El primer Papa en Palacio republicano

23 de Noviembre de 2025

El primer Papa en Palacio republicano

Francisco comenzó oficialmente su visita a México tras encuentro con Peña.

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EJECENTRAL

MARÍA IDALIA GÓMEZ Y GABRIELA RIVERA

Las 9:30 de la mañana, un sábado frío y el zócalo a medio llenar. A esa hora, un jefe del Estado Vaticano ingresó, por primera vez en la historia, a la sede de la República laica de México, el mismo lugar desde el que se expidieron las Leyes de Reforma y que desde 1859 establecieron la separación del Estado con la iglesia, y con ello inició la confrontación.

El que llegó esta mañana hasta Palacio Nacional, a su primer acto oficial, fue el Papa Francisco. El jesuita que con su presencia en la casa Benito Juárez, el indígena reformador, consuma el restablecimiento de las relaciones entre México y El Vaticano.

Llegó puntual a bordo del papamóvil, del que descendió a las afueras de la puerta de honor, donde lo esperaban el presidente Enrique Peña Nieto y su esposa Angélica Rivera. Un saludo formal, de mano, y luego los tres entraron caminando pausadamente hasta el Patio de Honor donde se ha preparado la

¿Primera señal? Jorge Mario Bergoglio, de blanco, se colocó entre Peña Nieto, que viste un traje oscuro muy sobrio, y de Angélica Rivera, ataviada con un traje verde. ¿El sólo acto protocolario, de apenas ocho minutos, podría derribar los cuestionamientos a la boda religiosa del presidente?.

Foto | Notimex

En esos ocho minutos se escuchan con solemnidad los himnos de ambas naciones. Luego el presidente le presentó a todos los miembros de su gabinete, incluyendo al embajador de México ante la Santa Sede y hasta el consejero jurídico de la presidencia. Saludan al Papa de mano. A su vez, Bergoglio hace lo propio y presentó a los funcionarios eclesiales que lo acompañan. Apenas han pasado 14 horas de la llegada del máximo jerarca de la Iglesia católica y es la segunda vez que la comitiva presidencial lo saluda.

Entonces inició un encuentro privado entre el Papa Francisco y Peña Nieto. Agenda cerrada, apenas 20 minutos de reunión en el salón de acuerdos de Palacio Nacional, justo donde fueron aprehendidos en 1913 el presidente Francisco I. Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez durante la Decena Trágica.

Fue el único momento en el que se reunirán en privado los dos jefes de Estado, durante toda la visita de Bergoglio a México. De lo que allí dijeron, al menos en las primeras horas nada se conoció, ni siquiera los puntos generales. Pero después del encuentro se le fue la sonrisa a Francisco.

Antes de los discursos oficiales, Peña Nieto le mostró el mural de Diego Rivera. El mismo que narra la historia de México, desde la época prehispánica, la conquista y la época moderna, esta última desde una visión socialista en la que se persigue el bien común, y sería esa una de las frases que el Papa Francisco dirigiría a los funcionarios, “el bien común”.

Hasta el patio central de Palacio Nacional llegaron los dos jefes de Estado y la primera dama. Allí los esperaban mil 500 personas, todas ellas con boletos rigurosos autorizados por la Presidencia y el Estado Mayor. Había entre funcionarios federales, gobernadores y presidentes de organismos autónomos; junto a empresarios y algunos representantes de organizaciones sociales, la mayoría acompañados de sus familias.

Una escenario fue construido ex profeso para que sólo estuvieran Peña Nieto y Bergoglio sentados frente a los asistentes, enmarcados con los escudos y banderas de ambos países. Y desde allí, como en .set de televisión, comenzaron los discursos. El Papa continuaba serio. El primero en hablar fue el presidente mexicano:

“Reconocemos en usted al líder sensible y visionario que está acercando a una institución milenaria a las nuevas generaciones. Reconocemos al Papa reformador, que está llevando a la Iglesia Católica al encuentro con la gente. Como Jefe de Estado, hoy en Palacio Nacional, el Gobierno de México reconoce con honores su investidura. Como Papa, los mexicanos le damos la más cálida y fraternal bienvenida a nuestro país. Es la primera vez que el Sumo Pontífice es recibido en este histórico recinto.

Ello es reflejo de la buena relación entre la Santa Sede y México. Sin embargo, su visita trasciende el encuentro entre dos estados. Se trata del encuentro de un pueblo con su fe”.

Entonces Francisco emitió una sonrisa, pero continuó serio, abrazando con una de sus manos su crucifijo. Mientras seguía hablando el presidente mexicano.

