sintieron como horas, en lo que les ofrecí el efectivo que tenía mientras ambos me encañonaban. Por primera vez en mi vida, sentí la estructura de un arma presionada contra mi rostro. El metal era helado y, detrás del barril, una bestia en piel de humano que habría estado dispuesto a quitarnos la vida por unos cuantos pesos. La condición de desempleo en nuestro país es real, así como lo son la inequidad y la pobreza extrema. Sin embargo, no existe justificación alguna para actos como los que aquí relato. Estos personajes, ambos con antecedentes penales, no se encuentran en situación de desvalidos ni son parte de los menos aventajados que merecen apoyo para salir adelante. Son, en cambio, un par de truhanes que buscan ganarse la vida a base de abusos y arbitrariedades. Los meses que pasaron encarcelados cumplieron la función de prepararlos para cometer delitos mayores. Y, si llegaran a salir libres, apostaría que sus próximas víctimas tendrán un peor destino. Los bandidos escaparon por el jardín trasero brincando por las azoteas de los vecinos. Cuando abrí la puerta aprendí que la policía tiene prohibido entrar a una residencia sin autorización. Gracias a las diversas llamadas de auxilio que se realizaron, había al menos dos decenas de oficiales de la Policía Preventiva y de la Unidad de Protección Ciudadana de la Delegación Coyoacán. Tres policías entraron a la casa sin titubear, en búsqueda de los delincuentes que, pensábamos, se habían escondido al saber que la autoridad los esperaba. En un lapso no mayor a cinco minutos, habían capturado al primero aún portando el arma y herido después de su travesía por las casas aledañas. No pasaron tres minutos más cuando ya habían detenido al segundo, ya a varias cuadras de distancia, también con la pistola y con lo que se había robado. El dinero me fue devuelto íntegro por el Ministerio Público. El trato que recibimos, tanto de los oficiales, como del personal de la Delegación Romero de Terreros, fue impecable. En todo momento salvaguardaron nuestra integridad y se nos trató como víctimas poniendo por delante nuestro bienestar y condición de vulnerabilidad. El aumento en la inseguridad en el país es innegable. El Distrito Federal no ha sido excepción. Entre 2009 y 2013 esta entidad pasó de 44, 443 delitos por cada cien mil habitantes, a cerca de 52 mil, según la Encuesta de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública que publica anualmente el INEGI. De los más de dos millones y medio de hogares en 2013, el 41% fueron víctimas de algún delito. Así, muchas personas no son tan afortunadas como lo fuimos mi familia y yo. En 2014 se denunciaron en el Distrito Federal: 440 violaciones; 1,150 homicidios; 48 secuestros; y 21,988 robos con violencia. Estas estadísticas son altas sin tomar en cuenta que la cifra negra en esta entidad ha alcanzado un 90%. La labor de los mandos policiacos y cuerpos de seguridad que atendieron nuestro caso es más que encomiosa. Se conjuntaron varios factores, desde la inexperiencia de los criminales, hasta la participación de los vecinos y la eficiencia de las autoridades. No obstante, no todas las delegaciones ni todas las colonias tienen acceso a esta calidad de servicios o a una red de apoyo vecinal. Muchas personas son víctimas recurrentes, especialmente las que utilizan el transporte público con frecuencia, trabaja en horarios solitarios, o aquellas que habitan en zonas peligrosas en donde la policía prefiere no adentrarse. La equidad en la impartición de seguridad debe ser uno de los principales objetivos de aquellos que ambicionan gobernarnos y ahora formulan sus promesas de campaña. Policías eficientes, honestas y capacitadas para reaccionar y enfrentarse a situaciones complejas, como lo hicieron las que menciono en este texto, deben ser la meta. A pesar de que aún quedan remanentes de temor y desconfianza, en este caso los delincuentes fueron apresados. Muchas personas que saben que sus victimarios andan libres viven en constante paranoia y recurren a gastos y medidas extraordinarias para no volver a sufrir un episodio de violencia. En este caso, la labor restante está en manos de los órganos de procuración de justicia que tienen como tarea, no solo velar por el bienestar de los ciudadanos, sino impedir que todo el esfuerzo y el riesgo que implicó para sus compañeros policías aprehender a los delincuentes sea en vano. Espero que, así como hasta ahora vivimos una experiencia excepcional, los siguientes pasos se mantengan firmes y apegados a la ley. Por último, anhelo el día en que nuestra ciudad, toda, pueda volver a vivir sin miedo, no sólo de ser despojado, sino mutilado, abusado sexualmente, privado de la libertad o, en el peor de los casos, asesinado.