Los modismos mexicanos generalmente no carecen de certeza y sabiduría, existe uno muy común que se utiliza ante una situación complicada y en la cual no dejan de llegar nuevos problemas, que deriva en desgracia tras desgracia, ese dicho de “llover sobre mojado”; o algún otro como el de “mejor no me ayudes compadre”, que en lugar de ayudar ante una difícil situación la complica el compadre, dígamelo a mí que tengo tantos compadres, algunos buenos para nada, pero los aprecio; u otro más como aquel de “salió más caro el caldo que las albóndigas”. Cuándo alguno de nosotros no hemos caído en estas circunstancias.
Pues en los últimos días a nuestro querido México y principalmente a la presidente mexicana nos ha llovido sobre mojado. El pasado viernes el extraditado narcotraficante Ovidio Guzmán López se declaró culpable ante tribunales en Chicago, por cargos federales de drogas con serias implicaciones para nuestro país, pero también, afirman analistas, para funcionarios, políticos y empresarios del más alto nivel, del sexenio pasado y del actual, que podrían quedar bien raspados y embarrados ante las inesperadas declaraciones.
Ese mismo día la señora presidente decidió viajar por tercera ocasión a Sinaloa, decisión temeraria ante tanto golpeteo bilateral con Estados Unidos y en plena ebullición de la lucha criminal entre los “chapitos” y la “mayiza”, que ha dejado alrededor de 1600 asesinatos y un número similar de desaparecidos, para inaugurar áreas hospitalarias en compañía del gobernador Rubén Rocha Moya, personaje señalado de tener fuertes vínculos con el crimen organizado, dicen.
El sábado pasado la presidente también viajó a Baja California, para reunirse con la gobernadora Marina del Pilar Ávila, para anunciar inversiones hospitalarias y a quien recientemente Estados Unidos revocó su visa conjuntamente con su esposo, por razones aún no explicadas.
Se sumó el encontronazo de la presidente mexicana con el abogado del señor Ovidio Guzmán, Jeffrey Lichtman, quien calificó a la mandataria como “publirrelacionista” del narcotraficante el “Mayo” Zambada y denostó la pretensión mexicana de querer sumarse a las negociaciones entre Ovidio Guzmán y las fiscalías estadounidenses, como pretende la presidente mexicana, ante el descrédito de México frente a la confabulación y al crimen organizado, se dijo. Por cierto ¿dónde estará el canciller mexicano? Nomás no se escucha.
La lluvia sobre mojado también sobrevino con la publicación de una carta, el sábado 12, en la que el presidente estadounidense informó que su país impondrá un nuevo arancel de 30% por ciento a los productos mexicanos a partir del 1 de agosto, como respuesta a la crisis del fentanilo en su país, causada por el insuficiente esfuerzo y el fracaso de México para combatir al crimen organizado, enfatizó el presidente.
Este abanico de sucesos y colores reitera la crítica relación bilateral entre Estados Unidos y México, donde la cooperación es lejana, ante un presidente estadounidense impredecible, atiborrado de prejuicios, con quien no es posible negociar y el carácter reactivo mexicano sin estrategia diplomática, no sólo hacia Estados Unidos, país diametralmente importante para México, sino también en las relaciones internacionales, proceso diplomático hecho añicos en el obradorismo.
Las mariguanadas de “la mejor política exterior es la interior” y de los “abrazos y no balazos”, que han causado mucho daño a las políticas de Estado, deben ser enterradas en su totalidad en los lugares más recónditos de la tierra, parece increíble el estadio de estulticia que se ha aplicado en un grandioso país como México. Inverosímil.
Debemos retomar la política exterior seria, especializada y pragmática, misma que no se puede hacer desde un atril de una denominada “mañanera”, porque en las relaciones entre Estados hay temas reales mundiales y reglas jurídicas y protocolarias, lejanas de la ficción, la fábula, el mito y el cuento, es necesario hacerlo si en realidad queremos forjar un país líder y serio.