En noviembre de 2025, Brasil asume la presidencia de la edición número 30 de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30), a celebrarse en la ciudad de Belém. La elección no fue baladí: Belem representa la puerta de ingreso a la Amazonía brasileña, el mayor bosque tropical del planeta.
La administración de Lula da Silva buscará impulsar allí un acuerdo marco a una propuesta cuyas implicancias geopolíticas no son menores: el Tropical Forest Forever Facility (TFFF), un ambicioso mecanismo financiero que busca colocar la conservación de los bosques en el centro de la agenda climática global.
Este instrumento híbrido de financiamiento pretende transformar la protección de los bosques tropicales en un activo financiero. De aprobarse, el TFFF podría convertir a Brasil en epicentro estratégico de equilibrios globales en materia climática y ambiental.
La propuesta del TFFF contempla un fondo de hasta 125.000 millones de dólares, que combinaría tanto aportes estatales como privados. La lógica es que los recursos generen rendimientos financieros, y que esos beneficios se distribuyan como pagos por resultados a los países que mantengan sus bosques indemnes. Lula ha anunciado ya un aporte pionero de mil millones de dólares, una jugada con la que aspira a generar confianza y facilitar compromisos adicionales de gobiernos e inversionistas.
En su versión técnica, el instrumento propone pagos de aproximadamente USD 4.00 por hectárea forestal intacta al año, con deducciones severas frente a deforestación (por ejemplo, una pérdida de bosques podría traducirse en multas o restas), y con un porcentaje mínimo (20%) destinado directamente a pueblos indígenas y comunidades locales.
El TFFF como carta geoestratégica para Brasil
Desde una perspectiva global, un acuerdo general sobre el TFFF le podría conferir a Brasil dos instrumentos de soft power de gran solidez geoestratégica: Primero, un rol de representación crucial en materia ambiental internacional. Al proponer un mecanismo liderado por países con bosques tropicales, Brasil podría reclamar un rol protagónico en la gobernanza climática, desplazando parcialmente la narrativa tradicional que propone a los paises del Norte como “donantes” y al Sur global como receptor.
En segundo lugar, puede condicionar la cooperación al alineamiento con estándares ambientales y mejoras de gobernanza forestal. Un TFFF fuerte generaría presión para que los países con gran presencia de bosques adapten sus políticas internas para acceder a esos recursos. En ese sentido, Brasil se transformaría en pivote regional, no solo por su tamaño forestal sino por su capacidad de articular incentivos estructurales.
Adicionalmente, el anuncio del aporte propio inicial funciona como chispa de inversión, un gesto que aspira a generar credibilidad y acompañamiento internacional.
En conclusión, el TFFF, podría marcar el inicio de una era en donde la conservación de bosques deje de percibirse como un costo y pase a integrarse a las estructuras globales de inversión. Para el gigante sudamericano, es una jugada audaz: al mismo tiempo que pretende consolidarse como líder climático regional, apuesta gran parte de su prestigio diplomático a un mecanismo cuya eficacia aún es incierta. En este sentido, las cartas a jugarse en la ciudad de Belem pueden configurar un escenario en donde se estrablezca qué país define la nueva gobernanza climática global.