El cinismo elevado a doctrina

25 de Septiembre de 2025

Raymundo Riva Palacio
Raymundo Riva Palacio

El cinismo elevado a doctrina

raymundo riva palacio AYUDA DE MEMORIA

1ER. TIEMPO: El hombre cara dura. El senador Adán Augusto López tiene un talento peculiar: transformar lo inaceptable en rutina, y lo vergonzoso en una simple anécdota de sobremesa. Lo vimos en Tabasco, cuando fue gobernador, y lo vemos ahora en la política nacional. Su manual es sencillo: cuando alguien cercano es señalado de corrupción, abuso o conductas criminales, no se investiga, se protege; no se cuestiona, se niega; no se enfrenta, se maquilla. El caso de Hernán Bermúdez Requena, su amigo de tres décadas, su hombre de confianza en la Secretaría de Seguridad de Tabasco, es la muestra más clara. Los señalamientos contra él de haber fundado y dirigir la organización criminal “La Barredora” desde el cargo donde supuestamente debía combatirla, no son rumores de café, sino acusaciones concretas que en cualquier país serio ya habrían provocado destituciones y carpetas de investigación. Pero eso no sucede en México. Aquí se vuelven “ataques de adversarios”, una narrativa impuesta por su amigo desde jóvenes, Andrés Manuel López Obrador, y tan gastada como útil para cubrir el hedor de la complicidad. A López Obrador se le resbalaban las acusaciones. En el caso de Adán Augusto, el cinismo es casi admirable, porque no sólo actúa como si nada pasara, sino que además exige reconocimiento político por su “honestidad”. Se vende como el garante de la lealtad a López Obrador, mientras arrastra la sombra de un funcionario señalado por corrupción y abusos. En su mundo, el silencio es virtud, y la impunidad, un derecho adquirido. El problema no es sólo Bermúdez Requena. El problema es la doctrina que practica y predica: la de un poder que nunca se equivoca, que nunca rinde cuentas y que jamás se mancha, aunque huela a pantano. La seguridad pública en Tabasco quedó marcada por violencia, opacidad y sospechas de colusión, pero el exgobernador sonríe en mítines y se presenta como “estadista”. Cinismo puro, elevado a la categoría de estrategia política. Lo más peligroso no es que Adán Augusto ignore los señalamientos, sino que apuesta a que todos los ignoremos también. A que la memoria política del país es corta, a que la indignación se disuelve en el siguiente escándalo, y a que nadie tendrá el valor de exigirle explicaciones. Y quizá tenga razón. En México, el cinismo no se castiga: se premia. Y en ese terreno, Adán Augusto juega con ventaja. Porque si algo ha demostrado es que la impunidad no es un error de su paso por el poder: es su carta de presentación.

2DO. TIEMPO: El poder no se hereda al hermano. Cuando el joven Andrés Manuel López Obrador regresó a Villahermosa después de haber estado escondido en el rancho del ganadero tabasqueño Diego Rosique, en Veracruz, a donde lo llevó su madre con dinero del entonces gobernador Manuel Mora tras quedar en el centro de una tragedia donde murió su hermano de un balazo, se fue a vivir a la casa de la familia de Adán Augusto López. Su padre, Payambé, lo encaminó a la política, mientras su hijo, sin mucho interés en ese entonces por los asuntos públicos, prefirió ser abogado, notario como su padre y educarse en París. Con su hermana Rosalinda y su esposo Rutilio Escandón -que años después fue gobernador de Chiapas- inmersos en la política en uno de los dos grupos que apoyaban a López Obrador, Adán Augusto entró a la política, pero no con él, sino con el PRI. Trabajó con el gobernador Manuel Gurría en los 90 y coordinó la campaña de Manuel Andrade para gobernador en 2000. Esas elecciones las anuló el Tribunal Electoral y aunque se repusieron y el priista ganó nuevamente, Adán Augusto ya se había marchado del partido y comenzó a acercarse a López Obrador. La vieja amistad produjo los atajos para fortalecer su relación y que lo acompañara como gobernador de su estado mientras él ocupaba la Presidencia. Así estuvo hasta 2021, cuando lo invitó a ser secretario de Gobernación, que pensaba Adán Augusto que sería la plataforma para la candidatura presidencial. López Obrador le delegó toda la política interna -no la electoral-, y se convirtió en un secretario de Gobernación fuerte, con acceso directo al presidente. Durante más de ocho meses le toleró el presidente los excesos y frivolidades, quizás por el papel que le tenía asignado en el proceso de sucesión presidencial en Morena. Estaba claro que no sería candidato, porque ese lugar siempre estuvo reservado para Claudia Sheinbaum. Sería, en el peor de los casos, el Plan B, a quien una encuesta a modo para ungir a la candidata, él tendría los votos para ocupar el segundo lugar, anulando de esa forma los reclamos que sabía habría de Marcelo Ebrard, el precandidato más fuerte de todos, y legitimar la victoria de Sheinbaum. Pero Adán Augusto se la creyó. Sí pensó que él sería el candidato de López Obrador y con una pequeña legión de recaudadores de fondos, comenzó a recabar dinero y a poner su fotografía en espectaculares por todo el país. El secretario de Gobernación se enamoró y López Obrador le pidió que fuera cuidadoso. No lo fue. Su romance se convirtió en un asunto público por los excesos que generó, que comenzó a incomodar al presidente, que, sin embargo, no hizo nada, como tampoco lo detuvo cuando le informaron del activismo que estaba haciendo con gobernadores para obtener respaldos y recursos, que, para diciembre de 2023, sumaban 750 millones de pesos. El fiscal general, Alejandro Gertz Manero le reportó al presidente que había extraído millones de pesos del Fondo de Aportaciones para Seguridad Pública para aumentar el financiamiento de su campaña, pero López Obrador tampoco hizo nada. No había necesidad. El monarca nunca hereda al hermano, como consideraba a Adán Augusto, sino a su hijo, que era el trato que le daba a Sheinbaum. Si él nunca entendió el papel que le tenían asignado, fue su problema.


