Tendría unos 17 años cuando vi en la televisión una vieja película de Carlos Velo que se llama Raíces (1953), tiempo después me enteré que este filme ganó en ese entonces el Premio Internacional de la Crítica en el Festival de Cannes. Me impactó mucho por varias razones, la primera, las historias, que en sí mismas dejaban ver un conocimiento profundo de las comunidades indígenas. La segunda, la manera de plasmarlas en imágenes, desde una perspectiva muy cercana, muy íntima, que casi “invadía” el espacio y el pensamiento de los protagonistas.
Años después, un tío tuvo el buen acierto de regalarme el libro del que provenían estas historias, una antología de Francisco Rojas González (1903-1951) llamada “La venganza de Carlos Mango y otras historias”, (sí, leyeron bien, Carlos Mango –como la fruta-) publicada por el Fondo de Cultura Económica en 1952, póstuma a la muerte prematura del autor.
Rojas González fue etnólogo, investigador de carrera del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM. Su acercamiento a las diversas etnias del país y su sensibilidad humana y antropológica, le permitieron un conocimiento íntimo de la forma de ser de muchísimas comunidades, marcándolo particularmente “las peculiares reacciones (de los indígenas) ante la agresión constante a la que se ven sometidos por la llamada cultura occidental”.
Hizo investigación y periodismo, pero desde muy joven la literatura fue una de sus pasiones, por lo que, aprovechando el contacto que tuvo con grupos indígenas originarios de todo el país, escribió una nutrida producción de cuentos. Su primer trabajo literario fue “Historia de un frac”, cuentos publicados en 1930.
La antología de “La venganza de Carlos Mango” no tiene desperdicio, cada cuento me parece igual de maravilloso que el anterior. Los ambientes polvorientos, las piedras y peñascos, la piel de barro moreno, el hábito bien visto de los papás tzeltales de desprestigiar a los hijos casaderos en la pedida de mano como muestra de decencia, la costumbre de los zoques de bautizar a los recién nacidos con el nombre de su “tona” (o espíritu tutelar y protector)… tantos y tantos rasgos culturales contados con tal maestría y sabrosura, que el libro entero es una delicia.
Entre mis cuentos favoritos está el titulado “Nuestra Señora de Nequetejé”, que relata cómo un grupo de indios pames, que habitan en una pequeña ranchería perdida en la sierra, rinden culto fervoroso en la iglesia local a una santa milagrosísima representada por la bella y misteriosa imagen de la Mona Lisa –que era en realidad una reproducción robada a una investigadora-, cuya atracción traspasaba los límites de su identidad social. También el cuento de Tanilo Santos, un indio mazahua que representaba al “Emperador Carlos Mango” en una danza en la que rendía exaltado culto al crucificado de Chalma, para obtener un favor que le permitiera vengar de muerte los abusos a su pueblo.
En la película de Raíces, “Las vacas de Quiviquinta” y “La parábola del joven tuerto” (entre otros), hallan magníficas representaciones.
Fue un placer reencontrarme con este libro, volver a sentir la misma emoción (o una mayor) que aquella tarde de sábado en mis mocedades, cuando me acerqué por primera vez a estas historias vía una magnífica película.
@didiloyola