El Charco, 20 años después

30 de Abril de 2024

El Charco, 20 años después

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Tras dos décadas de la muerte de 11 indígenas en Guerrero, documentos inéditos confirman que el ERPI decidió enfrentar al Ejército, lo que debilita la hipótesis de la masacre

Aquella fría madrugada del 7 de junio de 1998, decenas de pobladores tuun savi pernoctaban en la escuela primaria Caritino Maldonado Pérez, sin saber que estaban rodeados por tropas del Ejército mexicano. Como a las cinco de la mañana los despertaron los gritos estentóreos que uno de los militares les lanzaba: “¡Salgan, cabrones, con las manos en alto! ¡Salgan, perros muertos de hambre!”

Quienes ocupaban la escuela estaban divididos en dos grupos: civiles desarmados provenientes de diferentes comunidades aledañas a El Charco, quienes dormían en uno de los salones. En otro salón pernoctaba un grupo de insurgentes del Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI).

Ubicación. El Charco es una pequeña comunidad indígena ubicada en la sierra de Ayutla, Guerrero, a 35 kilómetros de la cabecera municipal y a unos 150 kilómetros del puerto de Acapulco.

En la escuela se alojaban visitantes de al menos media docena de comunidades como Ocote Amarillo, Coapinola, San Pedro Coxcatlán, Coxcatlán Candelaria, El Paraíso, citados en ese lugar por un grupo de rebeldes que les ofrecerían una charla. En realidad se trataba de una reunión de reclutamiento y adoctrinamiento.

En principio sólo había una columna de militares que, al percatarse de que había vigilantes armados, rodearon el plantel en silencio mientras ordenaban a los indígenas salir con las manos en alto. A coro, los sitiados gritaban que no estaban armados y que les permitieran salir. Pero los integrantes del ERPI se negaron a rendirse. Quien iba al mando del grupo insurgente les contestó: “¡Váyanse! Vienen más compañeros nuestros y les vamos a partir la madre. ¡Mejor váyanse!” Los militares no se inmutaron.

Comenzó a oler a pólvora

Una granizada de fuego lanzada contra la escuela destruyó por completo los ventanales. Los gritos de terror de los civiles desarmados, hombres y mujeres, retumbaron en el lugar.

El estruendo despertó a los integrantes de un par de postas de seguridad que pernoctaban en una elevación cercana. Se trataba de la segunda línea de seguridad de los combatientes del ERPI que estaban situados en los cerros cercanos, quienes se percataron de que por la vereda se acercaban a toda velocidad camiones cargados con tropas frescas. Eran los refuerzos pedidos por la primera columna de militares.

Luto. Entre las víctimas había jóvenes desarmados que iban a ser reclutados por el ERPI.

Los trabajos de reconocimiento posterior a los hechos permitieron determinar que la segunda línea de seguridad se había dormido, razón por la que no detectaron el arribo de la primera columna de militares. Investigadores encontraron en dos campamentos rústicos algunos desechos de comida y, también, botellas vacías de chinicuil, bebida de aguardiente acostumbrada en la región.

Al divisar los vehículos militares avanzando hacia El Charco, los rebeldes de la segunda línea de seguridad abrieron fuego graneado de fusiles AK contra los militares. Por su parte, los soldados que viajaban en sus transportes respondieron accionando sus fusiles HK-36. Ante la superioridad numérica, dijeron huir.

Abajo, los rebeldes atrapados en el interior de la escuela decidieron hacer frente a la ofensiva de los militares, que para entonces ya estaban comandados por el general Juan Alfredo Oropeza Garnica, comandante de la 27 Zona militar. El despliegue castrense fue impresionante, no menos de unos 300 soldados con pertrechos, mando de tropas y tanquetas con ametralladoras de fuego rápido HK-21 apostadas fuera de la escuela y en todos los cruces de caminos. El escape de los insurgentes era literalmente imposible.

Desenlace. Después de la rendición de los rebeldes, éstos fueron formados en el piso.

Al interior del salón de la escuela, que era el blanco del fuego de ametralladoras, había cuando mucho unos 15 combatientes equipados con fusiles AK-47 y escasos pertrechos.

Entre las cinco y las 10 de la mañana hubo varios intercambios de fuego entre los rebeldes y los militares. Los ataques de los militares eran devastadores, pues con frecuencia utilizaron las ametralladoras de las tanquetas para lanzar una modalidad de ataque a la que se le llama fuego de protección, que consiste en un muro de fuego que permite colocar a tiradores selectos sin el peligro de ser “venadeados” por los enemigos.

La colocación de esos tiradores, algunos miembros del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (GAFE), permitió localizar las posiciones de cada rebelde, a los que comenzaron a abatir a través de los muretes falsos de la escuela, de material prefabricado que permitió el paso de los proyectiles.

Resistencia. Al interior de la escuela había unos 15 combatientes armados con cuernos de chivo.

Un par de guerrilleros intentaron romper el cerco y escapar en dirección a una brecha que podría conducirlos fuera del poblado, pero fueron abatidos sin misericordia por disparos procedentes de todas direcciones. Uno de quienes intentaron romper el cerco fue Ricardo Zavala, el joven estudiante de la UNAM que estaba al frente de la columna.

Testigos refieren que, ya rendidos, los últimos combatientes del ERPI fueron ejecutados a sangre fría por los militares. Sin embargo, tal como ilustran las fotografías del levantamiento cadavérico en El Charco, los jóvenes combatientes fueron ultimados con disparos muy localizados, no con ráfagas que los habrían despedazado, lo que indica que cayeron -la mayoría- con el fusil en la mano.

Fue un enfrentamiento desigual, pero fue enfrentamiento, no una ejecución extrajudicial, dijo un militar que estuvo presente en los acontecimientos. El resultado final es de todos conocido: 11 muertos, 7 heridos y 25 detenidos. Con todo, a 20 años, aún quedan interrogantes de todos los detalles y lo que sucedió después.

Despliegue. En el ataque participaron 300 soldados equipados con pertrechos y tanquetas con ametralladoras de fuego rápido HK-21.

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