El espía que le dio vuelo a la ciencia

19 de Mayo de 2024

El espía que le dio vuelo a la ciencia

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A mediados del siglo XVII se sentaron las bases del funcionamiento de la ciencia, en buena media gracias a Henry Oldenburg, un hombre no exento de defectos

A principios de junio de 1667, la segunda guerra anglo-neerlandesa se recrudeció. Cuando las flotas de los Países Bajos y Francia se encontraban a unos nudos de las costas de Inglaterra, todas las noticias sobre la flota inglesa fueron censuradas.

El 12 de junio, los barcos neerlandeses entraron por el Medway, incendiaron algunas naves y capturaron el Royal Charles, el barco más grande de la flota inglesa. El rey Carlos II dijo que había sido traicionado por su Consejo, que no lo había apoyado para equipar mejor a la flota...

Mientras tanto, las reuniones de la Royal Society, cuyos miembros tenían la misión de “incrementar el Conocimiento Natural”, se llevaron a cabo con normalidad en su sede londinense. Hasta que en la reunión del 20 de junio no se presentó el secretario y principal motor de la asociación, Henry Oldenburg, quien había sido encerrado en la Torre de Londres por “designios y prácticas peligrosas”.

Eso solo podía significar que se acusaba a Oldenburg de traición y espionaje, lo que resulta extraño para una persona que prácticamente había dedicado su vida a garantizar que la Royal Society fuera “inocente” en todo conflicto.

Presunción de inocencia

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Con los veloces, omnipresentes e ingobernables medios de comunicación que existen ahora, es difícil concebir que durante el siglo XVII los servicios postales eran, en buena medida, agentes de censura y medios de contraespionaje. En el caso del servicio postal inglés incluso se decía que sus altas tarifas eran una contribución para las guerras en que se involucraba el país.

Aun así, Oldenburg logró utilizar el correo para dar un impulso definitivo a la revolución científica en cuya inercia seguimos hasta la fecha.

Herny Oldenburg, un licenciado en teología nacido en Bremen (actualmente parte de Alemania), con gran facilidad para los idiomas y las relaciones públicas, llegó a Londres en 1653 para negociar con éxito que Oliver Cromwell continuara el comercio entre Inglaterra y Bremen, que entonces era una ciudad estado independiente, durante la primera guerra anglo-neerlandesa.

Después de desempeñarse unos años como preceptor de jóvenes ingleses de la nobleza, Oldenburg consiguió el patrocinio del recién coronado Carlos II para fundar una academia que fomentara el progreso de las ciencias, iniciativa que en 1662 se convirtió en la Royal Society, de la que Oldenburg fue el secretario durante el resto de su vida.

Gracias a los siete idiomas que Oldenburg hablaba con fluidez, para que un inventor o científico pudiera ser escuchado en las reuniones de la Royal Society no tenía que estar presente, podía mandar una carta que el secretario traducía para los miembros de la academia.

No sólo eso, entre los principios de la Royal Society se encontraba no creer a ciegas en lo que les dijeran (“nullius in verba”) sino reproducir los experimentos o inventos de los que tuvieran noticia, con lo cual sentaron una de las bases del funcionamiento de la ciencia.

Con las traducciones de las cartas recibidas en la Royal Society y participaciones de los miembros, el 6 de marzo de 1665 Oldenburg publicó el primer número de las Philosophical Transactions, la revista científica más antigua que se ha publicado ininterrumpidamente hasta la fecha, y con ello asentó otro principio fundacional de la ciencia.

Recibir cartas en aquella época no era fácil, comenta el historiador Daniel Boorstin en Los descubridores, pero ante las ineficiencias y obstáculos que tenía el correo regular, Oldenburg creó su propio servicio de mensajería, con jóvenes que trabajaban en las embajadas y que mandaban sus informes a una dirección que era un anagrama: “Grubendol, Londres”.

Para mantener su sistema funcionando, Oldenburg debía garantizar que el contenido de las cartas fuera “inocente”, es decir, que se refiriera a cuestiones científicas y tecnológicas y no contuviera información sensible que pudiera afectar la posición británica en conflictos armados.

Evidentemente, otra parte de su labor consistía en avisar al secretario de estado, Lord Arlington, cuando las cartas sí contenían información sensible… Y una tercera parte de su trabajo salió a la luz siglos después, a propósito de la ocasión cuando Oldenburg fue encerrado en la Torre de Londres.

Epílogo de nobleza obligada

A los pocos días de su encierro, según una investigación de Douglas McKee publicada por la Royal Society, Oldenburg recibió una carta de Joseph Williamson, secretario de Arlington y probablemente más poderoso que su jefe, quien le delegaba muchos asuntos.

En la carta, afectuosa y firmada “su más humilde servidor”, Williamson avisaba que mandaría a Oldenburg su correspondencia salvo la proveniente de Francia, y el intercambio epistolar subsecuente revela, sin decirlo con claridad, que Oldenburg sí hacía algo de espionaje para el poderoso subsecretario, pero sólo en Francia.

No se ha descubierto la carta que escribió Oldenburg y que pareció tan ofensiva a Carlos II como para encerrarlo en la Torre de Londres, de donde Williamson y Arlington lograron sacarlo el 26 de agosto de 1667. Como este mes, el día 6, no solo se cumplieron 357 años de la publicación de las Philosophical Transactions sino que se celebró el Día Internacional de la Mujer, cabe añadir otro dato sobre Oldenburg.

Entre los modelos para la creación de la Royal Society, de acuerdo con Boorstin, estaba la Academia Montmor en Francia, donde se discutían todo tipo de asuntos; sin embargo, Oldenburg escribió: “los franceses son más discursivos que activos o experimentales. Y el proverbio italiano es cierto: Le parole sono femine, li fatti maschii (las palabras son femeninas, los hechos masculinos)”, por lo que su ilusión era hacer una sociedad más “masculina” (aunque ambas estaban formadas sólo por hombres).

Hasta ahora, la inequidad de género sigue siendo parte integral del funcionamiento de la ciencia. Las primeras dos mujeres que entraron a la Royal Society, en 1945, fueron la cristalógrafa Kathleen Lonsdale y la bioquímica Marjorie Stephenson.

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