1ER. TIEMPO: ¿De qué se sorprenden? La llegada de Guadalupe Taddei a la presidencia del Consejo General del Instituto Nacional Electoral fue la confirmación de que ese órgano construido a mano durante dos décadas, iba a desaparecer. Taddei venía de dirigir el órgano electoral en Sonora, donde fue incapaz de organizar los procesos electorales en el estado. Era la persona hecha a la medida que el expresidente Andrés Manuel López Obrador necesitaba. Incompetente y domesticada por el gobernador de Sonora, Alfonso Durazo, para neutralizar al INE y acabarlo sin desaparecerlo. La validación de la votación popular para elegir un nuevo Poder Judicial fue la tumba del órgano electoral, y el desmantelamiento de la última reforma democrática de segunda generación. Taddei lo hizo como aprendió, sin pudor y con cinismo. El consejero electoral Arturo Castillo reveló que el 100% de quienes ganaron para un cargo en la Suprema Corte de Justicia, el Tribunal de Disciplina, la Sala Superior del Tribunal Electoral y en 4 de las 5 salas electorales regionales, estaban en los acordeones que repartieron la Presidencia y Morena a los votantes. ¿Quién pagó la papelería? Nadie supo. ¿Por qué no se sancionó que Morena haya participado en el proceso violando la ley? Taddei respondió que el proceso había sido ejemplar. Día aciago para la democracia mexicana, pero victorioso para la consejera presidenta que cumplió con la tarea para la cual la pusieron en ese cargo. Taddei llegó empujada por Durazo y la recibió con los brazos abiertos el entonces secretario de Gobernación, Adán Augusto López. Cuando éste buscó la candidatura presidencial, López Obrador le puso otro controlador: Jesús Ramírez Cuevas, su vocero y jefe de propaganda. Taddei recibía las instrucciones de Ramírez Cuevas en su oficina en el INE, o lo veía en Palacio Nacional. No había llegado por su género, aunque era la primera mujer en ocupar el cargo, sino por algo más corrosivo: era parte de un largo y espeso entramado familiar que la unía con el poder, porque en México, la sangre no solo llama: también contrata, acomoda y protege. Desde su llegada se le pintó como una mujer honesta sin militancia partidista. Toda una farsa, como su presidencia. Debajo del discurso, una red de parentescos revelaba una historia distinta. La de cómo una familia entera creció, prosperó y se afianzó al amparo de Morena. No es una metáfora. Ahí están sus hijos como botones de muestra: Luis Rogelio, sin carrera judicial y sin cumplir los requisitos de experiencia, fue nombrado secretario auxiliar en la Suprema Corte de Justicia en 2023, pero ante las presiones públicas, reapareció en Sonora como consejero jurídico de Durazo; Celeste, es diputada de Morena; Isabel, alta funcionaria de Conacyt. León Fernando, fue colocado en la Conade. Jorge está al frente de la Comisión Nacional de Áreas Protegidas. Su primo Jorge Luis fue súper delegado del gobierno federal en Sonora y sus sobrinos, Pablo dirige LitioMX, la empresa fantasma que sacó de la chistera López Obrador, y Jorge Pineda Taddei trabaja en el Instituto de Becas de Sonora. Así, pieza tras pieza, los Taddei se expandieron como si el servicio público fuera herencia familiar. ¿Es ilegal? No necesariamente. ¿Es ético? Absolutamente no. El nepotismo en México no se mide solo por lo que marca la ley, sino por lo que erosiona la legitimidad de las instituciones, algo que no entiende al haber encabezado la demolición de la joya de nuestro orgullo democrático. Perverso quid pro quo.
