1er. TIEMPO: La esperanza de la izquierda demócrata. En la política estadounidense, donde los discursos suelen estar medidos por el cálculo electoral y el financiamiento corporativo, Zohran Mamdani representa una anomalía. Hijo de inmigrantes, socialista declarado y crítico feroz del poder económico, se ha convertido en la voz más incómoda del progresismo dentro del Partido Demócrata. Pero su ascenso, más que una historia de éxito político, revela las grietas del Partido Demócrata que navega entre la pureza ideológica y la irrelevancia práctica. Mamdani, nacido en Uganda, de descendencia inidia y criado en Nueva York desde los 7 años, ha construido su figura pública sobre un discurso de justicia social, redistribución y confrontación abierta con los intereses empresariales. Su cercanía con figuras como Alexandria Ocasio-Cortez y Bernie Sanders lo coloca en el ala radical del progresismo demócrata, el mismo espacio que pretende romper con el establishment que domina Washington desde hace décadas. Pero esta joven figura de 34 años con una carrera meteórica hasta el cielo, demostró en las elecciones para alcalde de Nueva York, un cargo que tiene un enorme peso político por la densidad que tiene la ciudad en la política nacional, que el proyecto de una década para correr a los demócratas a una izquierda más radical y beligerante, cuando menos en esa ciudad liberal, se consumó. Ganó la elección no solo contra su rival republicano, sino contra el independiente Andrew Cuomo, que ya fue gobernador de Nueva York e hijo de Mario, uno de los políticos demócratas más sofisticados del último medio siglo. Saltó del Congreso estatal en Albany, donde no negociaba, sino denunciaba, a una liga superior. Pero hizo lo mismo que en esa pequeña ciudad que apenas supera los 100 mil habitantes: en lugar de moderar su discurso para avanzar reformas graduales, lo amplificó para visibilizar la desigualdad y la hipocresía de su propio partido. Su agenda es clara -vivienda pública, impuestos a los millonarios, regulación del sector financiero y defensa de Palestina-, pero su estilo lo enfrentó no sólo a los republicanos, sino a los demócratas tradicionales que veiçan en él, un riesgo para la estabilidad del partido. A los neoyorquinos no les importó. No a todos, por supuesto, sino a la mayoría de ellos, a quienes les habló de los mismos temas que discuten diariamente en sus cocinas: lo difícil que es vivir en Nueva York, lo costoso del transporte, lo caro de los servicios públicos para los niños. Él tenía la solución: rentas congeladas para dos millones de neoyorquinos, transporte público y atención médica para niños, totalmente gratuita. “Es mentira que sea muy difícil vivir en Nueva York y que solo los ricos y los que tienen suerte lo logran”, dijo durante su campaña. “Los multimillonarios no deben de existir”. Mamdani ganó por casi 10 puntos sobre el segundo lugar, Cuomo, que había sido apoyado por la élite del Partido Democrata, por el expresidente Bill Clinton y hasta por el presidente Donald Trump, que pensaba que él, no el republicano Curtis Silwa, podría derrotarlo. Trump había dicho en la víspera a sus paisanos neoyorquinos, que el voto era entre el comunismo y el sentido común. Triunfó el sentido común, pero no el que se ve desde su triplex en el piso 58 de la Torre Trump, o en la parte alta del oeste de la Quinta Avenida, Soho, Tribeca o Hudson Yards, sino el de Harlem, el Bronx, Queens y Brooklyn. La gente ordinaria, a la que convenció para que lo apoyaran.
