El presidente Enrique Peña Nieto fue el orador en el 88 aniversario del PRI el sábado pasado y lanzó una arenga propia para el evento, de militante agresivo con sus adversarios. La sucesión presidencial tuvo banderazo de salida. Aún faltan algunos meses para que haya candidatos, pero los adversarios quedaron perfectamente identificados cuando se refirió al error que haría el electorado si se inclinara por el pasado de parálisis, en referencia a los 12 años de gobiernos panistas, o diera “un salto al vacío de la izquierda demagógica”, como describió, en una declaración de guerra el apoyo a Andrés Manuel López Obrador. El PRD quedó fuera de su discurso, con lo que parece haberlo eliminado de la contienda presidencial de 2018, al dejar planteados los términos de la batalla para tres partidos, el PAN, Morena y el suyo.
Peña Nieto marcó también las líneas con las que él, su gobierno, el partido y sus candidatas y candidatos, van a enfrentar a la oposición, y buscar salir del hoyo electoral en el que se encuentra, que no fue tocado en su discurso. La realidad que estuvo presente como subtexto en sus palabras, es que el PRI arranca en un lejano tercer lugar en cuanto a identificación partidaria. La última encuesta de esta naturaleza presentada por la empresa Buendía&Laredo y Asociados, muestra que si hoy fuera la elección, el PRI caería a un vergonzoso tercer lugar. Una buena parte de la explicación es el castigo de los electores a su gestión, cuyos niveles de desaprobación no tienen paralelo en la historia de las mediciones presidenciales y se mantienen en alrededor del 85%.
El estudio de Buendía&Laredo y Asociados establece un empate técnico entre el PAN y Morena, 23% contra 21% en la preferencia de voto, que está dentro del margen de error, con el PRI en un lejano tercer lugar con 13%. Lo peor para el PRI es la tendencia a la baja, agudizada por una caída de 45 grados desde septiembre pasado. El PAN, que repuntó entre noviembre de 2015 a julio del año pasado, se ha mantenido estable, mientras que Morena despegó de manera sostenida desde septiembre. El PRD, salvó una ligera alza en ese mismo mes, tras las elecciones de gobernadores, está empantanado en un dígito. O sea, fuera de competencia.
Peña Nieto dividió su discurso en tres puntos centrales. Dos de ellos son la identificación de sus adversarios, y el tercero en donde asegura que no está pactando, ni lo hará, una derrota. Sin especificar, no quedó claro si se refería a negociar con el PAN el estado de México, como se ha publicado en la prensa, a cambio de que el PAN respalde al PRI en la elección presidencial, o negociar con el PAN o alguien a modo para que le brinde protección política y blindaje jurídico una vez que deje el poder en manos de la oposición. Lo que dejó de manifiesto, que confirma toda la información que trasciende del Olimpo presidencial, es que sí cree que el PRI pueda ganar, como aseguró el sábado, las elecciones de 2017 y 2018.
Cómo desplegará sus armas retóricas y argumentativas el presidente y sus seguidores, está por verse, pero lo que planteó en el aniversario del PRI puede ser débil por engañoso. Dijo Peña Nieto, sobre los gobiernos panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón, que su gobierno se atrevió a asumir los costos e impulsar “las grandes transformaciones del país”. Las más controvertidas son la educativa, cuya propiedad intelectual corresponde al sector tecnócrata de su gobierno –el principal redactor de la reforma fue el líder del PRI, Enrique Ochoa-, y la energética, cuya reforma fue planteada en la primera parte del gobierno de Calderón, y fueron los priistas quienes se encargaron de sabotearla en el Congreso. Transformar ese sector, como dijo el presidente, para asegurar la soberanía energética, era visto en los tiempos que el PRI era oposición, como la venta del país al sector privador. No es lo mismo ser oposición que estar en el poder, pero es riesgoso utilizar como bandera de crítica una reforma que sistemáticamente el PRI rechazó cuando muchas de las definiciones pasaban por el escritorio del gobernador Peña Nieto en Toluca.
La crítica a los gobiernos panistas, lo dejó entrever previamente, incluirá el magro crecimiento económico en el gobierno de Calderón de 2.2% anual, lo que implica otro riesgo si alguien recuerda lo que dijo ante inversionistas en Nueva York en septiembre de 2014: México crecería 2.7% ese año; 3.7 en 2015; 4% en 2016; y entre 5 y 6% al cierre de su gobierno. La realidad fue diferente. En la primera mitad del sexenio el crecimiento promedio fue de 2%, y al cierre, de acuerdo con los pronósticos, será todavía más bajo. El mal rendimiento económico, junto con las polémicas reformas, fortaleció a López Obrador, a quien Peña Nieto quiere pintar como demagogo ante el electorado.
Pero una vez más, como el contraste con los gobiernos panistas, ¿cómo va a lograr que su discurso, que parece agotado hace tiempo por los bajos niveles de aprobación, modifique las tendencias actuales en el elector? Peña Nieto irá a la guerra, sin duda, y no tiene mucho que perder. Su partido estaría derrotado en una elección hoy en día, por lo que aquello que haga bien sólo podrá ir en su beneficio. Tiene mucho en juego, en efecto. Su legado por un lado, y su tranquilidad en los años futuros como ciudadano.
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