Gabriel Zucman, que este mes cumplirá 39 años, es hoy uno de los economistas más mencionados en todo el mundo, principalmente en Europa. Es de origen francés, obtuvo su doctorado en la Escuela de Economía de París y en 2015 emigró a Estados Unidos. Actualmente dirige la Escuela de Verano del Centro de Estudios sobre la Riqueza y la Desigualdad del Ingreso en la Universidad de California, en Berkeley. Además, encabeza el EU Tax Observatory, con sede en París, un laboratorio (think tank) de propuestas para combatir la evasión fiscal y, sobre todo, gravar la riqueza.
Se ha dedicado fundamentalmente a investigar la acumulación, distribución e impuestos a la riqueza global, y ha recibido varios premios. Sin embargo, el salto de sus ideas a la difusión internacional provino del presidente Lula, quien en febrero de 2024 lo invitó a presentar en la reunión del G-20 su proyecto de un impuesto mínimo global del 2% a los hombres y mujeres más ricos del mundo, con patrimonios superiores a los cien millones de euros. Según estimaciones de diversos medios, esta medida podría recaudar más de 67 mil millones de euros anuales.
La propuesta fue respaldada de inmediato por Brasil, España, Sudáfrica y Francia, cuyo presidente, Emmanuel Macron, señaló estar de acuerdo siempre y cuando se aplicara de manera general en todo el mundo.
Para ampliar su planteamiento, Zucman ha publicado recientemente un estudio junto con los investigadores Kane Borders y Panayiotis Nicolaides, denominado en español El impuesto a los millonarios: dinámica de la riqueza y recaudación de un impuesto global, en el que se asegura que el número de personas con un patrimonio superior a los mil millones de dólares pasó de 140 en los años ochenta del siglo pasado a 2,781 en la actualidad.
Según el investigador, la mayor parte de la población paga entre un 25% y un 50% de impuestos, mientras que los llamados “mil millonarios” tributan, en el mejor de los casos, entre un 20% y un 25%. En conjunto, su riqueza pasó de representar el 3% al 13.5% del Producto Interno Bruto mundial, pese a que solo constituyen el 0.0001% de la población del planeta.
Hoy este es uno de los grandes temas de debate en la convulsa Francia. Como era de esperarse, la burguesía acomodada y enriquecida ha reaccionado con dureza. Bernard Arnault, el hombre más rico de ese país, la quinta mayor fortuna del mundo con 176 mil millones de dólares y el único no estadounidense dentro de los 10 más ricos del planeta, declaró el mes pasado al Sunday Times de Londres que Zucman es “un militante de extrema izquierda” y que su ideología solo provocará la destrucción de la economía liberal. Otros ultrarricos franceses lo han catalogado de comunista y de tener un odio irracional hacia la riqueza.
Un dato importante es que la cifra del 2% no fue escogida al azar, sino porque, según Zucman, es la tasa que evita que el impuesto sea regresivo, logrando que los ultrarricos paguen proporcionalmente lo mismo que las categorías sociales inmediatamente debajo de ellos.
El tema ha entrado de lleno en la discusión política en Francia, que enfrenta una inmensa deuda pública -más del 100% del PIB- y un déficit cercano al 6%. En un inicio, el recién nombrado primer ministro, Sébastien Lecornu, de centroderecha, no veía con malos ojos la propuesta, sobre todo como una forma de congraciarse con el Partido Socialista y así poder aprobar sus presupuestos. Según los medios, la medida afectaría a tan solo 1,800 hogares fiscales y recaudaría 23 mil millones de dólares anuales.
Es verdaderamente impresionante e inimaginable cómo los gobiernos pueden sentirse tan presionados por unos cuantos multimillonarios, ya sea en Francia o en nuestro propio país, donde desde hace siete años se ha pospuesto una reforma fiscal que obligue a pagar más a quienes más tienen.
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