2º. TIEMPO: La campaña de la que se reían. Durante semanas, 100 mil voluntarios sacados de la nada, convencidos por su palabra e ilusiones, trabajaron con 30 jefes de campaña que pudieron la narrativa y el mensaje que Zorhan Mamdani iba a lanzar al electorado en Nueva York. Se burlaban de él los líderes demócratas y el partenón de sus donantes por las cosas que hacía en las calles, y decían que no pasaría de un meme. No tenían idea de lo que sucedería, porque desde la aplastante derrota de Kamala Harris ante Donald Trump hace un año, no habìan podido recuperar el eje que guiara sus acciones. Lo que Mamdani encarnaba era la frustración de una generación que ve al Partido Demócrata como un vehículo agotado, más preocupado por conservar el poder que por transformar la realidad. Es el mismo impulso que llevó a Alexandria Ocasio-Cortez a la Cámara de Representantes y que hoy, a pesar de su juventud, se encontraba en riesgo de volverse estéril frente al pragmatismo del poder que la tenía atrapada en un desierto sola. No más. Los críticos de Mamdani lo veían como un político testimonial, un activista disfrazado de legislador. Pero subestimaron el valor simbólico de su existencia en el sistema. Mamdani no buscaba acumular cargos, sino disputar el significado del poder. Y en ese terreno, ha ido logrando lo que pocos: poner incómodo al establishment desde dentro. Sin embargo, pensaban, su desafío tenía límites, porque en un sistema político dominado por el dinero y la polarización mediática, la pureza ideológica rara vez se traduce en resultados. El riesgo de Mamdani era convertirse en lo que combate: una figura retórica, valiente pero ineficaz. Le dio una lección a todos. Su campaña que hablaba de los problemas que millones compartían, sacudió la apatía de los neoyorquinos que votaron en volúmenes como no se veían desde 1969, cuando salieron a votar por su héroe local, John Lindsday, que era republicano. Su victoria la impulsaron los musulmanes y los sudasiáticos -la comunidad india es poderosa en Nueva York-, junto con los latinos, molestos con Trump por sus políticas de migración y las redadas, y los jóvenes, que como sucedió con Barack Obama cuando ganó la Presidencia, hicieron una intensa campaña de tierra tocando puerta por puerta y hablando con los neoyorquinos, que tienen fama de no hablar con sus vecinos, y desplegando una amplia estrategia en las plataformas de aplicaciones, Instagram, Tik Tok y Twitch. Juntos levantaron enormes para enfrentar las embestidas de sus adversarios. Los multimillonarios que apoyanan a Andrew Cuomo, inyectaron 56 millones de dólares para spots contra Mamdani en televisión, de los cuales 19 se aplicaron en octubre, para cambiar las preferencias electorales. No había forma. El joven socialista neoyorquino encarnaba el dilema eterno de la izquierda moderna: ¿es preferible resistir con dignidad o gobernar con concesiones? Mamdani había haber elegido lo primero y los electores lo notaron. Y mientras lo haga, su voz seguirá siendo necesaria, aunque su influencia real, por ahora, siga siendo marginal.
3er. TIEMPO: El futuro con Mamdani, un volado. En un país que teme más al cambio que al fracaso, Zohran Mamdani no es un peligro. Es un recordatorio, el de que la política, incluso en su forma más radical, todavía puede ser un acto de conciencia. No lo ven así en las dirigencias demócratas, que cuando ganó la primaria para ser candidata, decían con cierto desdén que su proyecto podría caber en una ciudad tan liberal como Nueva York, pero no en el resto del país. En la maquinaria perfectamente engrasada del Partido Demócrata, Mamdani es una piedra en el engranaje. Legislador local por Astoria, que colinda con Queens, donde están los aeropuertos de Nueva York, escandalizaba a sus vecinos por sus posiciones. Militante abierto del socialismo democrático, ha hecho de su rebeldía un proyecto político. Pero su lucha no es contra los republicanos sino contra su propio partido, al que acusa de haberse convertido en una empresa electoral vacía de ideales. Mamdani pertenece a una generación que ya no cree en la moderación como virtud política. Formado en el cruce entre la precariedad urbana, la desigualdad racial y la decepción con los gobiernos demócratas, representa la corriente que exige romper con el pragmatismo neoliberal que ha definido al partido desde Bill Clinton. Su batalla no es por el poder, sino por el alma del progresismo estadounidense. Desde el Congreso estatal en Albany, Mamdani cuestionó abiertamente el papel del liderazgo demócrata en temas como vivienda, gasto público y política exterior. Su defensa de Palestina lo puso en el centro de una tormenta política. Lo que para sus seguidores era un gesto de coherencia moral, para los donantes y dirigentes del partido era una provocación que amenaza la unidad electoral. Pero Mamdani no buscaba unidad sino autenticidad. Esa posición no le costó votos. En la práctica, su postura era un desafío frontal al establishment demócrata. En un sistema que castiga la disidencia interna, él decidió hacer de la suya una bandera. Sus discursos denunciaban la dependencia del partido respecto de Wall Street, el lobby inmobiliario y los grupos pro-Israel. Esa crítica, que hacía eco de Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez, encendió las alarmas en los centros de poder demócratas: cada vez más jóvenes, latinos y votantes urbanos se sienten representados por figuras como Mamdani, no por los moderados que dominan Washington. El cálculo político del partido es claro: mantener una coalición amplia que permita ganar elecciones, incluso si eso implica sacrificar principios. El cálculo moral de Mamdani es el opuesto: sostener los principios, incluso si eso cuesta derrotas. La pregunta que divide al progresismo estadounidense es cuál de los dos caminos puede transformar realmente al país. Es el dilema que tendrán que resolver los demócratas antes de que en un año vayan a elecciones intermedias. No hay péndulos, sino definiciones. Si el futuro democrata es Mamdani, nadie lo sabe por la manera como radicalmente está haciendo las cosas de manera diferente. Pero así lo hizo Franklin Delano Roosevelt hace 80 años, y tuvo éxito.
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