La volatilidad de abril de 2025 no surgió de la nada. Fue el resultado directo de un entorno global cada vez más incierto, catalizado por nuevas políticas comerciales impulsadas por Donald Trump, en lo que muchos ya consideran el preámbulo de un año altamente volátil para los mercados financieros.
Anuncios de aranceles, tensiones geopolíticas, rumores sobre ventas de bonos del Tesoro por parte de China y la necesidad urgente de liquidez por parte de varios fondos crearon una tormenta perfecta. Los mercados reaccionaron con fuerza. Las bolsas cayeron. Los bonos —que históricamente han servido como refugio seguro— sorprendieron con ventas masivas. Y lo que parecía ser solo “ruido político” se tradujo en pérdidas reales para miles de inversionistas.
Pero más allá de los gráficos y las cifras, lo que realmente definió este mes fue cómo reaccionamos. Porque en los mercados no solo se trata de lo que pasa afuera. También se trata de lo que pasa dentro de nosotros.
Nuestro peor enemigo no es el mercado, es nuestra mente
Uno de los errores más comunes al hablar de inversiones es asumir que el juego se gana con información, análisis o modelos sofisticados. Y aunque todo eso ayuda, lo que verdaderamente determina si una persona gana o pierde a largo plazo es su comportamiento.
Y aquí está la paradoja: nuestro cerebro no está diseñado para invertir.
Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía, lo explicó de forma contundente: las pérdidas duelen el doble que lo que disfrutamos las ganancias del mismo tamaño. Este sesgo —llamado aversión a la pérdida— nos lleva a cometer errores sistemáticos.
Vendemos cuando el mercado cae porque sentimos pánico.
No compramos cuando hay oportunidades porque sentimos duda.
Nos salimos cuando ya es tarde y entramos cuando ya es caro.
Y así, como en Las Vegas, la casa siempre gana. Porque quien actúa desde la emoción, pierde.
Pero esto no es un juicio. Es humano. Biológico. Nuestro cerebro está cableado para la supervivencia, no para la especulación racional. Cuando vemos números en rojo, nuestro sistema límbico activa la alarma. El cuerpo interpreta una pérdida financiera como una amenaza real. Y como todo lo que amenaza nuestra estabilidad, reaccionamos: huir, congelarse o luchar.
¿Te suena familiar?
Charlie Munger, mente brillante detrás de Berkshire Hathaway, lo dijo con brutal honestidad:
“Si no estás dispuesto a vivir con momentos de agonía, no deberías invertir.”
La mayoría de las personas cree que invertir es una línea recta: pones tu dinero, el mercado sube y listo. Pero la realidad es que invertir es emocionalmente desafiante. Es ver cómo tu patrimonio se reduce en pantalla un 10 %, un 20 %, a veces más… y no hacer nada. O incluso comprar más.
Eso requiere más que información: requiere entrenamiento mental. Requiere hábitos, marcos de pensamiento y, sobre todo, una visión de largo plazo que domine sobre el miedo del corto.
Ahora, una de las herramientas más efectivas que tenemos para mitigar el impacto de la volatilidad es la diversificación inteligente. Y no se trata solo de tener acciones de distintas empresas. Se trata de diversificar geográficamente, sectorialmente y por tipo de activo.
Tener una exposición global ayuda a evitar que una crisis localizada arrastre todo tu portafolio. Invertir en distintos sectores económicos protege frente a eventos específicos de una industria y la ciclicidad que tiene la economía. Pero quizás lo más importante es incluir activos privados no cotizados, como los bienes raíces, que tienen un comportamiento distinto al de los mercados públicos.
En momentos como abril —donde los mercados financieros se mueven por emociones colectivas y algoritmos de alta frecuencia—, los activos como los inmuebles generadores de renta o las estructuras privadas de inversión pueden ofrecer estabilidad, flujo constante y menor sensibilidad al pánico del día a día.
Por eso, quienes logran mantener su patrimonio con menos sobresaltos no son necesariamente los que más ganan en las subidas, sino los que menos pierden en las bajadas. Y eso, en el largo plazo, hace toda la diferencia.
Con ello, podemos concluir que abril fue un recordatorio incómodo, pero necesario: los mercados pueden caer fuerte y sin previo aviso. Y en ese momento, no es el más rápido, el más informado o el más “listo” quien gana. Es quien puede mantener la cabeza fría cuando todos pierden la suya.
Invertir no es solo técnica, es carácter. No es solo proyecciones, es resistencia emocional.
No se trata de evitar el dolor. Se trata de no convertirlo en pérdida por decisiones impulsivas.
Y tampoco se trata de adivinar el próximo movimiento del mercado, sino de construir un portafolio lo suficientemente sólido y diversificado como para resistirlo, adaptarse… y aprovecharlo.
Porque al final, como dice el proverbio persa: “Esto también pasará.” Y quien lo recuerde en medio del caos, será quien coseche la calma que viene después.