La “corporatocracia” toma EU
Los empresarios se han instalado en la Casa Blanca; la nueva clase gobernante

WEST PALM BEACH, FL - OCTOBER 13: Republican presidential candidate Donald Trump gives a thumbs up during a campaign rally at the South Florida Fair Expo Center on October 13, 2016 in West Palm Beach, Florida. In his remarks Trump vehemently denied recent allegations of past sexual assault and railed against mainstream media corruption and the “Clinton machine”. Joe Raedle/Getty Images/AFP == FOR NEWSPAPERS, INTERNET, TELCOS & TELEVISION USE ONLY ==
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La “corporatocracia” toma EU con el arribo de trump, los empresarios se han instalado en la Casa Blanca; la nueva clase gobernante antepone intereses privados a las necesidades de la sociedad
Juan Pablo de Leo
Donald Trump peleó en nombre del ciudadano pequeño y desfavorecido; además representa la culminación de un sistema político que ha ido transfiriendo su poder e influencia a la iniciativa privada. El dominio de las grandes corporaciones en el ámbito político nacional estadunidense se consumó con la decisión que tomó la Suprema Corte de Justicia en 2010 con el caso Ciudadanos Unidos vs. la Comisión de Elecciones Federales, que permitió la participación de empresas en campañas políticas electorales. La sentencia sostuvo que la Primera Enmienda a la Constitución prohibía al gobierno limitar las donaciones políticas de empresas y sindicatos.
A partir de entonces, la mano del dinero en las campañas ha entrado sin límite, comprometiendo a los políticos con una agenda corporativa más que social. Un segundo momento de ese traspaso se dio en la pasada campaña presidencial con el triunfo de Trump el 8 de noviembre. La promesa de poner a “América primero” se concreta a través del corporativismo norteamericano, empoderado desde las posiciones más altas e importantes de lo que será el futuro gabinete.
Por definición, la “Corporatocracia” es el gobierno de las corporaciones. Una denominación dada a un régimen en el que el poder ha cambiado hacia las grandes empresas, y donde el Estado pierde su capacidad reguladora sobre la economía y los servicios públicos. La “Corporatocracia” implica la existencia de un gobierno controlado por personas que administran o están íntimamente relacionadas con grandes compañías, buscando maximizar los beneficios de las mismas a costa de perder capital ambiental y social. Son los negocios los que definen la agenda política nacional de los gobiernos reemplazando las antiguas estructuras de la democracia e incluso la tecnocracia.
En Estados Unidos, el lobbying de esas grandes empresas ha logrado secuestrar al Estado en todos sus niveles: desde la Casa Blanca, pasando por el Congreso hasta las autoridades locales. El gobierno prácticamente se ha fusionado con los negocios dejando líneas invisibles entre lo que es un CEO o lo que es un gobernador. Las agendas y responsabilidades dejan sin acceso al ciudadano común, justo a ese a quien Trump prometió regresar el poder y el gobierno.
El hecho de ser un sistema político abierto, transparente y de rendición de cuentas, no implica que sea justo para todos. Aunque el término capitalismo estaba apenas en uso en el momento de la conformación de Estados Unidos, los Padres Fundadores apoyaron el principio de libertad económica que lo subyace, pero no contaban con la injerencia que a la larga tendría el crecimiento del poder económico y, por ende, político de las empresas. Un principio que se contradice con la legitimidad con que llega Trump bajo una visión nacionalista, proteccionista e intervencionista, que ha tenido amplia resonancia en el electorado estadunidense.
El lobbying masivo, junto con los personajes que han sido nombrados a su gabinete, representan el uso absoluto y hasta perverso de la influencia corporativa en el gobierno. Los cuatro lobbies más grandes e importantes de Estados Unidos están bien representados en el equipo que arma Donald Trump para llegar a la Casa Blanca: el sector militar-industrial, el de Washington-Wall Street, la industria de Salud-Farmacéutica y la Petrolera-Transportista. Nombre por nombre, hay miembros que están ligados directamente a los sectores que más invierten en el cabildeo y que tienen intereses políticos.
