› Cuando se estrena el ansiado filme, el resultado - ¡oh sorpresa!- es anticlimático. “Si tan sólo fuera como el tráiler”, lamentan los fans al ver Superman vs. Batman o la reciente Suicide Squad.
Gracias a la industria hollywoodense, la gente ya no ve películas, sino tráilers. Quizá usted los conozca como “cortos”: avances audiovisuales que presentan el resumen de un filme con fines promocionales. Originalmente, los tráilers se mostraban al final de las proyecciones de las películas (de ahí el uso de la palabra, que en inglés también se usa como sinónimo de remolque). La práctica no duró mucho, ya que la audiencia tendía a abandonar la sala después de terminar las películas. El nombre perduró cuando se decidió proyectarlos antes de que empezara una cinta, primero, o para usarlos como herramientas para campañas publicitarias más extensas en televisión, después. Los tráilers siempre han sido generadores de emoción para el cinéfilo. En el México anterior al Tratado de Libre Comercio, recuerdo cómo un amigo pudiente con “parabólica” me grababa un videocassette repleto de programas de Coming Attractions, un programa de media hora compuesto por tráilers que transmitía la entonces naciente cadena E! Entertainment Television. Cuando vi el primer avance de Batman, la versión de 1989 dirigida por Tim Burton, casi muero de felicidad.
Actualmente, el tráiler no sólo goza de buena salud, sino que se ha convertido en un fin en sí mismo. La expectativa por el estreno de un filme es hoy el propio entretenimiento. La película en sí es lo que menos importa. La conversación generada por el avance es el verdadero contenido, al punto en que ya hay avances del tráiler, denominados como teasers (anticipos de 30 segundos del tráiler que se estrenará en semanas posteriores). Cuando los fans observan por primera vez un tráiler, las redes sociales se llenan de miles de “reaction videos”, delirantes piezas audiovisuales que muestran la respuesta orgásmica frente a las imágenes esperadas. Algunos gritan como quinceañeras desquiciadas, otros lloran, algunos hasta se quitan la ropa, pero todos exhiben la “borrachera espiritual” propia de una iglesia cristiana.
Un éxito de taquilla genera por lo menos tres tráilers antes de su estreno. La difusión del último avance se anuncia con bombo y platillo. Por lo general se trata de una pieza de dos a tres minutos de duración que funciona como un resumen infinitamente más entretenido que la cinta que publicita. Cuando se estrena el ansiado filme, el resultado - ¡oh sorpresa!- es anticlimático. “Si tan sólo fuera como el tráiler”, lamentan los fans al ver Superman vs. Batman o la reciente Suicide Squad. La frustración dura poco, pues el fiasco que acaban de sufrir trae inserto en los créditos finales uno o más teasers que anticipan una nueva entrega en la saga de superhéroes. Todo cobra sentido ahora: la porquería que acaban de ver no era una película, ¡sino un tráiler de dos horas y media para un filme que ni siquiera ha comenzado a realizarse! Un nuevo ciclo masturbatorio se activa: teaser / tráiler /película / teaser / nuevo tráiler. Mientras tanto, en un estudio de Hollywood, alguien estalla en carcajadas mientras recuerda las líneas de Machado popularizadas por Serrat (eso es lo que escuchan los ejecutivos de Los Ángeles en pleno 2016, ¡lo juro!): “caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
@mauroforever