Parafraseando un dicho de Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence) —la frustradísima estudiante de astronomía que durante todo Don’t Look Up (Estados Unidos, 2021) sigue sin entender por qué un alto mando del ejército le cobró las botanas en la Casa Blanca siendo que son gratis—, esta película no es tan lista (ni tan importante) como sus temas podrían sugerir.
La expectativa no podría ser más alta, sólo hay que revisar su impresionante nómina —Meryl Streep, Cate Blanchett, Jennifer Lawrence, Leonardo DiCaprio, Jonah Hill, Mark Rylance, Timothée Chalamet— para suponer que estamos frente a algo importante.
Mejor aún, se trata de una farsa que critica la inacción del gobierno (de Trump) no sólo frente a la pandemia sino frente al calentamiento global. Y además es dirigida y escrita por Adam McKay (The Big Short, Vice), quien ha demostrado tener buen músculo para este tipo de comedias con cierta denuncia política.
En Don’t Look Up, Kate Dibiasky junto con su profesor, el Dr. Randall Mindy (DiCaprio) descubren que un enorme meteorito está a meses de estrellarse con la tierra. Acuden con la presidenta de los Estados Unidos, Brie Evantee (Streep) pero esta no les escucha, está más ocupada con las elecciones que vienen. Ante la displicencia gubernamental, el par de científicos acude a los medios, pero ahí tampoco hay éxito, importan más las notas de espectáculos antes que el fin del mundo. Nadie parece escuchar y el tiempo se agota.
En papel, esta película sonaba fabulosa, una farsa sobre la indolencia y la estupidez de los gobiernos frente a la pandemia, así como una dura crítica a la sociedad y los medios banalizados por los influencers y las redes sociales.
Pero en la realidad (esa que Diabisky dice que es más deprimente) lo que tenemos es una sátira inocua e insípida, que provoca pocas risas y mucho sopor por su inexplicable duración (más de 130 minutos) y los métodos tan obvios con los que pretende hacer humor (¿soy yo o acaso no es un error que el presidente sea una mujer?).
Y es que la trama exige una navaja de corte fino, pero por algun motivo inexplicable, Adam McKay se decide por un conjunto de crayolas de colores básicos, una colección de lugar comunes y un tono que roza con el regaño: es tu culpa si el mundo se acaba, es tu culpa por estar haciendo famosa a gente idiota, es tu culpa por elegir a esos gobernantes.
La película requería de más delirio y menos agenda.
Lo cierto es que McKay lo tenía complejo: ¿cómo competir con las estupideces de Trump (sugiriendo que el Covid se iría pronto y que no era grave), Bolsonaro (negándose al uso de cubrebocas por ir en contra de “la libertad”) o Andrés Manuel (todas las anteriores)?
No ha de ser fácil hacer competencia a esos comediantes de tiempo completo.