3ER. TIEMPO: La sombra que lo elimina y fulmina. El todavía coordinador de Morena en el Senado, Adán Augusto López, tiene una habilidad singular: caminar entre escándalos como si nada lo tocara. No importa que detrás suyo vaya creciendo una sombra que huele a abuso, corrupción y complicidad. Esa sombra tiene nombre y apellido, Hernán Bermúdez Requena, el hombre que en Tabasco dirigió la seguridad pública cuando él era gobernador, y que carga con acusaciones que en cualquier país con instituciones mínimamente serias ya habrían causado un terremoto político. Pero no en Tabasco, aunque hay un enemigo político suyo, el gobernador Javier May, fue quien lo denunció. No en México, donde el paraguas de López Obrador lo sigue protegiendo del temporal. Tampoco en el mundo de Adán Augusto. Allí, las denuncias se ignoran y archivan, mientras los aliados se protegen. No es que la lealtad se premie con impunidad, sino que la impunidad de uno es la de muchos otros. Esa carta ha jugado con la presidenta Claudia Sheinbaum, que a través de mensajeros y de manera directa, le ha señalado lo conveniente que sería que, cuando menos, se apartara de la coordinación de los senadores de Morena. Adán Augusto, prepotente como pocos, la ha encarado: de ninguna manera. Él es inocente de todo lo que le imputan, pese a que Bermúdez Requena, la tormenta que lo persigue a todos lados, fue pieza clave cuando gobernaba Tabasco. Los métodos de Bermúdez Requena, cuestionados dentro y fuera del estado, exhiben más brutalidad que estrategia. Sus acusaciones, desde abusos de autoridad hasta presuntos vínculos con el Cártel Jalisco Nueva Generación, no han podido ser desestimadas con facilidad con la frase favorita del obradorismo: “son ataques políticos de los opositores”. Adán Augusto no puede alegar desconocimiento. Bermúdez no era un funcionario menor: era su hombre de confianza, su operador de seguridad, su carta para mostrar “orden” en un estado que sigue siendo rehén de la violencia. Y, sin embargo, en lugar de explicar, calla; en lugar de enfrentar, sonríe; en lugar de deslindarse, se aferra a la negación. Afirma que irá a declarar si lo llaman, sabiendo que, por el momento, eso no sucederá. Sabe que lo tienen que proteger, porque así lo exigió López Obrador. Su cinismo es tan burdo como calculado, y mientras más graves sean las acusaciones, más conveniente es tratarlas como si no existieran. Porque en este país, el escándalo de hoy será reemplazado por el de mañana. Y así, un político señalado por encubrir a su funcionario cuestionado puede reinventarse sin que nadie le pida cuentas. Pero cada semana, esa cuesta se empina más, porque Bermúdez Requena es una huella que lo acompaña a todas partes, en el Senado, en sus caminatas callejeras, en sus apariciones públicas, aunque él prefiera fingir que no existe. El problema es que hoy, a diferencia de Tabasco, el país entero está mirando.

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