El discurso del presidente habló de fe, luz, esperanza y de la religión de los mexicanos. De los desafíos del mundo y de los compromisos de los gobiernos, del trabajo de la Iglesia.

“A los gobiernos nos corresponde crear las condiciones para asegurar un piso básico de bienestar a nuestras sociedades, garantizando oportunidades de desarrollo para todos. Su presencia entre nosotros contribuye a reafirmar nuestra vocación colectiva por la paz y la fraternidad, por la justicia y los derechos humanos. Las causas del Papa son, también, las causas de México”, expresó.

Llegó el turno al Papa Francisco, lo interrumpieron en por lo menos tres ocasiones con aplausos. Sabía que se dirigía a lo más importante de la clase política y económica de México. Fue moderado, pero claro, como advirtió antes de llegar a México.

Se dijo misionero de misericordia y paz, un hijo que llegaba a rendir a la Virgen de Guadalupe. Perfiló entonces, desde temprano, los temas de toda su agenda en México y que es la ruta de su pontificado: los indígenas, el bien común, la justicia, la dignidad de la persona, los jóvenes, la honestidad de los gobiernos y las nuevas formas de diálogo.

Habló de la historia indígena y mestiza. Justo en Palacio Nacional, en donde antes de la conquista era el Palacio que habitaba Moctezuma y donde los ancianos impartían justicia, pero que los españoles arrebataron para convertirlo en las llamadas Casas Nuevas, que después sería derruido para dar paso a la nueva construcción que ahora se conoce.

“Su privilegiada ubicación geográfica, lo convierte en un referente de América; y sus culturas indígenas, mestizas y criollas, le dan una identidad propia, que le posibilita una riqueza cultural, no siempre fácil de encontrar, y especialmente valorada. La sabiduría ancestral, que porta su multiculturalidad, es por lejos uno de sus mayores recursos biográficos”, expuso .

Los jóvenes, dijo el Papa, es la principal riqueza de México y ello obliga a pesar en qué México se legará a las nuevas generaciones y a “darnos cuenta que un futuro esperanzador se forja en un presente de hombres y mujeres justos, honestos; capaces de empeñarse en el bien común, este bien común que en este Siglo XXI no goza de buen mercado”.

Y entonces comenzó el discurso contra la corrupción, contra la cultura del “descarte” de las personas, del beneficio de unos cuantos, la violencia y la responsabilidad del gobierno con los ciudadanos:

“La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e, incluso, el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo.

“El pueblo mexicano afianza su esperanza en la identidad, que ha sido forjada en duros y difíciles momentos de su historia por grandes testimonios de ciudadanos que han comprendido que para poder superar las situaciones nacidas de la cerrazón del individualismo, era necesario el acuerdo de las instituciones políticas, sociales y de mercado, y de todos los hombres y mujeres que se comprometen en la búsqueda del bien común y en la promoción de la dignidad de la persona”, expresó el Papa Francisco.

En el mismo tono moderado, pero directo, dijo que la Iglesia acompañaría a México en esas nuevas formas de diálogo, de negociación, con puentes capaces de guiar al compromiso solidario, en una política auténticamente humana y una sociedad que nadie se sienta victima de la cultura del descarte.

“A los dirigentes de la vida social, cultural y política les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino, en su familia y en todos los círculos en los que se desarrolla la sociabilidad humana, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimentos, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz”.

Cuando terminó el acto protocolario, entonces Francisco volvió a sonreír. De nuevo los aplausos. Y comenzó a saludar a los que a su salida Francisco tenía a su paso.

Por tercera ocasión, en sólo 15 horas, el gabinete presidencial se preparó para saludar al Papa, esta vez junto a sus familias.

También se acercaron a la primera fila todos los que pudieron para extender la mano al máximo jerarca de la iglesia católica y sacarle fotos. Francisco extendió la mano y sonrió a todos.

Saludó a líderes de todos los partidos, incluso los más radicales como los del PT y del PRD, Alberto Anaya y Agustín Basave, respectivamente; a Luis María Aguilar, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y a los presidentes de las cámaras de Diputados y del Senado, Jesús Zambrano y Roberto Gil Zuarth, respectivamente.

El más intrépido fue el secretario del trabajo, Alfonso Navarrete Prida, quien le pidió una foto posando con su esposa. Y el que rompió las formas democráticas y laicas fue el gobernador de Chiapas, Manuel Velasco, quien le besó el anillo papal.

Fueron 83 minutos en los que duró la visita de un Papa jesuita a la sede de la República laica de México.