El potencial terapéutico de los MASC

20 de Agosto de 2025

Luis Enrique Osuna Sánchez

El potencial terapéutico de los MASC

Columna invitada_Redes

Vivimos tiempos acelerados, polarizados y dominados por la inmediatez. En este contexto, el conflicto es inevitable, pero la forma en que lo abordamos marca la diferencia entre dejar una herida o abrir un camino de sanación. Los Mecanismos Alternativos de Solución de Controversias (MASC) —como la mediación, la conciliación y la justicia restaurativa— no solo ofrecen rapidez y menor costo que un juicio tradicional; también tienen un potencial terapéutico del que poco se habla. Son espacios donde se atienden las dimensiones emocionales del conflicto y se devuelve protagonismo a quienes lo viven.

La Justicia Terapéutica (TJ por sus siglas en inglés) nos recuerda que las leyes, los procedimientos y, sobre todo, la conducta de quienes las aplican, generan consecuencias en el bienestar emocional de las personas, sus familias y su comunidad. El derecho no es neutro: puede producir efectos positivos que ayudan a sanar o impactos negativos que dejan huellas profundas. Los MASC, bien implementados, pueden convertirse en verdaderos espacios de reparación emocional. No se trata únicamente de resolver un problema material, sino de reducir el estrés, evitar la revictimización y permitir que las personas retomen el control de sus decisiones. Transformar la experiencia del conflicto en un proceso de aprendizaje y reparación implica promover la autodeterminación, dar voz, validar y respetar, principios esenciales para que cada persona se sienta escuchada y tratada con dignidad.

Las herramientas que utilizan los MASC —escucha activa, empatía, comunicación asertiva, validación emocional, preguntas abiertas orientadas a soluciones, manejo constructivo del silencio— no son adornos ni meras formalidades. Son el corazón de un posible reencuentro en medio del desencuentro. Permiten que las personas expresen lo que necesitan, comprendan la perspectiva de la otra parte y descubran puntos de coincidencia. Cuando esto ocurre, el enojo y la ansiedad disminuyen, los vínculos se fortalecen y la confianza se reconstruye. El impacto trasciende a las partes: las familias se benefician y la comunidad avanza hacia una convivencia más respetuosa y cooperativa.

Por ejemplo, en mediación he visto casos de vecinos que después de años de enfrentamientos logran sentarse juntos, no para revivir viejas disputas, sino para diseñar nuevas reglas de convivencia. La clave no está en que el facilitador imponga una solución, sino en que, con su intervención, cree un espacio seguro donde todos se sientan escuchados y respetados. Desde la perspectiva de la TJ, esto es decisivo: el proceso importa tanto o más que el resultado. Un acuerdo alcanzado con respeto y comprensión mutua no solo cierra un expediente, también repara relaciones y previene futuros conflictos.

Durante mucho tiempo, el derecho se ha centrado en dar respuestas jurídicamente correctas, pero no siempre emocionalmente satisfactorias. Y sí que importa cómo se sienten quienes atraviesan el proceso, no podemos olvidarlo. Los MASC nos recuerdan que la justicia no es solo aplicar normas: también es cuidar de las personas. Cada interacción con el derecho y la justicia deja huellas; unas sanan, otras lastiman. Apostar por procesos más humanos, que reduzcan la ansiedad y fortalezcan la confianza social, es invertir en paz duradera.

Por eso, la labor de mediadores, facilitadores y profesionales de los MASC tiene una dimensión ética y terapéutica. Son promotores de cultura de paz, más allá de la técnica o la aplicación estricta y literal de la ley, y su trabajo es también acompañamiento humano. Como ciudadanos, antes de iniciar un juicio, demos una oportunidad a los MASC. Tal vez descubramos que, más allá del resultado, el proceso mismo puede devolvernos la calma, el entendimiento y nuevas oportunidades de convivencia. Los MASC integrados con la TJ, demuestran que el derecho, además de regular, puede sanar.