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2DO. TIEMPO: Vender su alma al diablo: Las acusaciones contra Guadalupe Taddei, la consejera presidenta del INE configuran un patrón consistente: colocación de varios familiares -hijos, primos, sobrinos y amigos- en altos cargos, tanto al interior del órgano electoral como en el gobierno federal y en el de su natal Sonora. Este cúmulo de nombramientos ha alimentado las críticas que aseguran que operaba como “una dinastía”, y que su gestión incumplía los principios de imparcialidad y mérito. Taddei ha defendido su independencia como si lo fuera, y criticado “los excesos internos” del INE, cuando fue cómplice del expresidente Andrés Manuel López Obrador para ir desmantelando al órgano electoral mediante su política de austericidio, despidiendo masivamente a funcionarios, algunos de ellos clave en la organización y administración de elecciones, realizando purgas contra la gestión de su predecesor Lorenzo Córdova, mientras se presentaba como garante de la imparcialidad. Pero su gestión no ha estado marcada por la transparencia, sino por la opacidad. Por ejemplo, el nombramiento de Jazmín Janeth Sáinz, amiga cercana de sus hijos, como parte del equipo de “Proyectos Presidencia” dentro del INE, con un sueldo superior a 50 mil pesos mensuales. Tras asumir la presidencia, Taddei promovió recambio de personal. De 90 directores y subdirectores que nombró, el 40 % eran conocidos de su época en Sonora o vinculados a su círculo cercano. ¿El mérito? A saber. ¿La relación? Es evidente. Taddei se involucró en adjudicaciones opacas, algunas que conectaban directamente con la Secretaría de Gobernación de Adán Augusto López, que no ha podido determinarse si fueron legales o irregulares por un esfuerzo de encubrimiento y la imposibilidad de acceder a la documentación para verificarlo. Como es habitual, el régimen ha minimizado los señalamientos. En sus clásicas fugas hacia delante, acusa que se trata de una “guerra sucia” de los opositores. Pero este caso no es un tema de percepción, sino de hechos: una amplia rama del árbol genealógico familiar con puestos en la estructura gubernamental, muchos sin experiencia pero todos ligados por apellido o afinidad. La presidencia del INE no podía permitirse ni la sombra de la duda, como sucedió con sus antecesores, criticados por sus gestiones o declaraciones, pero nunca por sospechas de corrupción y complicidad con el gobierno. El árbitro central de las elecciones no solo debía ser neutral, sino parecerlo, y Taddei, con cada nombramiento familiar, con cada lealtad silenciosa, se alejaba del principio rector que heredó: el de una institución autónoma, cuya definición era defendida desde lo alto del órgano. Y cuando quien debe arbitrar la democracia parece encabezar una dinastía burocrática, la sospecha deja de ser paranoia para volverse un acto de higiene cívica. La gran pregunta, entonces, no era si el nepotismo la había alcanzado, sino cuánto faltaba para que terminara de colonizar al árbitro electoral. Ya hay respuesta para ello: la colonización comenzó oficialmente el 15 de junio y se concretó una semana después.
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3ER. TIEMPO: Árbitro aniquilado. El Instituto Nacional Electoral se construyó con la convicción de que la democracia necesitaba un árbitro fuerte, profesional y autónomo. Pero esa arquitectura institucional, que costó más de dos décadas de consolidación y mucho dinero para que una sociedad escéptica tuviera fe en que su voto valía, fue sistemáticamente debilitada desde adentro por su cabeza, Guadalupe Taddei. No fue mediante reformas legales. Tampoco por presiones externas. Fue por una lógica política que premió lealtad sobre capacidad, y la cercanía familiar sobre la experiencia. Taddei encajó con el perfil que buscó el expresidente Andrés Manuel López Obrador para conquistar el órgano electoral, al que no le perdonó que validara la elección de Felipe Calderón sobre él, que se quejó mucho, que gritó más, pero que nunca pudo demostrar que le habían cometido fraude. Desde que asumió el cargo, Taddei impulsó una reconfiguración interna del INE que levantó alertas entre los consejeros y entre quienes entendían la anatomía institucional. Los más de 90 nombramientos nuevos en áreas clave impulsados desde su oficina no eran una renovación generacional, sino una colonización institucional. El recorte presupuestal de 2024, aprobado por Morena y sus aliados en la Cámara de Diputados, dejó al INE sin herramientas suficientes para enfrentar una elección federal histórica, ante lo cual comenzó el desmantelamiento interno. Se recortaron programas de capacitación, se congelaron plazas y prácticamente desaparecieron áreas técnicas. ¿La respuesta de Taddei? Auditar a quienes habían hecho posible ese sistema elogiado en el mundo. El mensaje era claro: borrar el legado de Lorenzo Córdova, a quien López Obrador consideraba un enemigo, y desmontar las piezas que le daban estabilidad técnica al instituto. Lo que se instaló Taddei en el INE no fue solo una política de austeridad, sino una estrategia de desprofesionalización. Al frente de direcciones ejecutivas llevó perfiles con escasa experiencia en temas electorales. Las elecciones en 2024 no mostraron las consecuencias de este proceso de destrucción porque la abrumadora votación a favor de Morena, y que Morena, al no perder, no recurrió a sus viejas prácticas de reventar los procesos cada vez que perdía para buscar la anulación de las elecciones. Pero si los síntomas no afloraron ahí, sus efectos fueron visibles en las recientes votaciones de juzgadores. El INE validó la jornada con un dato controvertido pese a la operación de Estado, encabezada por la presidenta Claudia Sheinbaum, los gobernadores de Morena que acarrearon votantes y el partido diciéndoles cómo votar. A Taddei le dio lo mismo, y en el camino agregó como aliada a una consejera que era crítica del proceso, Carla Humphrey, esposa del director del Instituto Mexicano de Propiedad Industrial, Santiago Nieto, que quiere ser gobernador de Querétaro en 2027. Si hubo un pago político por adelantado, ya lo veremos. En todo caso, cinco consejeros votaron por anularla, y por primera vez una elección organizada por el INE, hubo un voto dividido sobre lo que habían hecho. La división quedó expuesta. No fue una pelea entre grupos, sino una fractura de fondo, donde un sector del INE defendió la autonomía como principio rector y el oficialista entendiendo la gobernanza institucional como un campo de reparto político. El resultado dañó la confianza en el INE, y empezará a erosionarse. Taddei, con su estilo silencioso pero profundamente político, demostró que no hacía falta destruir una institución para neutralizarla. Bastaba con domesticarla desde dentro y convertir al árbitro en cómplice, al técnico en operador, y a la neutralidad en simulación.
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