Me entró envidia, la verdad, porque escribió sobre su cuerpo, sobre el mío, sobre todos los cuerpos o ninguno. Lo hizo con tanta libertad que hizo sentir a mi pluma reprimida, me puso el espejo por delante y no me gustó el reflejo.
Su tono no era como el de Gioconda Belli, que eriza la piel hasta hacerla suya. Tampoco sus palabras sinuosas ni su ritmo cadencioso, no había en su escrito contoneo orgulloso o presumido… más bien era una sucesión de descripciones que me hacían eco a medias, hasta que llegué a esas líneas donde hablaba del cuerpo sin mencionarlo: “Estamos diseñadas (…) para dejar entrar a la vida”. A partir de ahí mi lectura cambió, se transformó en un contacto sutil con las letras.
La envidia fue tornándose cálida, suave, de manera imperceptible mudó de piel y pronto era empatía, gozo compartido. Sentí urgencia de explorar mi propio universo, de verter el contenido (custodiado por las buenas maneras) de ese corazón rearmado repetidas veces, de este cuerpo que vibra alto a la menor provocación, de las manos que siempre están desbordantes de caricias, de la cabeza que desordenada encuentra en la intuición sus respuestas.
Es cierto, mi cuerpo está diseñado para dejar entrar a la vida. Mis ojos aman la textura de la luz, la calidez de un gesto y lloran cuando se ven golpeados por la injusticia. Los olores en sinéstica relación con la mirada, me deleitan el presente y los recuerdos. Mis oídos que valoran el tiempo en sincronía, cuando las voces de los que quiero están conmigo. Un paseo es una aventura para perderse, para abrirse a la experiencia, para probarme que estoy viva. Y es que al amanecer lo anuncian los pájaros antes que el alba.
La piel, ese mapa donde surgen países dibujados con la lengua, ese bálsamo que abraza y ese roce que abrasa, la piel que es propia y compartida, la piel que en cada lunar una estrella… la piel que da y respira, pero pierde el aliento al recibir. Sí, no hay duda, mi cuerpo está diseñado para dejar entrar a la vida.
Los contrastes son nutricios, el impacto del mundo contra el cuerpo: blando, tibio, caricia de sol en pleno invierno u hostil y frío, duro como la impotencia, la soberbia o el rechazo. Somos la suma de nuestra experiencia y la resta de lo no aprendido. El bienestar del contacto, la magia de lo intuido, lo visceral y mundano, los enojos contenidos…
Seguramente existe, una mujer completa existe, esa que contiene en ella misma todo cuanto necesita, pero no yo, no ahora, no mi cuerpo anhelante, no mis manos llenas, no mi gusto por compartirme, no mi ser que si bien disfruta de la propia compañía, desea y siente y vibra junto al otro. El otro que es también vida y al que estoy diseñada para dejar entrar.
Alimento mis días, los más de prisas y desmemorias, los menos de momentos exquisitos, de delicados bocados de dulzura, de la dulzura de sentirse mirada. Dejo puertas y ventanas abiertas para que entre el sol, el aire, el sonido, los sabores del entorno, para sentir que no hay límites entre lo que soy y lo que me rodea, porque soy luz pero también soy mi sombra, porque soy en mi cuerpo compacto el universo entero.
Ella tiene razón, diseñada, sí, para dejar entrar a la vida.
@didiloyola