La posible oposición a Trump
Republicanos no estarían dispuestos a aceptar su visión en temas que requieren del Congreso
 
Juan Pablo de Leo
El acierto de haber enfocado una visión política a un electorado oculto, tras la irrupción de Donald Trump en el Partido Republicano, le permitió a la estructura partidista regresar a la Casa Blanca, pero con un costo.
Los republicanos han pasado de ser el partido de las élites, corporaciones y libre comercio, al populista dirigido a las clases medias y medias bajas que se alejan de las élites liberales y se acercan al Estados Unidos polvoriento, viejo y olvidado.
Algunos han calificado la toma del partido como un secuestro por parte de Trump. Su agenda política y económica se aleja mucho de los planteamientos históricos que los republicanos han representado. Desde la Convención Nacional Republicana, la plataforma político-electoral presentada se alejaba ya en varios puntos de posiciones históricas que han marcado la vida y rumbo de la organización. Por lo pronto, la relación ha resultado exitosa y el partido se encuentra en renta a un empresario que pretende destruir el sistema de gobierno, y eso incluye a los partidos políticos incluido el de él mismo, si se puede llamar republicano. Es la paradoja de tomar parte por un proyecto que incluye su autodestrucción.
Luego del mensaje conjunto al Congreso que ofreció el martes pasado y en el que muchos analistas vieron una moderación y acercamiento a la oposición, queda claro que, a pesar de la retórica, pretende empujar su agenda basado en las promesas de campaña, sin importar lo que puedan chocar con la agenda no sólo del Partido Demócrata, sino de su propio partido, el republicano. El éxito del gobierno Trump no está garantizado a pesar de contar con mayoría en el Congreso y el Senado en lo que ha sido un matrimonio arreglado en camino hasta el momento. A medida que se acerquen las elecciones intermedias, y los legisladores tengan que responder por temas comerciales, la conexión rusa y la baja popularidad que pueda contagiar Trump en sus números de aprobación, el romance entre ambos se enfrentará a sus más duras pruebas.
›Trump puede caer o no. Independiente de los fantasmas de Watergate, parece que por el momento nadie en el Partido Republicano está dispuesto a enfrentarlo, a pesar de que eso no vaya a durar para siempre.
Los deseos en México de que los escándalos políticos corran su curso, cobren a sus víctimas y debiliten al gobierno de Trump, se quedarán en eso, al menos por ahora. La prueba verdadera se encuentra en la capacidad de negociación política que pueda tener Trump para cumplir con sus objetivos de gobierno. Si bien no están dispuestos a destituirlo o enjuiciarlo políticamente, tampoco están dispuestos a aceptar por completo su visión en temas que requieren del Congreso y la colaboración entre los poderes. Voces en el partido comienzan a salir poco a poco en discordancia con temas que planeta la Casa Blanca. Como siempre, el senador Maverick o el disidente John McCain, se ha convertido en la voz de balance y razón de conciencia que de distancia de Trump, al entender claramente las implicaciones historias que han conducido al Partido Republicano.
 Por lo pronto, y luego de un inicio incómodo, ambos liderazgos en las dos Cámaras cuentan con la simpatía del presidente, en lo que puede ser la calma previa a la tormenta, cuando entre de lleno el debate por el prepuesto y el enfoque financiero del gobierno. Paul Ryan y Mitch McConell han tenido sus roces con Trump, pero entienden ambos que al final está en los intereses de todos llevarse bien por más que esto cueste. Sin embargo, en los próximos días Trump tendrá que desdoblar las acciones específicas a tomar que den cuenta de lo que realmente pretende hacer y con qué capital político y económico cuenta para hacerlo. 
Ya en días previos, el diario New York Times advirtió del choque por venir en el partido por el presupuesto a presentarse en los próximos días, y que marca las profundas diferencias de visión que tienen Trump y Ryan. La revisión de una reforma fiscal, un programa de gasto masivo en infraestructura y el balance de la deuda, son apenas algunos temas genéricos que se alistan para ser discutidos desde dos posiciones en un mismo partido político. En la medida que las propuestas de Trump sean exitosas o no y sean identificadas electoralmente con los diferentes legisladores, obliga a una amplia revisión que se ha dado a notar por ejemplo, en la primera batalla que Trump podía ganar fácilmente: Obamacare o la reforma de salud. Por el momento, los republicanos tienen la posibilidad de echar para atrás las reformas procesadas durante la administración de Obama que dieron cobertura de seguro médico a 22 millones de personas. Hoy, lo fácil no es cancelarlo. Lo difícil es reemplazarlo sin quitar la cobertura ya existente y que podría tener costos enormes para el partido en las próximas elecciones intermedias. 
EL DATO
El pasado 28 de febrero, en su primera intervención ante el Congreso, Trump dijo que las leyes migratorias “aumentarán los salarios y haremos seguras nuestras comunidades”.
Conservadores fiscales, los afines a reaganomics y otras facciones ideológicas dentro del partido que han visto con buenos ojos la candidatura de Trump en general, chocan en aspectos específicos claves para el cumplimento de los objetivos. La discusión el presupuesto será simbólica en muchos sentidos y fundamental para el futuro de la relación entre ambos. En la medida que el Congreso pueda fondear el muro de 20 mil millones de dólares, inyectar 30 mil millones de dólares a un programa de infraestructura y recortar impuestos, todo mientras se mantienen programas sociales como medicare, medicaide y Seguridad Social, entonces la relación podrá seguir caminando sin problemas ni peligros de perder espacios en la próxima elección intermedia.
Otras batallas similares a lo que ocurre con el Obamacare, en el que no cuenta con el apoyo irrestricto de los miembros de su partido, serán libradas en los comités en temas de política exterior y comercio. La posición anticomercio, prorusa, antiinmigración y otros, contrasta con el pensamiento geopolítico de miembros no sólo del gobierno federal y sus dependencias, sino de republicanos de alto rango. Al igual que ha tenido que librar una lucha interna por el poder entre miembros de su propio gabinete que se pelean la influencia directa del presidente, también lo ha tenido que hacer al interior del partido con esas diferentes visiones. La negociación de la que tanto presume y a la que se dice dedicar será fundamental para encontrar la manera de avanzar su gobierno sin perder el apoyo del partido, pues a la vez necesita de buenos números de aprobación que le permitan enfrentar empedrado las próximas elecciones presidenciales.
Los planes son muchos y las promesas por más populistas que sean tienen intención de ser cumplidas. Con el apoyo demócrata no cuentan y difícilmente podrá negociar con ellos. Serán cuatro años de oposición absoluta, auxiliados por algunos estados clave. Con el poder absoluto a nivel federal, legislativo y próximamente judicial, la promesa de ambos tanto en la Casa Blanca como en el Capitolio ha sido moverse rápidamente, aunque hasta el momento no haya ocurrido.