Mis pensamientos y oraciones

31 de Julio de 2025

Mauricio Gonzalez Lara

Mis pensamientos y oraciones

MAURICIO

A lo largo de esta década, Antony Jeselnik, cómico estadounidense de 37 años de edad, ha nadado a contracorriente de la corrección política que caracteriza a buena parte de la comedia de su país. Fanfarrón e inteligente, Jeselnik ha desarrollado una personalidad villanesca que aborda temas considerados por sus contemporáneos como tabú o sagrados absolutos (prejuicios raciales, abuso sexual, cáncer y una notable cantidad de bromas sobre niños muertos, incluido el hijo de Eric Clapton, inspiración para la canción Tears in Heaven). El “mal gusto” no existe como argumento para contener a Jeselnik, quien se ha especializado en cultivar el arte del chiste minimalista: salvajadas de tres o cuatro líneas cuyo punchline (el sorpresivo desenlace que le da sentido a la broma) es detonado por un fraseo de elegancia casi cronométrica. Durante la segunda mitad de Thoughts and Prayers, su especial de comedia más reciente (y disponible en Netflix), Antony se aleja de su habitual estilo para explorar reflexiones de más largo aliento. Su objetivo de ataque: la hipocresía en redes sociales.

De acuerdo con Jeselnik, la gente que se lamenta en Twitter o Facebook de cualquier tragedia a minutos de haber sucedido –sea en una ciudad como Londres o una pequeña población como Aurora, donde un loco disparó a los asistentes de una función de Batman: el caballero de la noche asciende, en 2012– adolece de un protagonismo abyecto que merece ser ridiculizado. Según el cómico, todos escriben las mismas palabras vacías:

“Mis pensamientos y oraciones están con las víctimas de Aurora”, “mis pensamientos y oraciones hoy se encuentran con la gente de Boston”. ¿Saben para qué sirven los “pensamientos y oraciones” de estas personas? Para un carajo. Menos que un carajo. No están brindando su tiempo, dinero o compasión. Todo lo que hacen es decir “no se olviden de mí hoy”. “Sé que hay muchas distracciones en las noticias, pero noten lo triste que estoy por eso”. Son como un fotógrafo de bodas que sólo sabe tomar selfies. Esa gente merece ser ridiculizada.

Siempre que sucede una tragedia (sea una masacre en un centro comercial estadounidense o incluso la muerte de un “famoso”), me resulta imposible no revisar la cuenta de Twitter de Jeselnik. Nobleza obliga: siempre publica un comentario de mal gusto, claro, pero divertido y liberador La hipocresía solía ser monopolio de políticos y figuras públicas, quienes están obligados a emitir un gesto de apoyo, sea sincero o no. Hoy, la comunicación horizontal de las redes sociales ha provocado que todos nos sintamos como líderes que deben externar sus condolencias para poder participar en la historia del mundo mientras ésta se escribe. El espectáculo raya en lo grotesco. De los pedestres “mis pensamientos y oraciones” hemos pasado a manifestaciones ególatras que explotan las tragedias de forma cada vez más vulgar: personas que publican fotografías de sus viajes por París para acreditar su supuesta cercanía sentimental a la ciudad, selfies con la bandera gala pintada en el rostro (duck face incluida) y hasta campañas para comer en restaurantes franceses (dizque para abrazar a la distancia a nuestros hermanos europeos), en fin, lo que sea para evitar ser excluido de la coyuntura.

El efecto acumulativo de tanto ruido asquea y frivoliza el dolor.

La próxima vez que un loco tire del gatillo consideremos que el ejercicio del derecho a guardar silencio puede ser una manera contundente de expresar empatía y respeto. Lo demás, como dice Jeselnik, importa un carajo.