Rex Tillerson es el ejemplo más claro de lo que será el gobierno de Trump. Los medios especializados dudan poco de las capacidades y de los logros que el CEO de Exxon Mobil ha tenido en los más de 40 años en que se ha desarrollado con la empresa hasta llegar al puesto más alto. Sin embargo, son los conflictos de interés que como secretario de Estado y encargado de la diplomacia estadunidense pueda tener y la capacidad de maniobra que eso le reduciría. De nueva cuenta, la premisa de la “Corporatocracia” que ha secuestrado a Estados Unidos antepone los intereses privados a las necesidades de la sociedad.
La influencia de firmas consultoras que están íntimamente ligadas a la política se hace notar en la elección de Tillerson como secretario de Estado. Una posición empujada por la consultoría de Robert Gates y Condoleeza Rice, quienes a su vez trabajan para Exxon como asesores y quienes recomendaron a Trump elegir a Tillerson para la posición.
Para los medios y los expertos, la cercanía de Tillerson con Rusia es un problema. Para Wall Street, las bolsas y las acciones es una buena noticia que favorecerá los intereses empresariales de la industria petrolera, a través de la posible eliminación de sanciones a Rusia que han sido impuestas por la administración de Obama, las cuales han impedido la explotación del Ártico y otras zonas, por compañías petroleras y oligarquías, como la rusa, en donde parece estar sustentando Trump su modelo de gobierno, en el peor de los sentidos.
Donald Trump ha elegido a un gabinete que tendrá que ser pragmático por su origen, ya que está plagado de militares, exintegrantes de Goldman Sachs y multimillonarios.
De los 24 puestos claves entre el staff de la Casa Blanca y el gabinete que requiere la confirmación del Senado, Trump ha nominado a nueve empresarios sin experiencia previa en gobierno, todos ellos en puestos clave. Aún faltan designaciones por anunciar, pero que no se dude que también provendrán del sector privado.
La Administración de Pequeños Negocios con Linda McMahon, la estrategia con Stephen Bannon, la Secretaría de Desarrollo Urbano con Ben Carson, la Secretaría de Educación con Betsy DeVos, la Secretaría de Comercio con Wilbur Ross y del Tesoro con Steve Mnuchin están en manos de empresarios e inversionistas con ligas e intereses al mundo corporativo.
Sin duda exitosos en los ámbitos que se han desarrollado, todos son parte de la misma preocupación por los conflictos de interés en los que se verá envuelto el gobierno de Trump como ningún otro antes en la historia política norteamericana. Forman parte ahora del movimiento que ha encabezado el magnate y que representa la toma de Washington y del sistema político norteamericano, que según ellos se ha convertido en un pantano y que están dispuestos a vaciar.
Experiencias como las incursiones a Irak y Afganistán, empujadas y diseñadas por el entonces vicepresidente Dick Cheney, exCEO de Halliburton —empresa que ganó más de 39 mil millones de dólares en contratos con el gobierno durante la guerra— en las que se antepusieron los intereses privados a los geopolíticos, y que tienen hoy a Oriente Medio sumido en un vacío de liderazgo, son los precedentes de la toma del gobierno por intereses privados. La administración entrante de Trump llega con la sospecha de querer gobernar para él y sus empresas, sin reconocer el jugador que es Estados Unidos en el tablero de la política exterior.
El desconocimiento e ignorancia que ha demostrado solo se profundiza con declaraciones como las hechas respecto a su intención de no asistir a las juntas de inteligencia o leer los briefings informativos. A ello se suma la sospecha de la verdadera intención personal que tienen, a costa de un electorado igual de ignorante aunque desesperado.
Puesto clave. Rex Tillerson, futuro secretario de Estado, está al frente de ExxonMobil desde 2006. Tiene una relación cercana con el presidente ruso, Vladim