“Cuando un individuo está protestando contra la negativa de la sociedad a reconocer su dignidad como ser humano, su acto de protesta le confiere dignidad”.
Bayard Rustin
Con el paso de los años hemos sido testigos de la forma en la que los movimientos sociales, las revoluciones y los cambios de paradigmas han sido necesarios para replantearnos modelos políticos, patrones de conducta, esquemas cotidianos y actitudes inculcadas.
En la última década el constante crecimiento de las protestas sociales ha alcanzado cifras, poco vistas hasta el momento; el tema se presenta a escala global, diversos cuestionamientos surgen sobre él ¿por qué se han hecho mucho más numerosas?, ¿tienen puntos en común? Y ¿cuáles son?
Es probable que su incremento se deba a una creciente capacidad de organización por parte de la sociedad civil e incluso a la comunicación establecida por la globalización, pero además, a la apertura para reconocer situaciones como las desigualdades, el autoritarismo, la corrupción, el desempeño de los servicios públicos y la poca eficacia de algunas instituciones; y sobre todo, al hartazgo generado por años de impunidad y verdades veladas.
2019 probablemente sea recordado como uno de los años más convulsos con respecto a este tema, sin embargo, las protestas se han convertido en noticias cotidianas, aunque de forma lamentable en muchos casos las movilizaciones se convierten en situaciones caóticas y violentas. El año pasado el Capitolio de Estados Unidos fue testigo de una de las protestas más significativas y agresivas, también se registraron disturbios, en India, Perú, Afganistán, Cuba, Brasil, México y Tailandia.
De acuerdo al Informe: Protección de los derechos humanos en el contexto de las manifestaciones pacíficas durante situaciones de crisis publicado en la Asamblea General de las Naciones Unidas las protestas pacíficas deberían ser un medio democrático de participación y los gobiernos deben de dejar de aumentar el riesgo de violencia para reprimir las manifestaciones, menciona que se ha observado una marcada tendencia de los Estados a percibir las manifestaciones como amplificadores de las crisis. Recalca que son vitales para la vida de sociedades sanas, ya que permiten tener en cuenta los puntos de vista de aquellos que quedan excluidos.
Quizá las movilizaciones sean cada vez más comunes, lamentablemente hay que reconocer que facilitar el derecho a la protesta ha comenzado a ser un tema sensible para gobiernos e instituciones, tan es así que incluso Amnistía Internacional lanzó el pasado julio la campaña “Protejamos la protesta” en la cual se busca hacer énfasis en eliminar el uso de los poderes excepcionales como excusa para reprimir la disidencia, la militarización y la estigmatización a los manifestantes entre otras situaciones críticas.
La perspectiva del manifestante y la visión de aquel ante quién surge el movimiento, son dos lados de una misma moneda; sin embargo, la no violencia debe desempeñar un papel medular, ante el amparo de ninguna injusticia se debe provocar dolor o daño, ¿cuántos no pierden oportunidades de trabajo al no poder llegar a una cita laboral o al perder un vuelo?, ¿cuántas ambulancias son incapaces de abrirse paso para trasladar enfermos y así salvar vidas?, ¿qué número de personas no ha visto sus negocios o bienes inmuebles dañados?
Estoy convencido que el tema debe abordarse desde distintos ángulos; pero desde cualquiera que éste sea no se puede olvidar que las agresiones y la violencia, jamás deben tener cabida ni por parte del Estado ni de aquellos que luchan por un ideal o defienden un derecho.
*Analista en temas de seguridad, justicia, política, religión y educación.
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