La magia de Chiapas (parte I)

4 de Agosto de 2025

Diana Loyola

La magia de Chiapas (parte I)

DIANA LOYOLA

La aventura comenzó apenas aterrizamos y el aire cálido de Tuxtla Gutiérrez nos dio un abrazo de bienvenida. Recién recuperamos las maletas emprendimos el camino a Chiapa de Corzo. La carretera estaba bordeada de lomas tan verdes, tan bonitas, que la vista se llenaba de gozo; casas pintadas en colores vivos, brillaban bajo la luz cálida del sol de medio día y daban la impresión de ser flores luminosas adornando el esmeralda de los cerros.

El Río Grijalva, con sus aguas mansas y generosas por las lluvias, nos dejó acariciarlo con la vista. Lo recorrimos hasta llegar a donde nace el Cañón del Sumidero, con sus montañas habitadas por árboles increíbles: ceibas (o pochotas, como las conocen en la región), ocotes, guanacastes –que dicen llora sangre, por la resina roja que escurre si es cortado-, higueras silvestres, guachipilín o guaje blanco, mangares enormes cuajados de frutos de color rosa encendido… más adelante los muros que se elevan imponentes, las paredes rocosas presumiendo sus diseños, las aves que nos invitaban a mantener la vista en alto.

Con gusto comprobé que el río está limpio, no había basura, no flotaban más que unos cuantos lirios cercanos a las orillas. Sonreí entonces y sonrío ahora al recordarlo. Chiapa de Corzo y su quiosco, su iglesia, su corredor turístico con mercaderías y artesanías de extraordinaria factura, bendita tierra y bendita gente.

San Cristóbal de las Casas nos arropó por la noche. La mañana siguiente estuvo desbordante de bellezas: en el Arcotete disfrutamos del canto del riachuelo, de su flora magnífica y su energía maravillosa. Para llegar a Amatenango del Valle, pasamos por Betania -cuyos puestos de frutas y conservas a la orilla del camino, eran de una exuberancia y un colorido que recreaban tanto la vista como el paladar- y luego por Teopisca, que nos recibió con su iglesia sencilla y hermosa consagrada a San Agustín. Finalmente la cerámica pintada a mano de Amatenango del Valle apareció frente a nosotros, varias mujeres tzeltales sentadas en el piso, pintaban con sorprendente habilidad vasijas, platos, macetas y jaguares exquisitos. De regreso a San Cristóbal, en el Museo del Ámbar, nos topamos con la historia de esa resina mágica del árbol del guapinol, que ya sea amarilla, roja, verde u ocre, luce como piedra preciosa en cualquier joya.

Al día siguiente muy temprano, salimos con rumbo a Navenchauc, donde pudimos ver dos iglesias, una para hombres y niños y otra para mujeres y niñas. Todos los habitantes vestían ropas típicas, las mujeres con sus faldas largas y sobre los hombros mochevales o capas cortas bordadas primorosamente a mano y tejidas en telar de cintura. Los hombres con shorts cortos blancos, huaraches altos (que asemejan plataformas) hechos con piel gruesa, camisas blancas y sobre ellas, el pocol o pshicol, un tipo de chalecos bordados a mano de una belleza indescriptible. Ambas iglesias repletas de flores. Más tarde visitamos Zinacantán “el pueblo violeta” y su mercado espléndido, donde todos visten en tonos morados sus trajes regionales y ofrecen sus productos extendidos sobre mantas en el piso: tamalitos de frijoles o con hoja santa, hilos, flores, mochevales, maíz, fajas bordadas, fruta… toda una experiencia.

¡Qué viaje maravilloso! Gracias Chiapas.

@didiloyola