El Zócalo: Espacio roto de la tragedia a la fiesta

8 de Octubre de 2025

José Pérez Linares
José Pérez Linares
Abogado y Cronista. Ha publicado en Rumbo de México, Diario DF, El Capitalino.

El Zócalo: Espacio roto de la tragedia a la fiesta

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José Pérez Linares

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Foto: EjeCentral

El Zócalo late. No como un corazón, sino como piedra que vibra bajo el peso de la historia, absorbiendo cada paso, cada grito, cada silencio. Octubre de 2025 no trajo la brisa suave de antaño, sino un aire cargado de pólvora, humo ácido y perfumes que persisten, mezcla de miedo, memoria y promesas quebradas. La Plaza de la Constitución es un lienzo que recibe la tinta de la historia con indiferencia y absoluta memoria: sobre su piedra, la ciudad se pinta a sí misma en toda su contradicción, entre furia y espera, duelo y ritual.

La semana comenzó con el eco de la tragedia. La marcha del 2 de octubre regresó como espectro sobre la piedra que ha soportado generaciones. El pavimento tembló bajo los pasos de quienes protestaban y de los policías que resistían; noventa y cuatro uniformados resultaron heridos. El aire olía a humo y miedo, a cristales rotos y a promesas dispersas como ceniza. El Zócalo registró cada grito, cada gesto, cada mirada que imploraba justicia; su piel pétrea absorbió la rabia, el dolor y el hastío de la historia que se repite sin desfallecer.

Poco después, el escenario se transformó. Los restos de la protesta fueron barridos, y la plaza se vistió de domingo para el informe presidencial. La luz del sol iluminó el asfalto como lluvia, iluminando un mar de rostros que aplaudía las palabras de Claudia Sheinbaum: “honestidad”, “transformación”, “bienestar”. El Zócalo, dócil ante el ritual político, aceptó ser alfombra de la ceremonia histórica. Pero la pausa fue breve: después, casi de inmediato un clamor uniforme irrumpió de nuevo, esta vez una marcha en defensa de los policías, de los compañeros lesionados por fuego, recordando que la justicia no se negocia y que cada promesa incumplida deja cicatrices visibles e invisibles en la piedra de la nación.

La ciudad respira tragedia y celebración con idéntica intensidad. Mientras el pulso de quienes viven al margen late silencioso: vendedores ambulantes, músicos callejeros, transeúntes que cruzan sin mirar y dejan huella en la memoria de la plaza. La ciudad absorbe todo, indiferente al juicio, pero nunca inmune al golpe.

El 12 de octubre llegará como pregunta: ¿fiesta o tragedia? Día de la Nación Pluricultural, la plaza se prepara para recibir la celebración como un lienzo limpio tras la tormenta.

Sin embargo, pronto se aproxima otro evento que es un respiro para la ciudad: aromas de cacao y canela se mezclan con flores de cempasúchil y papel picado, bálsamo que contrasta con la reciente violencia. Así, la ciudad ríe, llora y se encuentra en un mismo espacio; los sonidos de la percusión se entrelazan con conversaciones lejanas, el color invade cada grieta, y el viento transporta murmullos de quienes caminan juntos y se desencuentran al instante.

A los pies del Templo Mayor y frente a la Catedral, la plaza susurra que todo pasa: el ruido, el fuego, los discursos, los aplausos. Lo que permanece es la piel de piedra, testigo mudo de cada evento. Con la caída del sol, la luz se vuelve ceniza sobre los edificios y se percibe una punzada que mezcla nostalgia con certeza. En este vasto lienzo de la nación, se escriben, se borran y se reescriben los acontecimientos: la rabia y el diseño, el duelo y la memoria, la política y la fiesta.

Cada paso retumba como tambor, cada olor despierta recuerdos y cada luz dibuja el rostro cambiante de la ciudad. Aquí, en este epicentro de lo efímero y lo eterno, se celebra y se llora, se encuentra y se pierde, se construye y se destruye. Entre la tragedia y la fiesta, el Zócalo permanece: el gran lienzo de piedra donde México escribe, borra y vuelve a escribir la historia de todos nosotros, sabiendo que jamás se pondrá de acuerdo, y, sin embargo, renace siempre, como si su propia piedra tuviera memoria, corazón y voz.