Desde México con amor XIV

30 de Abril de 2025

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Desde México con amor XIV

js zolliker

—Deberías quedarte aquí y disfrutar de la suite —le repitió él; sin embargo, Lydia se encogió de hombros con naturalidad.

—No me gusta dormir sola.

Hubo un breve silencio, un instante en el que él pareció debatirse sobre la conveniencia de llevarla consigo. Escribió algo en el teléfono y, finalmente, asintió.

El ascensor de servicio los llevó hasta el estacionamiento subterráneo, donde los esperaba una lujosa camioneta negra blindada y un par de autos sedán negros con vidrios polarizados. Un hombre, de buena presencia y vestido con un traje oscuro, abrió la puerta trasera de la camioneta, y A.B. la instó a entrar primero. Algo en el instinto de Lydia le indicó que algo no estaba bien. Sin embargo, no dijo una palabra. Se subió y se acomodó el vestido negro con la misma tranquilidad con la que uno entra a un teatro, sabiendo que el espectáculo ya comenzó.

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Junto a ella, entró el mismo sujeto que le había abierto la puerta. Entonces comprendió por qué A.B. vestía un traje café, una camisa amarilla y una corbata que desencajaba con su normal elegancia: era el uniforme de los escoltas y por eso se había introducido en uno de los autos con tumbaburros. ¿Qué carajos estaba pasando? ¿Se quería ocultar haciéndose pasar por alguien más para huir discretamente si alguien atacaba la lujosa SUV? ¿Quería usarla como carnada?

Salieron del estacionamiento con tosca velocidad. Lydia deseaba girar la cabeza para mirar si el auto que abordó A.B. los seguía, pero resistió la tentación para no levantar sospechas. Entonces, el hombre que la acompañaba le ofreció una botella de agua y prácticamente le ordenó que no se deshidratara.

—Sé que no te llamas Georgina —le dijo sin reparos y sin mirarla.

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En ese momento, a la espía rusa se le achicó el estómago, pues comprendió que estaba en serios aprietos. Sin embargo, se concentró en que su ritmo y fuerza de respiración no cambiasen e intentó aparentar calma. Iba a contradecirlo y mantenerse firme en su historia, pero prefirió callar y lo miró de perfil. Su reloj era un fino y discreto Jaeger-LeCoultre Reverso. “Maldita sea”, pensó.

—Yo soy el verdadero A.B. —le reveló—. Calvo me avisó que vendrías por mí. Desde que llegaste a México, él ha estado acomodando sus piezas, y tú eres solamente una más, Lydia. Me imagino que te quiere muerta, o no te habría entregado en charola de plata. Yo sé por él, que no eres ninguna improvisada. Tu entrenamiento es antiguo. KGB, reciclado, modificado. Solo en Rusia y en China aún producen espías como tú.

Lydia no dijo nada. No negó ni afirmó.

—El problema —añadió— es que el juego ya no es ruso. Ni chino. Es de quienes controlan la migración, la agenda ideológica, los algoritmos y las narrativas. Hemos revertido todo: a los facts, o hechos, no le importan los sentimientos. Ahora, los sentimientos ya no se interesarán por los facts.

—¿Y tú qué ganas con esto? —preguntó ella, con voz suave.

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A.B. se inclinó hacia ella.
—Sobrevivir. Mientras tú y tus colegas juegan a la guerra híbrida, yo seguiré siendo un pequeño eslabón que convierte todo esto en economía. En desestabilización social, en crear adictos y en generar dependencias económicas. En fin, todo eso que destruye, para controlar.

—¿Me vas a matar por eso o por complacer al imbécil de Calvo? —preguntó, como quien rellena un silencio con estrategia—. ¿Vas a volver a dormir tranquilo?

A.B. bajó la mirada por un segundo y suspiró.

—Sí, a menores riesgos, mayor tranquilidad.

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