El engañado

28 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

El engañado

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A Oscar Serrano

Me casé engañado, se los digo de una buena vez. No tengo empacho en confesar que yo me casé por dinero, pero pues mejor les cuento con detalle:

Andábamos de novios, teníamos ya rato, y aquella quería convencerme de casarnos tan pronto cumplió los 23 años, pues en el pueblo a la mujer que pasa de edad de merecer, le llaman bala perdida y se gana las miradas furtivas de todo aquel que conoce la “dicha conyugal”. ¿Será que entregó la leche antes que la vaca?, dicen las gentes a sus gentes y por eso entiendo —hasta cierto punto— la presión que me ejercía.

Yo andaba renuente, la meritita verdad. La vida de matrimonio nunca me pareció atractiva. Mi padre refunfuñaba todo el tiempo y mi madre suspiraba y se quejaba a sus espaldas, siempre. No ‘mijo, Olpueb (así me pusieron mis padres, nunca supe porqué, pero supuse estarían enojados con mi nacimiento), tienes que ser un buen marido cuando te cases; tienes que hacer las cosas por ella. Y luego vienen los hijos. Y entonces tienes que hacer las cosas por ellos. Y ya nunca por uno. Sí, mamá, rezongaba yo apenas me decía del tema.

Y es que antes de casarse, si quieres no vas a trabajar. Si quieres te vas con los amigos a beber y vagar. Al cine o a la plaza. La vida es de uno y de uno solo. De chamaco le das cuentas a tus padres, pero de adulto, soltero, te rindes cuentas solo a ti. Porque ya casado, la cosa cambia. Que por qué te gastaste el dinero con tus amigotes. ¿Dónde está el resto de la quincena? Te fuiste a tomar, ¿verdad?. Necesito cortinas en la cocina, los niños no tienen calzones, el donativo para vestir al santo en la misa de aniversario y blah, blah, blah. Y como el que tiene plata, platica, pues como marido de clase trabajadora, parece que toca sólo ponerse a escuchar.

En fin y total que estaba yo viendo lo complicado de la situación y me dijo de buenas a primeras la Abeona: esto no puede seguir así. El cambio es necesario. Debe ser profundo y destacó, que pese a las dificultades “daremos lo mejor de nosotros en favor de un gran matrimonio ante Dios y el mundo”. Caracho. Habla tan bonito cuando se lo propone. Casi me convencía pero la verdad es que yo seguía algo indócil. Mira, Olpi, entra en razón, juntos buscaremos mejores soluciones a los problemas, ya verás. Para eso justo, es el vínculo matrimonial. Este es el año en que nos atrevemos a cambiar. A formar un patrimonio. A invertir. A movernos. A mejorar. Sonaba bien, la mera verdad. Pero yo le contestaba que no, que no estaba listo, que no estaba fácil, y que aunque la quería fuerte y la deseaba mucho (era de buena familia, de las que no soltaba prenda ni teta hasta después de casada), la situación se miraba casi imposible. Si apenas podía yo conmigo mismo con el negocio de la tlapalería, menos podría yo mantenerla. Mi querida Abeona apenas pronuncié eso, abrió los ojos, grandes, grandes, y vi que le brillaron como viejo peso de plata. ¿Ese es el problema, querido Olpi? ¿Por eso no te quieres casar? Acompáñame.

A paso veloz y de la mano, me llevó al cerro más retirado de la finca de sus padres. Recuerdo todo vívidamente, como si fuera ayer. Estaba el sol al ras, a punto de caer la tarde. La luz se miraba dorada y a lo lejos, un valle imponente, rico en árboles frutales, verde naturaleza mágica y vastas siembras. Que bonito, le dije. Ante la riqueza de esta tierra, me contestó, te prometo que si nos casamos, todo esto, de aquí pa’bajo será tuyo…

¿De verdad?, le pregunte azorado y sumamente emocionado. De verdad, me contestó, y repitió el ademán de mover el brazo por sobre su cabeza y llevarlo hasta lo que alcanzara uno a mirar en el horizonte. Pues entonces claro que sí y cómo de que no, de que se puede, se puede. No le rehúyo al compromiso, soy hombre serio, verdad de Dios y al poco rato nos casamos. Y al poco tanto más, me di cuenta que la condenada Abeona, me había engañado: las cuentas se comenzaron a acumular después de darnos meses de vida de rico y cuando le dije que con qué las pagábamos, me salió que esa era responsabilidad del hombre del hogar. Pues vendemos unas cabezas de ganado, un terrenito, cosechamos algo de fruta. ¿De cuáles?, me preguntó, si nada tenemos. ¡Pues de la finca que me prometiste!

Ya ni para qué les cuento, pero me puse malo hasta de hospital cuando supe que ese ademán que hizo así desde la cabeza, se refería a ella, de la cabeza a los pies. “De aquí pa’bajo, todo esto será tuyo”. Chingao. Les digo, me casé engañado. Y no sé, pero por eso ya no les creo ni a las mujeres ni a los políticos cuando prometen para voto o cuando nos dicen que la riqueza nos llegará pronto. Y ya me pongo a trabajar que los impuestos que debo, no se van a pagar sólos. Pero eso sí les digo, me queda claro una cosa: para ellos, mula que piensa, tira la carga. @Zolliker